Capítulo treinta y dos

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—¡Quedé! —Chillé de emoción al ver el correo en mi casilla de mensajes

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—¡Quedé! —Chillé de emoción al ver el correo en mi casilla de mensajes. Era martes por la tarde y la notificación me desconcentró de la llamada que estaba teniendo con un cliente quejoso. Al colgar, la abrí ansiosa y cuando leí que me habían elegido no pude evitar hacer un baile de felicidad en mi asiento. Me encargué rápidamente de renunciar a mi trabajo actual y preparar todo lo necesario para empezar mi nuevo puesto, pues me solicitaron que me presentara el día jueves para conocer mis tareas.

No había visto a Thomas desde lo que sucedió el día después de la fiesta de Halloween porque tuvo que viajar al estado de Florida para controlar un proyecto importante y en el que estaban invertidos millones de dólares. Sin embargo, me había mandado mensajes durante todo el fin de semana. Incluso me había desvelado por hablar con él. Con una sonrisa ridícula y la emoción cada vez que llegaba la notificación de sus mensajes, me costó muchísimo pausar la conversación y dormir.

Al primero que le conté la noticia fue a él. Le envié un texto, sin expectativas de que respondiera rápido porque no sabía exactamente si aún estaba fuera de Nueva York trabajando. El día había sido muy atareado tanto para mi como para él, al parecer.


Para: el diablo

Adivina quién consiguió un puesto en Tecnolife como analista en investigación...


Preparé la comida para mis gatos mientras esperaba su respuesta. Ya era la hora de cenar y muchos de los michis a los que alimentaba estaban fuera reclamando sus bocaditos. Mientras servía el último plato, sonó una notificación.


De: el diablo.

¿Cuándo te postulaste para el puesto? No me contaste nada. Igualmente, era obvio que ibas a lograrlo.


Sonreí y respondí rápidamente.


Para: el diablo.

Gracias por la confianza en mí. Parece que nos seguiremos viendo en la oficina después de todo. ¿Qué tal todo en Florida?


Tomé los platitos. Eran cinco, así que me moví lento para que no se me cayera ninguno. Con mi pie, abrí la puerta corrediza de vidrio y al instante que pisé el balcón, los gatitos empezaron a mostrar su entusiasmo. Los puse delicadamente sobre el suelo, pero la cola de uno se puso en mi camino y derramé lo que quedaba del último.

—Margarita, espera, déjame juntarlo... —Tomé granito por granito, teniendo que luchar por la gata que estaba impaciente. Al terminar, me moví a un costado y el animal fue directo a comer. Los miré con orgullo y volví al interior de mi departamento. Toqué la pantalla por si Thomas me había respondido en el tiempo que estuve afuera y sí. Había una respuesta suya.

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora