𝒳𝒳𝒳𝒱- 𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮 𝓶𝓪𝓶á-

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*Separador: Krista*

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*Separador: Krista*

—Krista, ¿qué tienes en la pierna?

Volteé a mirar mi extremidad tan rápido como escuché la voz de Daniel, y al ver a lo que se refería, casi suelto a Evanna de la impresión.

—Puta madre —Fue lo siguiente que salió de la boca de Adara, quien ya estaba arrodillada a mi lado, observando aquella cosa negra que se enrollaba en mi pierna. Se enderezó y, tomándome por la espalda, me dijo— Deja que Sam cargue a Eva, Andrómeda se encargará.

Con algo de duda, le pasé el cuerpo de su esposa a Sam, que la tomó como si hubiera estado esperando por décadas. Al tenerla al fin entre sus brazos, la abrazó con fuerza.

Adara chasqueó los dedos, y de repente floté en el aire, en posición horizontal, mientras ella caminaba hacia otro lugar. Daniel y la Reina nos siguieron.

—¿Qué mierda es eso? —Preguntó Daniel, sin quitar los ojos de aquella cosa.

—No lo sé —Gruñó mi bruja, con la preocupación reflejada en su rostro— ¿Qué fue lo que las atacó?

—¡Eran esos idiotas a los que intentamos ayudar! —Llegó la voz furiosa de Samantha desde lejos.

—¿Los hijos de las sombras? —Preguntó Adara, sorprendida. Asentí lentamente, aun procesando todo— Imbéciles.

Gruñí de dolor cuando la magia de Adara intentó quitar aquella cosa de mi piel. Era como si al jalarla, se incrustara aún más en mí.

—¡Basta, basta! —Le supliqué, incapaz de soportar el dolor.

Dejó de ejercer fuerza y elevó las manos, permitiéndome respirar de nuevo, aunque el profundo dolor no cesaba.

—Entonces, es cierto lo que ese demonio nos dijo —Le susurró la Reina a mi bruja— Las sombras tienen nuevos aliados.

Un grito desgarrador resonó desde el otro lado del pasillo, donde aún estaban el trío de lobas y Andrómeda.

—¡Mierda! —El estruendoso grito de Andrómeda me hizo desconectarme un momento, preocupada por Eva— ¡Maldita sea!

La Reina y Daniel salieron corriendo hacia ellas. Los ojos de Adara se encontraron con los míos, llenos de frustración y miedo. Tomó mi rostro entre sus manos y me sonrió como pudo, lo que hizo que mi corazón latiera como el de una adolescente hormonal. Su tacto cálido y reconfortante me hizo suspirar sin vergüenza.

—Tranquila, amor.

Intenté sonreírle de vuelta, pero las emociones negativas me abrumaban, así que volví a centrarme en las personas a nuestro alrededor.

Escuché la conversación del otro lado del pasillo. Sam ya había maldecido a más de treinta especies diferentes y seguía contando.

—¿Ella también? —Escuché que preguntaba la Reina.

Infierno Escarlata (C.E 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora