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Llegué a la oficina de Nico con el mismo cansancio que me había acompañado durante toda la mañana, mi cuerpo aún sin descansar bien. Al cruzar la puerta, la primera persona que vi fue a él, sentado detrás de su escritorio, con una de sus clásicas sonrisas sarcásticas. No me miró con sorpresa, como si ya supiera lo que iba a decirme. Todo en su actitud era una mezcla de paciencia y diversión.

—Ah, mirá quién se presenta... el gran Iván, después de su glorioso debut con la prensa. —Dijo Nico, sin levantar la vista del monitor de su computadora —¿Cómo estuvo tu descanso?

Me acerqué a su escritorio, sintiendo cómo mi malestar aumentaba. Ya no podía seguir guardando eso para mí. Me quedé parado frente a él unos segundos, buscando las palabras correctas. Sabía que me iba a reír de mí mismo después de contarle, pero eso no hacía que fuera menos embarazoso.

—BIen, creo... —empecé, con la voz algo más baja de lo que pensaba— Nico, necesitaba hablar con vos. Sobre la llamada que hice anoche... a Rodrigo.

Nico, como era de esperar, se giró lentamente en su silla, levantando una ceja con esa mirada mezcla de diversión y desaprobación. No dijo nada, solo me miró, esperando que me decidiera a continuar.

—La verdad... —me llevé la mano a la nuca, sintiendo cómo el calor de la vergüenza me subía a la cara—, estuve muy, pero muy borracho anoche. Y bueno... llamé a Rodrigo.

Nico se cruzó de brazos, su expresión era un cóctel entre burla y expectación.

—Ajá... —dijo, su tono de voz enarcando la última sílaba, como si supiera exactamente hacia dónde iba esta historia.

—Y bueno... no me acuerdo de todo lo que le dije. No sé cómo explicarlo. Pero creo que...—hice una pausa, buscando un término adecuado—...que le solté cualquier cosa. Unas idioteces.

Nico, ahora con los brazos cruzados sobre su pecho, asintió como si finalmente le estuviera contando algo que ya esperaba escuchar.

—¿Le soltaste cualquier cosa? —preguntó, sin ocultar su diversión—. No tengo que decirte lo ridículo que suena esto, ¿no? ¿Qué fué lo que le dijiste?

Me pasé una mano por la cara, lamentando cada minuto de la llamada. La imagen de mi voz borracha sonando al otro lado del teléfono se me repetía en la cabeza.

—Es que... no sé, Nico. Estaba tan, pero tan mal... Y no sé qué le dije, de verdad.

Nico se quedó en silencio un momento, y luego dejó escapar una risa burlona, pero no del todo cruel.

—Bueno, no te preocupes. Al menos lo llamaste. Eso es un avance. Aunque... —hizo una pausa y me miró con una sonrisa ladeada—, si lo que dijiste fue tan horrible como parece, me imagino que tenés un par de cosas de las que disculparte.

Me senté en la silla frente a su escritorio.

—Ayer me disculpé con él —admití, con un suspiro.

Nico, que parecía disfrutar enormemente mi incomodidad, no pudo evitar soltar una risa ligera, pero aún con una pizca de ironía.

—Ah, claro, seguro que fue tan sincero, el gran Iván... disculpándose con la terrible resaca, ¿no? —dijo, y su tono estaba lleno de ese sarcasmo tan característico suyo. Se reclinó en su silla, mirando directamente a mis ojos con una sonrisa traviesa.

Yo apenas podía sostenerle la mirada. Sabía que no lo estaba diciendo con maldad, pero eso no hacía que me sintiera menos expuesto.

—No, posta, Nico —respondí, intentando mantener la calma—. Me sentía un idiota. Le dije que me sentía avergonzado por lo que había dicho la noche anterior, pero no quería que eso quedara entre nosotros, ¿entendés?

Nico asintió lentamente, sin dejar de observarme. Su expresión parecía relajarse un poco, aunque seguía con ese toque burlón. Al parecer, disfrutaba ver cómo lidiaba con mi propia vergüenza.

—Bueno, al menos no te tiraste al vacío completamente —dijo, su tono ahora un poco más tranquilo—. O sea, reconociste que hiciste cualquiera. Eso cuenta como un paso, Iván.

Me eché atrás en la silla, sintiendo cómo el calor de la vergüenza seguía colándome por las mejillas. El simple hecho de hablar de esa llamada hacía que todo se volviera más incómodo.

Nico, tras la confesión, se quedó mirándome un par de segundos más, disfrutando de mi evidente incomodidad. Sabía que ya había exprimido el tema lo suficiente como para torturarme, así que, con un movimiento rápido, cambió de dirección.

—Y bueno... —dijo de repente, encogiéndose de hombros como si el tema de la llamada ya no importara—, ¿qué tal te fue el resto de tu descanso?

Lo miré, confundido por el brusco cambio de tema, pero agradecido. Sabía que Nico lo hacía a propósito para no incomodarme demasiado, aunque su tono todavía dejaba ver que, en cualquier momento, podría volver a tirarme un comentario sarcástico sobre la llamada.

—Eh... —dudé un poco, intentando sacarme de encima la tensión—. La verdad que no hice mucho. Dormí, intenté desconectar. Pero, después de lo que pasó anoche, no sé si lo logré del todo.

Nico asintió, fingiendo interés, aunque sus ojos se deslizaban de nuevo a la pantalla de su computadora, como si ya estuviera listo para pasar al siguiente asunto en su interminable lista de pendientes.

—Bueno, bien que te tomaste dos días, te hacía falta. Capaz que la próxima vez lo pasás mejor sin las llamadas de borracho, ¿no?

Aunque lo dijo en tono ligero, no pude evitar reírme un poco. Siempre lograba aligerar las situaciones, aunque no fuera su intención explícita.

—Sí, sí, lo voy a tener en cuenta —le respondí, sintiendo que el ambiente empezaba a relajarse un poco. Aunque todavía estaba ahí la sombra de mi torpeza, Nico, como siempre, sabía cómo manejarme.

Levanté la vista y lo vi concentrado otra vez en su trabajo. Ya había vuelto a su normalidad, mientras yo seguía lidiando con el eco de mi propia vergüenza.

Entre escenas y letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora