El olor a humedad se había vuelto tan familiar que apenas lo notaba. Las paredes de la pequeña habitación de Emilia se estaban desmoronando poco a poco, como si la casa misma compartiera el destino de mi hermana. Un suspiro se escapó de mis labios mientras le retiraba el cabello pegado a la frente. Su respiración era irregular, un recordatorio constante de la batalla que libraba contra la enfermedad que la estaba consumiendo.
Emilia, con apenas diez años, había sido siempre tan alegre, tan llena de vida. Pero ahora solo quedaba una sombra de lo que había sido. Le mojé los labios con un paño húmedo y me arrodillé a su lado, mirándola dormir, preguntándome cuánto tiempo más podríamos resistir. Sabía que el médico clandestino no volvería sin el pago completo, y lo poco que había ganado en las últimas semanas no alcanzaba ni para la mitad de lo que cobraba.
"Todo va a estar bien," me repetí, pero no podía engañarme. Sabía que esa promesa se había vuelto vacía hace mucho tiempo.
Mi madre, como cada noche, estaba tirada en el salón, completamente ebria. El ruido de las botellas rodando por el suelo era una música constante en nuestra casa. Mis manos temblaban cuando recogí las monedas que había ahorrado esa semana y las metí en una bolsita de tela. No era suficiente, pero era lo mejor que podía hacer por ahora. Sabía que la noche en el club sería especialmente exigente. Los "clientes importantes" siempre lo eran.
Me despedí de Emilia con un beso en la frente, sintiendo una punzada de culpa por dejarla sola, pero no tenía elección. Cada vez que cerraba la puerta detrás de mí, era como si dejara una parte de mi alma en esa habitación fría y oscura.
Con pasos apresurados, me envolví en mi capa raída y me dirigí hacia el club. Las calles estaban desiertas, un silencio pesado se cernía sobre la ciudad. La luna apenas brillaba en el cielo nublado, y las farolas proyectaban sombras largas y siniestras en los callejones. A pesar del miedo que siempre me acompañaba, no me detuve. No podía permitirme ser débil, no cuando la vida de mi hermana dependía de ello.
Al llegar a la puerta trasera del club, uno de los guardias me hizo un gesto para que pasara.
—Paulina —gruñó con voz áspera—, esta noche tienes a alguien especial.
Especial. Esa palabra me revolvía el estómago. Sabía lo que significaba. Clientes ricos, poderosos... hombres que veían nuestras vidas como un simple entretenimiento. Pero no podía rechazarlo. Necesitaba el dinero. Asentí con la cabeza, aunque mis manos temblaban levemente mientras ajustaba mi capa.
Me condujeron a través de los pasillos oscuros del club hasta una puerta que no había visto antes. La madera estaba desgastada, pero el pomo brillaba como si lo hubieran pulido hace poco. No hice preguntas. Era mejor no saber quién esperaba al otro lado.
El guardia abrió la puerta y me empujó suavemente hacia dentro. La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por una vela en la esquina. Sentí el frío envolviéndome, y mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Sabía que alguien estaba allí, en las sombras, observándome. Podía sentir su presencia.
—¿Cómo te llamas? —su voz, profunda y grave, resonó en el silencio.
Tragué saliva y respondí, apenas audiblemente.
—Paulina.
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Paulina (Anthony Bridgerton)
FanfictionPaulina, una prostituta que lucha por cuidar a su hermana enferma en los suburbios londinenses, encuentra en Anthony un noble cuya vida está llena de privilegios y expectativas. Su primer encuentro en un club clandestino desafiará los mundos de ambo...