Capítulo 40: Reflejos de inseguridad

3 1 0
                                    









Pov.








Los días seguían avanzando, y Alaya se encontraba en un ciclo repetitivo de emociones, en el que sus amistades y los problemas del día a día se entrelazaban. A pesar de que había tomado la decisión de enfocarse más en su bienestar, la realidad de su entorno la empujaba a un abismo de inseguridades. En especial, había una figura que parecía acecharla en cada esquina: Frida.

Desde que había comenzado a salir con Kiara, Alaya no podía evitar sentir que Frida estaba siempre presente, como una sombra que la seguía. Cada vez que la veía, una mezcla de desprecio y celos la invadía. Era como si Frida hubiera tomado un lugar que antes pertenecía a Alaya. Sus sonrisas, sus risas, la cercanía con Kiara... todo parecía apuntar a una conexión que Alaya no podía entender.

—¿Qué tiene ella que no tenga yo? —se preguntaba, incapaz de hallar una respuesta que le diera paz. La comparación era desgastante, y lo sabía, pero no podía evitarlo. Frida parecía tener todo lo que Alaya deseaba: la atención de Kiara, una personalidad vibrante que la hacía brillar, y una confianza que Alaya sentía que le faltaba.

Mientras tanto, el ambiente en el colegio estaba cambiando. Las chicas de su grupo eran más unidas, pero había un rayo de luz en medio de la tormenta que era su relación con Kiara. Aunque habían tenido algunas conversaciones que parecían encaminarlas hacia una reconciliación, siempre había algo en el aire que mantenía la tensión. Kiara seguía acercándose a Frida, y eso hacía que la herida en el corazón de Alaya se abriera cada vez más.

Una tarde, mientras estaba en clase, Alaya no podía concentrarse. Miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos. Las voces de sus compañeras se desvanecían mientras su mente se llenaba de preguntas. ¿Por qué Kiara prefería a Frida? ¿Qué era lo que ella tenía que la hacía tan especial?

—¿Laia? —la interrumpió la voz de Luisa, que se sentó a su lado. Alaya se sobresaltó y se dio cuenta de que la clase había terminado. Luisa la miraba con preocupación—. ¿Te sientes bien? Pareces en otro mundo.

—Sí, solo… pensaba en cosas —respondió Alaya, tratando de ocultar la verdad.

Luisa frunció el ceño, notando la incomodidad de su amiga.

—Oye, ¿sigue Frida molestándote? —preguntó Luisa con un tono comprensivo.

Alaya no pudo evitar dejar escapar un suspiro.

—Es solo que… no puedo evitar pensar en ella. A veces siento que Kiara está más interesada en ella que en mí —admitió, sintiendo que sus inseguridades salían a la luz.

—No dejes que eso te afecte, Laia. Tienes muchas cualidades que la gente aprecia —dijo Luisa, intentado consolarla.

—Pero… ¿y si eso no es suficiente? —replicó Alaya, frustrada—. ¿Qué si Frida es simplemente mejor que yo?

Luisa la miró con seriedad.

—No, Laia. No te compares con ella. Todos somos diferentes, y eso es lo que nos hace especiales. Tienes tus propias virtudes. ¿Recuerdas cuando hiciste esa presentación sobre la historia? Todos quedaron impresionados.

Las palabras de Luisa resonaron en su mente, pero el eco de sus inseguridades seguía presente. Alaya necesitaba más que palabras reconfortantes. Necesitaba entender por qué Frida parecía ser la preferida de todos.

La jornada escolar continuó, y Alaya no podía dejar de observar a Frida a la distancia. La veía reírse, rodeada de su grupo de amigos, y la sensación de desasosiego crecía en su interior. La manera en que Kiara se inclinaba hacia ella, como si fuera la única en el mundo que importaba, hacía que la frustración se acumulase en su pecho.

En el almuerzo, mientras se sentaba con Luisa y Celeste, Alaya no pudo evitar mencionar su malestar.

—No puedo soportar más a Frida. Siempre está ahí, sonriendo, como si todo fuera perfecto —dijo, sintiendo que sus palabras desbordaban la rabia acumulada.

—Deja de darle poder —dijo Celeste, con una expresión seria—. No te dejes influenciar por ella. Es solo una chica más.

—Pero parece tenerlo todo —insistió Alaya, incapaz de callar las dudas—. La atención de Kiara, el grupo de amigos… ¿Qué tengo yo que no tenga ella?

Luisa y Celeste intercambiaron miradas antes de que Luisa hablara.

—Lo que importa es cómo te sientes contigo misma. Si sientes que no eres suficiente, eso se notará. Deberías trabajar en tu autoestima, Laia —sugirió.

—Tienes razón, pero no es fácil. Cada vez que veo a Frida, siento que todo lo que he hecho no es suficiente. Me pregunto qué tengo que hacer para ser mejor, y eso me consume —admitió Alaya, sintiendo que la vulnerabilidad la hacía aún más frágil.

Mientras hablaban, las risas de Frida resonaban en el aire, y Alaya sintió que su corazón se encogía. Las comparaciones eran inevitables, y el resentimiento comenzaba a convertirse en una parte de su día a día.

Después del almuerzo, Alaya decidió dar un paseo sola por el patio. Necesitaba despejar su mente, alejarse de las voces que la rodeaban. Mientras caminaba, recordó los momentos felices que había compartido con Kiara y sus otras amigas. Se preguntó si alguna vez podría recuperar eso, si había algo que pudiera hacer para enmendar su relación con Kiara.

Mientras caminaba, la pregunta seguía resonando en su mente: ¿Qué tiene Frida que no tenga yo? Alaya sabía que la respuesta no estaba en el exterior, sino en su interior. Pero, por el momento, todo lo que podía hacer era enfrentar su propia inseguridad y tratar de encontrar la manera de aceptarse a sí misma, sin importar cuán difícil fuera.

Alaya comprendió que el camino hacia la autoaceptación sería largo y lleno de obstáculos, pero estaba dispuesta a intentarlo. Quizás un día no sentiría la necesidad de compararse con Frida, y podría ver la belleza en su propia individualidad. Pero, por ahora, la lucha continuaba, y el eco de la inseguridad aún resonaba en su corazón.















Más Allá Del Silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora