Tumbados en los sofás del piso, Onyx y Aruna se mantenían en silencio, el primero dormitando entre mullidos cojines, el segundo, atento al murmullo de la televisión encendida y a la conversación de las mujeres sentadas en las sillas de la terraza, en cuya pequeña mesa cuadrada Liv exponía una variedad de inusuales juguetes que había utilizado en numerosas ocasiones con su esposo.
—Ni se te ocurra utilizar mordazas de silicona —le aconsejaba la rubia gesticulando con las manos. Nare tan solo podía escuchar ligeramente boquiabierta—, los que tienen una pelota, ¿sabes los que te digo? —Nare asintió—. Los rompe de un solo mordisco.
—No te creo —le respondió la sirena en un tono escéptico, arqueando las cejas. Liv se hizo la ofendida.
—¿Que no me crees? Pues mira esto.
Un leve resplandor azul emergió de la punta de los dedos de la bruja, dejando tras de sí destellos de un color cían mientras trazaba círculos casi perfectos en el aire. Y de repente, una pelota de golf recubierta por un aura celeste se manifestó en la palma.
—Ven conmigo —se levantó, apretando la esfera mágica.
—Ya voy.
Las sillas chirriaron al arrastrarse sobre las baldosas de terracota, dejando atrás el tenue calor del balcón para adentrarse en el frescor del comedor. Aruna rápidamente se cruzó de piernas, aparentando que estaba concentrado en las noticias y no escuchando a hurtadillas aquella conversación algo salida de tono. Liv entrecerró los ojos, dedicándole una mirada furtiva a su amigo antes de apoyarse sobre el respaldo del sillón donde su marido continuaba durmiendo plácidamente.
Sonriendo con ternura, le retiró los mechones grises que le caían sobre el rostro, colocándoselos detrás de las orejas.
—Onyx, mi amor, despierta un momento —al no obtener respuesta, no dudó en acariciarle las mejillas. El dragón bostezó, entreabriendo aquellos hermosos ojos esmeralda. Onyx se mantuvo inmóvil, disfrutando de la muestra de afecto—. Ahora te dejo seguir con tu siesta, cariño, pero necesito que abras la boca un momento, quiero enseñarle una cosa a Nare para demostrarle que tengo razón.
Él no cuestionó nada. Se incorporó de manera cuidadosa, permaneciendo sentado cerca de ambas. Sin embargo, cuando Liv le mostró la pelota de golf, no pudo evitar dudar de las intenciones de la bruja.
—Abre la boca y muerde —le ordenó, paseándole la bola cerca de los labios—, igual que cuando te pongo esos bozales que tanto odias.
—De acuerdo, pero más vale que me expliques qué pretendes.
Sin añadir ni una sola palabra más, el dios abrió las fauces, mostrando unos colmillos peligrosos. Al principio no ocurrió nada, no obstante, el eco de los crujidos no tardó en escucharse por la habitación. Nare se cubrió la boca de la sorpresa, Aruna se aferró a los reposabrazos como si la vida le dependiera de ello, mientras Liv continuaba sosteniendo la esfera que el dragón partió en dos con suma facilidad.
—Y tú no me creías —se burló la rubia, mostrando orgullosa la mitad de la pelota a modo de trofeo—. Buen chico, cariño —lo felicitó revolviéndole el cabello y dándole un beso rápido en la frente. Onyx ronroneó, notando la magia fundiéndose en su lengua.
—¿Me puedes explicar a qué se debe esto?
—No es nada importante, solo estaba comentando con Nare lo que puede y qué no puede usar contigo. No se creía que podías romper este tipo de mordazas.
—Y ahora lo creo, desde luego —intervino la sirena en un susurro nervioso.
—Por eso yo suelo utilizar los bozales de los canchien —continuó Liv—. Esos no los puede morder, aunque sí se los puede arrancar. Pero nada que un buen nudo en las muñecas no pueda evitarlo. Ah, y embestirlo un par de veces con el strap, eso lo vuelve dócil, un dragón bien amaestrado.
—¿No rompe las cuerdas?
Onyx se encogió de hombros, todavía somnoliento.
—Son caras —le respondió sin más—. Y prefiero las ataduras físicas antes que las mágicas.
—Fascinante —Nare asintió.
—¡Ay, Liv, conmigo no habrías malgastado tanto dinero en tus juguetitos! —gritó Aruna de repente, llevándose una mano al pecho y otra a la frente en un acto dramático. El dragón bufó a modo de advertencia, agachando las orejas—. Si solo te hubiera conquistado antes de que hubiera aparecido Onyx, pobre de nosotros, habríamos hecho una pareja perfecta.
Liv soltó una carcajada irónica, sujetando el cuello del haorí de su esposo, que gruñía a punto de atacar.
—Eres un bocazas, Aruna, solo te quiero como amigo.
—Deberías replanteártelo —le sugirió guiñando un ojo. Onyx lanzó una dentellada al aire.
—Más te vale que cierres esa boca, hechicero, estás sobrepasando los límites.
—Ay, en mi adolescencia esto habría sido un sueño; dos hombres peleándose por mi corazón —suspiró con nostalgia, compartiendo una mirada cómplice con Nare—. Una pena que esos años ya hayan pasado. Aruna, cállate de una vez antes de que mi esposo te descuartice, que eres más tonto que los que saltan por los balcones para tirarse a la piscina.
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Kinktober 2024.
RomanceAdéntrate en este reto cargado de amor, pasión y desenfreno durante 31 días.