Despedida Fugaz

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Aún recuerdo el día donde la conocí: era el primer día de nuestro cuarto año de secundaria. Entró al salón de clases, meneando su tan peculiar pelo negro alisado. Obsérvese con detenimiento su rostro simétrico, unos lentes con marcos oscuros y una mirada cálida, con la que observó todo el salón de clases y a los presentes.

—Nico, cierra la boca o te vas a tragar una mosca —bromeó Valentino, dejando escuchar su carcajada chillona al verme boquiabierto.

Lo miré con una expresión asquerosa por un gran rato, al menos así fue hasta que escuché mi nombre ser pronunciado por la maestra. Suspiré profundamente, creyendo que me llamó la atención por estar distraído con mi compañero del pupitre a mi izquierda. Estaba equivocado.
Al volver la vista hacia al frente, noté a la chica dedicándome una sonrisa deslumbrante mientras se acercaba a mí con suavidad en su andar.
En ese preciso momento, mis palpitaciones aumentaron; y aunque nunca creí en el amor a primera vista, me sentí flechado.

—Hola, Nicolás —me saludó con una suave y dulce voz—. La profesora Molly me pidió sentarme aquí, al menos el primer día. Me ha dicho que siempre prefieres sentarte solo, así que espero no ser una molestia.

Mi cuerpo se erizó por completo, sintiendo mi respiración agitada. Estoy nervioso.
Es verdad que siempre me gustó estar solo en mi pupitre, y no es que me lleve mal con nadie: al contrario. Pero siempre creí que era una forma de concentrarme.
Aunque esta vez, podía aceptar ser acompañado, algo me decía que esta vez sería distinto.

—Claro, no te preocupes —afirmé, con la voz un poco temblorosa—. Puedes sentarte.

—Qué mal educada —dijo luego de tomar asiento—. Mi nombre es Sofía, mucho gusto.

Le extendí mi mano, y ella me la estrechó. Pude sentir la suavidad en su piel.

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Ya han pasado unos meses y Sofía se volvió mucho más cercana a mí, pasábamos mucho tiempo juntos dentro de la escuela.
Un viernes, donde no teníamos clases por la inasistencia de un profesor, la invité al parque a pasear. No podía creer de donde saqué las fuerzas para pedirselo, pero ella aligero todos mis pensamientos con una respuesta afirmativa; dejándome ver esa sonrisa tan hermosa que tiene. No hay día donde no piense en su sonrisa desde que la conozco.

Ese viernes fue hermoso. Mi amor por Sofía floreció más que nunca.
Recuerdo el estar sentados en una banca mirando a los patos nadar en el lago. Ella los amaba, y yo la amaba a ella.
Al caminar por el parque, observamos a muchas parejas tomadas de la mano y ella, en broma, quiso imitarlas conmigo. Me reí nervioso cuando me tomó de la mano, pero dentro de mí, el pequeño Nicolás estaba saltando de alegría.
Caminando de la mano, me contó sobre su familia y sus pasatiempos; tenía una familia agradable y le encantaba cantar, bailar y escribir.
Por mi parte, preferí evitar hablar sobre eso. Mi relación con mi familia no es muy buena, aparte mi papá nos abandonó hace añares.

—Mi meta por ahora es graduarme e irme de la ciudad, dejar todo atrás —afirmé cuando me preguntó sobre mis sueños.

—¿Planeas dejarme sola, maldito? —preguntó con un puchero en su rostro, frenando en seco y mirándome directamente a los ojos.

—Nunca te dejaría sola, Sofía —respondí con una mueca—. Al menos no hasta que te aburras de mi presencia.

Ella sonrió ampliamente, negando que se aburriera de mí.
Las horas pasaron volando, y a ella, la pasó a buscar su padre en auto. Por mi lado, volví caminando, pero una gran tormenta me atrapó.

—Debí hacerle caso a mamá y traerme un paraguas —susurre a regañadientes.

La lluvia y el mojarme por completo me enfermó, por lo que permanecí en cama tres días. Días que me lamente por no poder haber visto a Sofía.

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⏰ Última actualización: Oct 15 ⏰

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