Siento las lagrimas correr por mis mejillas, la impotencia creando ese nudo en la garganta tan insoportable, que, sin embargo, ya me era tan familiar.
Fue tan dulce como fugaz.
Mi cabeza hecha revoltijo entre pensamientos que podrían parecer tan simples, consumiendo todo a su paso... consumiendome a mi.
Una caricia en mi mejilla, tan simple como delicada, limpia todo rastro de lagrimas existentes, incluso si aquel mismo toque tan envolvente, era el causante de aquella grieta que ahora me estaba corrompiendo lentamente, la misma grieta que por mas que lo intentase, no podía arreglar. Aunque en el fondo fuera mi mas grande anhelo.
Alza mi menton con el mayor cuidado y cariño, intento oponerme, pero no me lo permite, por lo que tengo que enfrentar, muy a mi pesar, aquella mirada que... Oh, Dios, esos ojos.
El poco valor que había reunido se desvanece en tan solo un par de mseros segundos al verlo de frente. Aquellos ojos que alguna vez fueron mi refugio, que incluso entre la tormenta, todavía lo eran.
Aquel par de ojos tan electrizantes, tan jodidamente adictivos de ver... qué perdición tan grande aquel océano que tenía por ojos, tan azules cual cielo.
- Mateo, mírame. - su voz aturde cada uno de mis sentidos y siento como mi vista borrosa entre las lagrimas, enfoca todo el panorama. Él en conjunto con aquellos ojos tan cristalinos, también por las lagrimas, su nariz rojiza, aquella voz quebrada... Mi corazón acelerado, a un paso de quebrarse.
La presión era tanta que, con cada minuto que pasaba, sentía como mi respiración desvanecía, que, incluso si estabamos al aire libre, con el viento soplando directamente en nuestros rostros, simplemente... no podía respirar.
- Por favor... -suplica suavemente en un pequeño susurro y automáticamente aparto su toque entre un manotazo.
- No. -niego en un ultimo intento de mantener la compostura, tomando mis cosas dispuesto a irme. Las lagrimas comienzan a correr apresuradas, mi respiración falla otra vez e involuntariamente, comienzo a sollozar.
- Mateo, estoy hablando contigo. - Yo niego, niego una y otra, y otra vez, a medida que me alisto y me doy media vuelta para dejarlo atrás de una vez por todas, como un ultimo acto de amor propio (o al menos el poco que me quedaba, porque incluso entonces, no podía evitar sentirme como la basura mas grande existente en el universo.)
Pero todo rastro de orgullo, cualquier intento de un hasta siempre, de un ultimo adiós, lo veo perdido entre sus brazos cuando una vez mas, no me deja partir. Cada sollozo se ahoga entre nuestras respiraciones tan aceleradas como nuestro corazón, y aquel toque tan peligroso, tan destructivo... vuelve a ser mi hogar una vez mas dentro del caos que, aquellas mismas manos tan románticas, tan delicadas, tan inocentes... habían causado.