♡ Capitulo 20 ♡

7 1 2
                                    

Bajamos por las escaleras, Finnian sin soltar mi mano en ningún momento. Su agarre firme y cálido era lo único que me mantenía anclada mientras mi mente giraba en todas direcciones. Cada paso que daba hacia la sala se sentía como si estuviera caminando hacia una tormenta que no quería enfrentar.

Cuando llegamos al final de las escaleras, me congelé. La voz inconfundible de mi madre, Margot, resonaba desde el salón. Mis manos comenzaron a temblar, el miedo y la rabia burbujeando en mi pecho. No quería verla, ni oírla. Después de todo lo que había pasado, no podía soportar enfrentarla.

—No puedo... no puedo entrar, —murmuré, apretando la mano de Finnian—. Si entro... si la veo... le voy a tirar el jarrón de cerámica que compramos la semana pasada. Y... bueno, lo lamentaría por el jarrón porque es muy lindo.

Finnian soltó una pequeña risa bajo la tensión y me miró con esos ojos que siempre lograban tranquilizarme, aunque fuera un poco.

—Vamos a entrar juntos, amor —dijo, acariciando mi mano con el pulgar—. No estás sola. Yo estoy aquí contigo, pase lo que pase. ¿De acuerdo?

Miré a Finnian, su determinación era tan fuerte que me sentí casi segura por un instante. Asentí lentamente, aunque mis piernas seguían sintiéndose pesadas como plomo. Juntos, cruzamos el umbral.

Al entrar en la sala, vi a mi madre observando una de las decoraciones que había colocado sobre la chimenea, con una expresión crítica y concentrada, como si fuera lo más importante del mundo en ese momento. Su pelo recogido perfectamente y su vestido impoluto eran un recordatorio de todo lo que detestaba de su frialdad.

Mi padre, en cambio, estaba sentado en una silla, mirando fijamente hacia la nada. No había rabia en su rostro, solo una impaciencia silenciosa, como si el tiempo se hubiera detenido para él hasta que llegáramos.

Apreté la mano de Finnian más fuerte, respirando hondo, preparándome para lo que vendría.

Ambos reyes se volvieron hacia nosotros, sus miradas pesadas como el plomo. Mi padre abrió la boca para hablar, pero mi madre, Margot, lo interrumpió con un tono cortante.

—¿Cómo tuviste el descaro de irte, Elisabeth? —su voz era como un látigo—. Te comprometí, y no debiste haberte ido. Has quedado mal ante todos nosotros.

Sentí que la sangre se me subía a la cabeza, mientras la rabia y la vergüenza se entrelazaban en mi pecho. Sin pensar, me aferre a la mano de Finnian y me escondí un poco detrás de él, buscando consuelo en su presencia y su fuerza.

Finnian, sin soltar mi mano, se giró hacia la reina con una mirada desafiante.

—Es una pena eso del compromiso, —dijo, con firmeza—, pero es muy tarde para reclamar, ya estoy casado con ella.

La tensión en la habitación se palpaba, y las palabras de Finnian resonaron como un golpe en la sala silenciosa. Continuó, sin dejar que la reina interrumpiera.

—Si solo vino a eso, le pido que se retire de nuestra casa.

Su declaración fue un desafío directo. Miré a Finnian, sintiendo que su valentía me daba fuerza. Sabía que estaba arriesgándose, pero no podía evitar sentirme orgullosa de él. La atmósfera se volvió pesada mientras todos esperábamos la reacción de mi madre.

Mi madre frunció el ceño, sus ojos centelleando con furia.

—¿Cómo te atreves a hablarme así, plebeyo? —exclamó, su voz cargada de desdén—. ¿Acaso piensas que puedes deshonrarme, a mí, que soy la reina, y salirte con la tuya?

Finnian no se dejó amedrentar. Se mantuvo firme, su postura desafiante.

—No estoy aquí para agradarle, su majestad. Elisabeth es mi esposa, y mi deber es protegerla. No tienes ningún derecho a tratarla de esa manera.

El corazón de una Princesa ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora