Septiembre.

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Sí, por si no os habéis dado cuenta, este es mi diario. Aquí os cuento de que trata mí vida como si en verdad os importase. De esto trata, según mi madre, ser una adolescente. Vives miles y miles de experiencias y al final de tú "camino" una te marca.
He vivido tan poco que no entiendo ni la mitad de las palabras que me dice mi madre. Pero, ¿cómo una chica de 15 años va a saber de la vida si no sabe ni controlarse ella misma?

Era la quinta mudanza en los últimos tres años. No entiendo por qué, ni qué problema tiene mi madre en quedarse en una casa más de un año. Lo único que se es que nos mudamos mucho, y que en mi casa no puedo preguntar por qué. La verdad es que en mi casa no puedo hablar. La comunicación entre mi madre y yo es mínima por no decir que no hay.

5 de septiembre de 2007.

Empezamos un año escolar, en el que "ponen todas las esperanzas en nosotros, somos el futuro de la sociedad..." gilipolleces. Pero he de decir que me aterroriza. Nunca me he quedado más de un año en un lugar, lo que significa que nunca que he quedado en un instituto fijo. Ningún amigo, ni novio.
Se puede decir que no soy como los demás, intento no destacar, pero no se puede evitar. No me gusta la gente.
Todas esas niñas de primer curso, con sus teléfonos móviles, su pelo perfectamente planchado y sus maquillajes. Me dan ganas de vomitar. Es todo una constante llamada de atención, para conseguir que les miren los quarterbacks del equipo, o para conseguir enrollarse con algún chico de último curso. Lo considero realmente ridículo.
Desde que era pequeña me han llamado bicho raro. Sí soy esa niña extrañamente pálida, con las venas en los párpados, con cabello realmente oscuro sin necesidad de tintes, que lleva ropa rota y no usa maquillaje. De hecho, detesto todo eso. El mundo de la estética; pintarse las uñas, los labios, tintarse el pelo y ponerse radiante para el primer día del curso.

El despertador sonó a las 07:00. Me levanté apartandome el pelo de la cara y recogíendomelo en un moño despeinado. Me levanté y apoyé los pies en el suelo. Rápidamente los quité, notando el tacto frío. Metí los pies en unos calcetines y bajé a comer algo.

Llegué a la cocina y cogí un bol de la estantería. Miré en la despensa y visualicé los cereales. Los cogí junto a la leche del frigorífico y me preparé el desayuno. Me lo comí lentamente, aún rascándome los ojos del sueño. Me asomé por la ventana para ver el cielo. Todo nublado con una nube oscura y densa. Mi pecho dio un brinco y sentí alegría. Diría que se me sonrojaron las mejillas, pero eso era casi imposible. Dejé el bol y la cuchara en la pila del fregadero y subí arrastrando los pies a mi habitación y cerré lentamente la puerta para no despertar a nadie. Miré el reloj que marcaba las 07:13 y metí en el baño. Me desvestí lentamente y abrí el grifo del agua caliente. Abrí la mampara de la ducha y me metí rápidamente para calentarme con el agua.
Cuando hube terminado, cerré el grifo y saqué los pies. Me sequé rápidamente al ver que había estado media hora en la ducha. Me pasé el secador durante diez minutos hasta que conseguí un aspecto más o menos decente. 07:55. "¡Mierda!" exclamé, y terminé de lavarme los dientes con una mano, y con la otra me abrochaba el pantalón. Metí sin ninguna dificultad mis pies en las converse desgastadas y me coloqué el final de mis pantalones pitillo. Salí escopetada de casa, ya que en cinco minutos me recogía el autobús.

Diario de una adolescente.Where stories live. Discover now