Han pasado un par de semanas desde que Richard comenzó a pasar más tiempo con Mateo. Es extraño, pero la vida sigue su curso, aunque las cosas entre nosotros no se sienten igual. A veces, cuando lo veo jugar con nuestro hijo, la nostalgia me invade. No puedo evitar recordar aquellos días en los que todo parecía tan simple, cuando no había nada entre nosotros más que amor y sueños compartidos. Pero las cosas han cambiado, y yo también he cambiado.
Richard está haciendo su parte. He de reconocer que su actitud ha sido diferente, más comprometida, más presente. Pero eso no es suficiente para borrar los años que pasamos distanciados, ni para sanar la herida de nuestra separación. Hay días en los que me siento en paz con lo que estamos construyendo, pero otros, me asalta el miedo de que todo esto sea solo una ilusión.
Cuando Richard llega a la casa, Mateo se ilumina como un sol. Es tan evidente que él está feliz de ver a su papá, de tenerlo cerca. Y yo, aunque lo disfruto, no puedo evitar pensar en las veces que Richard no estuvo ahí, en los cumpleaños y en los momentos importantes de Mateo que tuvo que vivir solo. Hay una parte de mí que sigue sin confiar plenamente en él, no porque no quiera, sino porque es difícil soltar el dolor del pasado.
Hoy, cuando Richard llegó, lo primero que hizo fue abrazar a Mateo. Yo estaba en la cocina, preparando la cena. Podía escuchar las risas de los dos, y eso hizo que mi corazón se apretara un poco. Quiero que funcione, quiero que esta segunda oportunidad sea real. Pero, al mismo tiempo, la incertidumbre sigue acechándome.
Es raro, pero estar en Brasil y pensar en mi vida personal me ha dado una nueva perspectiva. Las cosas con Adriana y Mateo no son fáciles. Cada vez que los visito, me siento como si estuviera caminando sobre hielo fino. No es fácil ganarse su confianza, pero estoy dispuesto a hacerlo.
La otra noche, cuando estuve con Mateo, me sentí como si todo tuviera sentido. Ver su sonrisa, cómo me buscaba con esos ojos grandes y llenos de esperanza, fue una mezcla de satisfacción y angustia. ¿Qué pasa si no soy lo que él necesita? ¿Qué pasa si nunca puedo llenar el vacío que causé por estar ausente?
No puedo permitirme pensar en eso. Adriana ha estado a la defensiva, lo sé. Y no puedo culparla. Pasaron años en los que estuve demasiado enfocado en mi carrera y en mi propia vida para darme cuenta de lo que realmente importaba. No soy el hombre perfecto, y me cuesta aceptar que la confianza no se reconstruye de la noche a la mañana.