Capítulo Dos

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El joven tendido en la cama sentía como si estuviera atrapado por un
pesado sueño del que despertaba a ratos. Oía voces, pero no las reconocía. También oía ruidos aislados, como leves pitidos y zumbidos, pero tampoco sabía qué podían ser. Por más que se esforzaba, era incapaz de moverse. No lograba articular los dedos de las manos, ni de los pies... ni siquiera podía abrir los ojos. Los brazos y las piernas le pesaban.

A veces también había una voz profunda, masculina, más diferenciada, y aunque tampoco la reconocía, empezó a aferrarse a ella cuando la oía, desorientado como estaba, igual que un náufrago se aferraría a un salvavidas.

No alcanzaba a entender lo que decía. Tal vez fuera un televisor, y se preguntaba si siempre tendrían sintonizado todo el tiempo un canal extranjero porque parecía que aquel hombre estuviese hablando en otro idioma, o al menos con acento de otro país.

Y a veces se escuchaba música de fondo, música clásica sobre todo, y ocasionalmente cantos de pájaros, olas y ruido de lluvia, como si alguien hubiese recopilado los sonidos más diversos para él. Le encantaban los cantos de los pájaros porque lo hacían sentir que, si pudiera despertarse del todo, sería como despertar al amanecer de un nuevo día.

De pie junto a la ventana, Ohm estudiaba en silencio el rostro de su esposo. Si no fuera por los tubos y las máquinas, cualquiera diría que Pharm solo estaba dormido, con los mechones castaños enmarcando su rostro. Lo había trasladado a una clínica privada, cuando el hospital ya no podía hacer nada más por él, y el personal lo llamaba «el bello durmiente». Llevaba quince meses en estado vegetativo.

Quince meses ya..., pensó, pasándose una mano por el pelo, quince meses
en los que su vida había girado en torno a su esposo, postrado en una cama y sin visos de recuperarse.

Quince meses en los que Pharm había entrado y salido de la unidad de cuidados intensivos, en los que lo habían sometido a distintas intervenciones quirúrgicas. Sus huesos rotos se habían soldado, los cortes y los moratones habían desaparecido; los mejores cirujanos plásticos habían reconstruido con esmero sus facciones, y cada día un fisioterapeuta le movía los brazos y las piernas para que no perdiese el músculo. Y, sin embargo, seguía sin despertar.

Asegurarse de que se repararan todos los daños físicos que había sufrido en el accidente había mantenido motivado a Ohm aun cuando el personal de la clínica había empezado a perder la esperanza de que Pharm despertara.

No podía dejarlo ir; no podía permitir que desconectaran las máquinas. Sin embargo, estaba empezando a darse cuenta de que, por más especialistas a los que consultara y más cuidados que le proporcionaran, el dinero no lo hacía omnipotente, y era posible que Pharm jamás volviera a abrir los ojos.
Se sentó en una silla, junto a la cama, y bajó la vista a sus cuidadas uñas. Había contratado a una manicura para que se las arreglaran con regularidad, y a una peluquera para que le lavara y arreglara también el cabello. Era lo que él habría querido, aunque le había dicho a la peluquera que no se lo alisara, como acostumbraba hacer Pharm. Él no habría estado de acuerdo con ese cambio, pensó, sintiéndose algo culpable, mientras acariciaba distraído las puntas rizadas de sus mechones.

–Una vez te amé –le dijo en un tono casi desafiante, en el silencio de la habitación.

Uno de los dedos de Pharm se movió ligeramente. Ohm se quedó paralizado y miró fijamente su mano, que seguía en la misma posición. No, tenía que haber sido su imaginación, se dijo. No era la primera vez que había tenido una impresión de ese tipo.

Lo entristecía que Pharm estuviera tan sola. Los paparazzi habían intentado colarse en el edificio para sacarle una foto, pero no había ido a verlo ningún amigo. Él era el único que lo visitaba. Solo habían llamado para preguntar por él su agente y algunas personas con las que mantenía una relación profesional, y cuando se enteraron de que se había quedado en coma dejaron de llamar.

Sin memoria de ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora