El ruido del estadio se desvaneció en mi mente. La euforia por la victoria de Colombia se disipó, y en su lugar, una sensación de tensión comenzó a llenar el aire. El pequeño grupo que se había reunido después del partido era ahora un mar de caras familiares. Jugadores, familias, amigos, todos celebrando la victoria. Pero entre toda esa gente, lo único que pude ver fue a Richard.
El corazón me latía más rápido de lo que me gustaría admitir. La última vez que lo había visto fue en el hospital, cuando Mateo nació. Y aunque no esperaba que ese momento viniera con tanta carga emocional, el reencuentro me hizo sentir como si el tiempo no hubiera pasado. No era solo un simple saludo; era una bomba a punto de estallar.
Lo vi acercarse, con su típica expresión de confianza, como si nada hubiera cambiado, como si todo estuviera en su lugar. Pero yo sabía que las cosas no eran así. No después de todo lo que habíamos vivido. No después de lo que pasó entre nosotros.
Y ahí estaba, con su camiseta de fútbol todavía pegada al cuerpo, el cabello mojado por el sudor, y esa mirada tan familiar, tan intensa. Vi cómo su mirada se fijó en mí, y por un segundo, sentí que el mundo se detenía. Había tantos sentimientos atrapados, tantas emociones a punto de explotar. Pero tenía que mantener la calma. No podía dejarme llevar por la primera ola de recuerdos.
El problema era que Richard siempre había sido alguien difícil de ignorar.
—Adriana. —Su voz, grave y fuerte, me hizo dar un pequeño brinco. Me volví hacia él lentamente, intentando controlar la tensión en mi cuerpo.
—Hola, Richard —respondí, con un tono que trataba de sonar neutral, pero que claramente no lo era. Me costó mantener una sonrisa. Era como si las palabras me faltaran.
Hubo un breve silencio entre nosotros, un silencio incómodo. Los murmullos de la multitud y las voces de los jugadores que seguían celebrando parecían lejanos, como si estuviéramos aislados en nuestra propia burbuja de incomodidad. Richard me miraba, sus ojos no podían ocultar lo que había en su interior: sorpresa, una mezcla de dolor y algo más. Había algo en su mirada que me hizo dudar por un segundo. Pero me obligué a no caer en la trampa. No podía.
—Te ves bien —dijo, con un gesto que no era del todo una sonrisa, pero tampoco del todo serio.
—Gracias —contesté, tratando de no parecer demasiado cortante. No estaba lista para que las cosas se volvieran amables. No después de todo lo que había pasado.
En ese momento, Mateo comenzó a hacer ruido, como si sintiera la tensión en el aire. Ji-Ho, que estaba justo a mi lado, lo levantó en brazos, tratando de calmarlo.
—Este es Mateo, mi hijo —le dije en un susurro, presentándoselo con una calma que no sentía.
Richard giró la cabeza hacia el pequeño. Sus ojos se suavizaron un segundo, y pude ver cómo trataba de encajar todo. Mateo era la prueba viviente de lo que habíamos vivido, de lo que habíamos creado juntos, y Richard, por primera vez en mucho tiempo, se quedó en silencio, como si las palabras le fallaran.
—Hola, Mateo —dijo, finalmente, sin apartar los ojos del niño.
En ese instante, me di cuenta de que Richard no había cambiado. Seguía siendo el mismo Richard que conocí. El mismo que me hizo sentir todo a la vez: felicidad, dolor, deseo, miedo. Todo en un solo paquete. Pero lo que más me dolía era ver cómo lo intentaba, cómo parecía querer decir algo más, pero no sabía por dónde empezar.
—¿Cómo has estado? —preguntó, finalmente, después de unos segundos.
No lo miré a los ojos. No podía. Sentí que si lo hacía, las barreras que había puesto en mi corazón se desmoronarían. Así que respondí, pero con voz fría, sin ánimo de hablar de más.
—Bien, Richard. Como ves, la vida sigue.
Su expresión cambió apenas, pero sus ojos mostraron un destello de dolor que no pudo ocultar. Era como si se hubiera dado cuenta de que no había vuelta atrás. Lo que compartimos había quedado atrás, como un recuerdo enterrado. Pero para él, aún estaba ahí, a la vista de todos, irremediable.
—Adriana... —dijo, en un susurro, sin saber muy bien qué decir.
No me di vuelta hacia él. En su lugar, me centré en Mateo, quien, con su manita pequeña, comenzó a estirarse hacia Richard. No podía negar que veía la curiosidad en el rostro de mi hijo. No lo culpaba. Mateo tenía la misma sangre que Richard, la misma chispa en sus ojos. Y esa parte de él lo hacía sentirse conectado con su padre de alguna forma. Y, de alguna manera, eso me dolía.
—No lo sigas, Mateo —le dije en un tono bajo, pero firme. Richard permaneció en silencio, mirando el pequeño gesto que había tenido Mateo.
Hubo una pausa larga, llena de incomodidad. Pero el momento se rompió cuando Ji-Ho se acercó, con una expresión de curiosidad y una ligera tensión en su rostro.
—¿Este es... Richard? —preguntó, extendiendo la mano. Me sentí incómoda, como si todo el mundo estuviera esperando que algo sucediera. La pregunta de Ji-Ho colgaba en el aire, y, aunque no lo dijera explícitamente, su tono dejaba claro que quería saber qué había entre Richard y yo.
Richard extendió la mano, y ambos se estrecharon con una educación superficial.
—Sí —respondí, antes de que Richard pudiera decir algo. Ji-Ho no sabía nada de lo que habíamos vivido. No necesitaba saberlo. De hecho, no quería que lo supiera.
La tensión era palpable, y la conversación se apagó rápidamente. Todos los demás seguían conversando y celebrando, pero nosotros estábamos atrapados en nuestra propia burbuja. Yo, entre lo que había sido y lo que ahora era. Richard, entre lo que se esperaba de él y lo que había perdido.
Y, de repente, un sonido familiar me sacó de mi pensamiento. La risa de Lucho, desde el otro lado de la sala, rompió el silencio.
—¡Vamos, Adri! ¡Ven a celebrar con nosotros! —gritó, señalándonos a los dos.
No podía evitar sonreír por la forma en la que Lucho trataba de romper la tensión. Pero en mi interior, sabía que no importaba cuánto lo intentáramos. Las cosas entre Richard y yo ya no volverían a ser las mismas. Lo que habíamos sido había desaparecido.
Me despedí rápidamente de Richard con una mirada, y sin decir nada más, caminé hacia mi hermano, con la esperanza de que, al menos por esa noche, podría olvidarme de todo.