Me encontraba en mi departamento, intentando disfrutar de un día libre de verdad por primera vez en semanas. Me había prometido a mi mismo no escribir, no revisar correos ni pensar en la prensa. El día avanzaba lento, hasta que el timbre sonó.
—¿Qué hacés acá? —pregunté, abriendo la puerta y encontrándome con Goncho, que me miraba con esa sonrisa traviesa que siempre tenía.
—Previa, papá. Te falta salir un toque a despejarte y pasarla bien—dijo Goncho mientras entraba sin pedir permiso, sacando una botella de vodka de su mochila.
—¿Hoy? ¿No podíamos quedarnos tranqui en casa? —intenté decir, pero sabía que no iba a lograr que se quedara quieto.
—¡Nada de quedarse encerrado! Hoy salimos, que lo necesitás más que nadie.
Después de unos cuantos tragos en el departamento, Goncho no perdió tiempo en convencerme de salir. No pude más que ceder. Aunque el plan inicial había sido quedarme tranquilo, la presión de la música, las risas y el ambiente de Goncho me arrastró, como siempre lo hacía.
El lugar estaba tan saturado de energía que, aunque normalmente preferiría un espacio más tranquilo, me dejé llevar. No era mi estilo, pero... quizás era lo que necesitaba.
Goncho se fue directo a la barra, como era de esperar, pidiendo algo fuerte y rápido. Me quedé parado por un momento, observando a las personas alrededor. Sentí una mezcla extraña de incomodidad y adrenalina. El sonido de la música envolvía mis pensamientos, y por un segundo, me olvidé del caos que habían sido los últimos días.
—¿Qué decís, Iván? —me preguntó Goncho, trayendo dos tragos que ni siquiera pregunté qué eran, solo los acepté. El alcohol ya comenzaba a hacer efecto.
Poco a poco, me fui soltando. El primer sorbo hizo que mi cabeza se despejara un poco, y pronto la música me fue envolviendo. Vi a Goncho bailar y me arrastró a hacerlo también. No era la primera vez que lo hacía, claro, pero esa noche era diferente. La gente alrededor, los rostros difusos, el ruido... todo se sentía como una burbuja que me aislaba del resto del mundo. No pensaba en la novela, ni en la prensa, ni en nada. Solo en el momento.
Pero con cada trago, me fue costando más mantener el equilibrio. Los movimientos se volvieron más torpes, y mi lengua más pesada. A medida que la noche avanzaba, la euforia comenzó a mezclarse con una sensación de vértigo. Era como si mi cuerpo estuviera en piloto automático. Ya no pensaba con claridad, solo sentía el ritmo, las vibraciones y la risa de Goncho, que seguía tirando bromas a mi lado.
La luz del club comenzó a moverse de manera más rápida, como si estuviera girando. Las sombras, las personas que pasaban... todo se volvía borroso. Ya no me preocupaba por nada, ni por la gente que me miraba ni por la noche que seguía avanzando. Todo parecía como una mezcla de sonidos y colores. No estaba completamente en control, y sin embargo, algo dentro de mí quería seguir ahí, en ese descontrol, sin pensar en nada.
Eran casi las dos de la madrugada cuando decidí que no podía esperar más. La música seguía retumbando en mi cabeza, y aunque mis pies ya no respondían como antes, me sentía más ligero de lo que había estado en mucho tiempo. El ambiente seguía vertiginoso, pero en algún rincón de mi mente, el pensamiento de Rodrigo seguía ahí, persistente, como un eco. No sé por qué lo decidí, tal vez fue la mezcla de alcohol y esa necesidad extraña de compartir algo con alguien que ya no podía evitar.
Goncho estaba perdido en la pista, con su usual energía, y no me importaba mucho lo que hiciera en ese momento. Busqué mi teléfono, las palabras de Rodrigo en mi mente, como si de alguna forma, lo estuviera buscando. No era mi estilo llamar a alguien a estas horas, mucho menos borracho, pero me dejé llevar por esa sensación. Sin pensarlo demasiado, marqué su número.
El tono de espera parecía durar una eternidad. Ya no podía mantener el equilibrio, así que me apoyé en una de las paredes del club, el sonido de la música aturdiéndome de fondo. Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, la voz de Rodrigo apareció, clara y profunda, como siempre.
—¿Hola? —dijo, su voz sonaba extrañamente tranquila, como si no le sorprendiera mi llamada en medio de la noche.
Mi lengua, ya algo torpe, no tardó en dejar escapar lo que quería decir. La mezcla de alcohol, la emoción del momento y mi necesidad de... no sé, decir algo tonto, se unieron en una confusión total. Lo que estaba diciendo no tenía mucho sentido.
—Rodrigo... —comencé, sintiéndome como si intentara articular palabras que se mezclaban en mi boca—. Rodrigo, ¿sabes qué? —reí de forma tonta, demasiado borracho como para detenerme—. Sos... sos... como una buena taza de café. Sí, eso, como cuando te despiertas y todo parece mejor.
Silencio.
Por un momento, me quedé allí, el ruido del club disminuyendo en mi cabeza, mientras esperaba que Rodrigo respondiera. No podía evitar la risa que se escapaba de mis labios. ¿Qué acababa de decir? Me estaba ahogando en mi propia estupidez.
Finalmente, después de lo que me pareció un largo segundo, Rodrigo soltó una risa suave, pero la nota en su voz fue más cariñosa de lo que esperaba. Podía escuchar la diversión en su tono, como si intentara no burlarse de mí, sino más bien, encontrar algo tierno en lo que acababa de decir.
—¿Una taza de café, eh? —respondió entre risas—. No sé si es la mejor comparación, pero... supongo que eso me hace sentir especial, ¿no?
En ese momento, me sentí aún más avergonzado, pero también un poco aliviado. No era un tipo de palabras que normalmente diría, ni siquiera estando borracho, pero Rodrigo no lo tomó mal. Me sentí idiota, pero al mismo tiempo, había algo tierno en su respuesta. Sin embargo, no pude evitar que la vergüenza comenzara a hacer efecto en mí.
—Sí... bueno... —murmuré, sintiéndome cada vez más tonto—. Es solo que... sos... ya sabes, importante para mí, Rodrigo. —Me di cuenta de lo patético que sonaba en cuanto las palabras salieron de mi boca—. Perdon, no sé qué estoy diciendo. Estoy borracho.
Rodrigo, de nuevo, rió suavemente.
—No te preocupes, Iván —dijo, su tono ahora un poco más serio, pero aún con un toque de diversión—. Está bien. Me alegra saber que piensas en mí, incluso cuando... bueno, estás así.
Me quedé en silencio por un momento, sintiendo la cabeza más pesada de lo que esperaba. Ya no sabía si lo que había dicho tenía sentido, si me había expresado bien o si simplemente había arruinado todo.
—Te llamo mañana, mejor —dije rápidamente, antes de que pudiera decir algo más ridículo—. Solo... quería... ya sabes, decir eso.
Rodrigo rió una vez más, y esa vez sonaba más cálido, como si no estuviera molesto por mi borrachera.
—Está bien, Iván. Cuídate. Hablamos después.
Colgué, y en cuanto lo hice, me sentí como si hubiera cometido el mayor error de mi vida. ¿Qué había hecho? ¿Cómo pude haberlo llamado para decirle semejante tontería? La vergüenza me invadió, pero no pude hacer nada más que apoyarme en la pared, sintiéndome ridículo.
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Entre escenas y letras
RomanceIván Buhajeruk, un escritor que nunca quiso ser famoso, se ve obligado a fingir una relación con el actor Rodrigo Carrera para mantenerse en el ojo público tras el éxito de su última novela.