Capítulo 3

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Ya había pasado un tiempo desde que Tajeddin se había ido, y me encontraba junto a mi bey en la jaula, ambos en silencio, esperando el desenlace de nuestro destino. El frío aire nocturno se colaba por las grietas de las paredes de madera, y aunque el ambiente era tenso, sabía que tenía que decir algo, cualquier cosa que rompiera esa pesada quietud.

—Tajeddin Noyan puso sus ojos en Osman —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Hoy lo puso a prueba, pero si Osman no obedece, Tajeddin cree que podrá destruirlo.

Mi bey levantó la vista, su mirada dura como el acero, analizando mis palabras con una expresión sombría.

—Tajeddin Noyan no dejará que otros se fijen en Osman antes de clavar sus dientes en su presa. Sabe que atacar a Osman Bey no será fácil —replicó, su voz firme—. Ese perro debe haber preparado su jugada teniendo eso en cuenta.

Asentí lentamente, sintiendo el peso de la situación caer sobre mis hombros.

—Osman es la última esperanza de los Kayi —continué—. Y quizá también sea nuestra última oportunidad...


Un silencio cayó sobre nosotros de nuevo, pero esta vez las palabras no parecían vacías. Sabíamos lo que estaba en juego, y ahora solo quedaba esperar.

Justo cuando iba a hablar de nuevo, el sonido de pasos acercándose interrumpió mis pensamientos. Un soldado apareció, su rostro era severo y su voz, cortante.

—¡Sáquenlos! —ordenó, con un gesto brusco hacia nosotros.

Los guardias no tardaron en abrir la jaula. Sin decir una palabra, nos sacaron de allí y, con manos torpes y ásperas, comenzaron a atarnos. Sentí las cuerdas ajustarse con fuerza alrededor de mis muñecas, la áspera fibra quemando mi piel.

Nos llevaron a pie, empujándonos cada vez que uno de nosotros desaceleraba el paso. El frío aire nocturno cortaba nuestras caras, y el crujido de las hojas bajo nuestros pies era lo único que se escuchaba, aparte de los murmullos distantes de los hombres que vigilaban. Cada paso me hacía sentir el peso del peligro que nos rodeaba, pero más allá del miedo, estaba la incertidumbre de nuestro destino.


—¿Adónde nos llevan? —pregunté en voz baja, mirando a mi bey, pero sabiendo que ninguna respuesta llegaría.

Los soldados nos conducían a través de un terreno desconocido, el viento frío cortando mi rostro. Mi mente estaba llena de incertidumbre sobre lo que Tajeddin Noyan tenía preparado para nosotros. Todo parecía perdido, pero entonces, un sonido inesperado me sacó de mis pensamientos. El retumbar de cascos de caballos se fue acercando rápidamente. Entre la penumbra, distinguí las siluetas de jinetes galopando hacia nosotros. Mis ojos se abrieron con incredulidad al reconocer quién venía al frente: Osman Bey, junto a sus alps, avanzando para salvarnos.

—¡Osman Bey! —mi voz fue apenas un susurro, pero mis manos no estaban dispuestas a esperar.

El caos estalló. Los soldados, confundidos por la emboscada, retrocedieron por un instante, lo suficiente para que una chispa de adrenalina corriera por mis venas. Aproveché el descuido de uno de los guardias para soltarme de las ataduras con fuerza. Mis dedos trabajaron rápidamente, y en cuestión de segundos, estaba libre.

Sin perder tiempo, me lancé sobre el primer soldado que se acercó, arrebatándole la espada con un movimiento rápido. El peso del arma en mi mano se sintió familiar y reconfortante. Giré justo a tiempo para bloquear un golpe, sintiendo el choque metálico reverberar por todo mi brazo. Mi mirada se fijó en el enemigo que intentaba derribarme.

—¡Ven si te atreves! —gruñí entre dientes, mientras esquivaba otro ataque y contrarrestaba con una estocada precisa.

El soldado cayó al suelo, y sin pensarlo dos veces, avancé hacia el siguiente. El campo se llenaba de gritos y el sonido de las armas chocando. No podía permitirme dudar. Mi instinto de supervivencia y el deseo de luchar al lado de Osman Bey me impulsaban. Cada golpe era más certero, cada movimiento más ágil. Mi cuerpo respondía como si hubiera nacido para este momento.

Osman Bey y sus alps seguían combatiendo a nuestro alrededor, pero yo estaba inmersa en mi propia batalla. Bloqueé otro golpe y luego, con un giro rápido, derroté a mi adversario. La sangre corría por mi frente, pero el ardor en mis músculos solo alimentaba mi determinación.

Finalmente, el último de los soldados cayó, y mi respiración se estabilizó. Volví la vista hacia Osman Bey, quien se acercaba con paso firme, su espada aún en mano, su mirada llena de preocupación, pero también de alivio.

—¿Están bien? —preguntó, su voz cargada de tensión, aunque el brillo en sus ojos revelaba su tranquilidad al vernos con vida.

Asentí, limpiando el sudor de mi frente y respirando con mayor calma.

—Estamos bien —respondí—, gracias a ti.

Osman Bey esbozó una leve sonrisa, aunque su mirada se desvió rápidamente hacia el horizonte, siempre alerta a cualquier señal de peligro. No había tiempo para bajar la guardia. Sus alps se movían con eficiencia, reuniendo las armas de los soldados caídos, mientras otros vigilaban los alrededores, listos para cualquier emboscada adicional.

Osman Bey se volvió hacia nosotros, su expresión seria, pero su voz llena de propósito.

—Ahora tenemos dos caminos por delante —dijo, su tono firme—. ¿Quieres ser libre o estar seguro?

Antes de que pudiera responder, mi bey habló primero, con una convicción que hizo eco en el silencio que nos rodeaba.

—Ya hemos elegido nuestro camino, Osman Bey —respondió mi bey, su mirada fija en la de Osman—. Nuestro camino es el tuyo.

Osman Bey asintió lentamente, sus ojos reflejando respeto y determinación.

—Eyvallah —dijo, su voz profunda y cargada de gratitud—. Todavía somos libres, gracias a Allah.

Un murmullo de asentimiento recorrió a los alps. La lucha no había terminado, pero en ese momento, compartíamos una fuerza que iba más allá de las armas. La libertad que habíamos protegido con nuestras vidas y creencias, el compromiso de seguir luchando por lo que era justo, eso era lo que nos hacía verdaderamente libres.

—Entonces, sigamos —ordenó Osman Bey—. No podemos permitir que Tajeddin Noyan siga extendiendo su sombra sobre nuestras tierras. Nuestro próximo paso será decisivo.

Subí al caballo que me ofrecían, mientras los alps formaban una fila detrás de Osman Bey. Sabíamos que la amenaza seguía acechando, pero estábamos listos para enfrentarlo. Y aunque la incertidumbre nos rodeaba, en ese momento, bajo el amparo de la noche, éramos más fuertes que nunca.

 Y aunque la incertidumbre nos rodeaba, en ese momento, bajo el amparo de la noche, éramos más fuertes que nunca

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Entre el deber y el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora