Capítulo 1: El Peso del Cristal

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El sonido de la alarma llenó la habitación, resonando como un eco distante en la mente de Ethan. Estaba tumbado en su cama, mirando fijamente al techo, consciente de que el mundo seguía adelante sin él. La luz matutina se filtraba a través de las cortinas, un recordatorio de que otro día había comenzado, pero Ethan no se sentía preparado para enfrentarlo. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente parecía atrapada en algún lugar lejano, una tierra de sombras y pensamientos oscuros de la que no podía escapar.

Se giró en la cama, apagando la alarma de un golpe torpe y arrastrando las mantas sobre su cabeza. Quería esconderse, desaparecer, como si las cobijas pudieran protegerlo de la ansiedad que sentía apretándole el pecho. El día apenas había comenzado, y ya estaba cansado.

Llevaba semanas, quizás meses, sumido en este estado. Lo peor era que no podía señalar exactamente cuándo había comenzado a sentirse así. Tal vez había sido gradual, como un cristal que se va agrietando sin que nadie lo note, hasta que un día todo el mundo puede ver las fisuras.

El problema era que no podía explicar su malestar. ¿Cómo describir una sensación que era a la vez abrumadora y vacía? La ansiedad lo atacaba sin previo aviso, y la depresión se asentaba como una niebla espesa, bloqueando cualquier emoción que pudiera haber sentido antes. Pero lo más frustrante era que no había una causa clara para todo esto. Tenía una familia que lo apoyaba, amigos que lo apreciaban, y sin embargo, algo dentro de él estaba roto, y no sabía cómo arreglarlo.

Finalmente, Ethan salió de la cama. Sus pies tocaron el suelo frío de la habitación, una sensación que apenas registró en su mente. Caminó hacia el espejo que colgaba de la pared, observándose con ojos apagados. Las ojeras eran profundas, como marcas de guerra que señalaban las noches de insomnio, y su piel estaba pálida, casi translúcida bajo la luz tenue de la habitación. Parecía una sombra de sí mismo, alguien irreconocible.

Se lavó la cara con agua fría, esperando que eso lo despertara, pero no lo hizo. La sensación de entumecimiento seguía ahí, anidada en su pecho como una roca imposible de mover. Las tareas cotidianas—lavarse los dientes, peinarse, ponerse ropa limpia—parecían maratones imposibles de completar. Sin embargo, lo hizo. Con movimientos lentos y automáticos, se preparó para enfrentar el día.

Apenas habló durante el desayuno. Su madre intentó entablar una conversación, pero Ethan sólo respondió con monosílabos, fingiendo que estaba demasiado concentrado en su cereal para prestarle atención. Afortunadamente, ella no insistió. Ethan sabía que su madre estaba preocupada, lo veía en sus ojos cada vez que lo miraba. Pero él no sabía cómo explicarle lo que estaba sintiendo, porque ni siquiera él lo comprendía del todo. Decir "estoy cansado" no capturaba la magnitud del agotamiento emocional que lo invadía. Decir "me siento perdido" no abarcaba la confusión en la que vivía todos los días.

Cuando finalmente salió de casa, el aire fresco de la mañana golpeó su rostro, pero no le trajo alivio. La brisa sólo parecía recordarle cuán distante se sentía de todo lo que lo rodeaba. Las personas pasaban junto a él, inmersas en sus propias vidas, sus propios problemas, y Ethan se sentía como si estuviera caminando por un mundo hecho de cristal: frágil, a punto de romperse. Pero lo que no sabía era que el cristal que sentía no era el del mundo exterior; era él mismo. Cada paso que daba era cuidadoso, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera hacer que su estructura interna se derrumbara.

Las clases en la universidad fueron un borrón. Las palabras del profesor apenas penetraban la niebla en su mente, y Ethan no tenía energía para tomar notas o seguir el ritmo. Su mente divagaba constantemente, saltando de un pensamiento intrusivo a otro. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Por qué no puedo sentirme como los demás? La soledad que sentía lo envolvía como una manta pesada, haciéndolo sentir que estaba desconectado del mundo que lo rodeaba.

Durante el descanso, Ethan se sentó en su rincón habitual del campus, alejado de los demás estudiantes. Observó cómo los grupos de amigos hablaban y reían, cómo parecían disfrutar de la vida sin esfuerzo. Lo envidiaba. Deseaba poder sentirse así, libre, ligero. Pero en su interior, sólo sentía el peso aplastante de sus propios pensamientos.

Sacó su cuaderno de bocetos, algo que solía traerle paz. Siempre había amado dibujar. En sus momentos más oscuros, el arte era lo único que parecía calmar su mente, permitiéndole desconectarse de la ansiedad por un rato. Pero hoy, incluso eso parecía una tarea imposible. Dibujó algunas líneas en la página, pero rápidamente las borró. Nada parecía salir bien. Las imágenes en su mente estaban distorsionadas, rotas, como él.

Cerró el cuaderno con un suspiro y miró al cielo. Las nubes se movían lentamente, sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. El sol intentaba asomarse a través de ellas, pero era débil, al igual que él. Mirar el cielo siempre había sido una de sus pequeñas fuentes de consuelo, pero hoy se sentía vacío, sin respuestas, sin consuelo. Solo un recordatorio de lo pequeño que era y lo inmenso que parecía el universo.

El día continuó, y Ethan se movió a través de él como un fantasma, apenas presente en las conversaciones y tareas que tenía que completar. Todo lo que quería era que llegara la noche, para poder encerrarse en su cuarto y escapar del mundo una vez más. Pero incluso la noche traía sus propios demonios. El insomnio, las horas interminables de darle vueltas a los mismos pensamientos oscuros, la ansiedad que lo mantenía despierto hasta que su cuerpo se rendía por agotamiento.

Esa noche, cuando finalmente se acostó, cerró los ojos con la esperanza de que el sueño lo llevara lejos de todo. Pero en lugar de la oscuridad habitual, algo extraño sucedió.

Ethan se encontró caminando por una ciudad que no reconocía. Los edificios que lo rodeaban eran altos y relucientes, hechos completamente de cristal. Al principio, la vista era impresionante, como un sueño hecho realidad. Pero cuando se acercó a una de las paredes de cristal, notó algo que lo perturbó profundamente: estaba llena de grietas. Pequeñas al principio, casi imperceptibles, pero cuando miró más de cerca, vio que las grietas se extendían por toda la estructura, haciendo que todo el edificio pareciera a punto de colapsar.

Dio un paso atrás, mirando a su alrededor. No solo era ese edificio. Todo lo que lo rodeaba estaba dañado, roto de alguna manera. Parecía que la ciudad estaba al borde de desmoronarse, como si una simple ráfaga de viento pudiera hacer que todo cayera en pedazos.

Ethan se despertó sobresaltado, su corazón latiendo con fuerza. La ciudad de cristal seguía vívida en su mente, como si realmente hubiera estado allí. Se quedó mirando al techo, preguntándose qué significaba todo eso. Pero no tenía respuestas. Solo sabía que, al igual que la ciudad, algo dentro de él estaba roto, y no sabía si podría arreglarlo.

La Ciudad de Cristal RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora