Capitulo Tres

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Mientras la limusina avanzaba por el largo camino de acceso hacia el
palacete que se divisaba a lo lejos, Pharm lo miraba todo con los ojos muy abiertos, maravillado, aunque tratando de disimular. Parecía que su marido era muchísimo más rico de lo que había dado por hecho. Pero, por extraño que le resultara, aquella era su vida, se recordó, intentando calmarse, y aquel era su hogar.

El palacete, que Ohm le había dicho que recibía el nombre de Madrigal Court, no podría ser más hermoso, pensó admirando los reflejos del sol en la hilera de altas ventanas. Por el intrincado diseño del edificio dedujo que debía ser muy antiguo. ¿De la época de los Tudor, tal vez?

Alargó el brazo y tomó la mano de Ohm, entrelazando sus dedos con los de él. Se sentía tan halagado y agradecido de que se hubiese tomado el día libre para pasar junto a él el momento de su vuelta a casa.

Ohm, a quien aquel gesto lo pilló totalmente desprevenido, lanzó una mirada furtiva a sus manos unidas e inspiró profundamente para intentar mantener la calma. No podía dejar de imaginarlo entrando en el vestidor y gritando de emoción: «¡Estoy en casa!».

Sin embargo, aquella nueva versión de Pharm no daba chillidos ni gritos, y su voz hasta sonaba más suave. Era uno de los muchos cambios que estaba notando en él y que lo inquietaban. Era como si le hubieran hecho un trasplante de personalidad. ¡Por Dios, si hasta había llorado cuando le había dicho que sus padres habían fallecido antes de que él lo conociera y que no tenía otros parientes que pudieran ayudarlo a recobrar la memoria!

Aunque tal vez hubiera fotos de familia entre sus cosas.

A petición suya le había llevado el anillo de boda y al ponérselo Pharm lo
había hecho con tal delicadeza, como si fuera algo especial y no la sencilla alianza que había desdeñado años atrás como «poco imaginativa». Una joya sin piedras preciosas no tenía valor alguno para él.

Y aquel cambio no era el único que lo sorprendió; ahora Pharm también seguía sus consejos. No había vuelto a pedirle un teléfono móvil ni poder buscar información sobre sí mismo en Internet, y lo impresionaba porque antes del accidente vivía enganchado a su smartphone.

¿Cómo podía ser que no lo echase de menos? Claro que también podía ser que, por la amnesia, no recordara qué o a quién tenía que echar en falta.
Como ese actor casado que había llamado para preguntarle por la salud de Pharm, pensó, notando cómo se endurecían sus facciones. Sin duda había oído los rumores de que estaba recuperándose del accidente.

Sospechaba que había habido algo entre ellos, pero se recordó que, por suerte, aunque aún estuviesen casados desde el punto de vista legal, la vida sexual de Pharm ya no era asunto suyo.

Cuando el mayordomo les abrió la puerta, Pharm le sonrió y le dijo: –Disculpe, no recuerdo su nombre. ¿Cómo se llama?

–Stevens, señor –respondió el anciano.

Al entrar en el enorme e imponente vestíbulo, Pharm miró a su alrededor
admirado.

–¡Vaya! ¡Qué bonito es todo! –exclamó.

Ohm frunció el ceño.

–Pero si odiabas esta casa... –se oyó replicar a sí mismo, en un murmullo–.
Querías una casa moderna, una de esas enormes en una zona residencial de lujo, con piscina, garaje para varios coches, jacuzzi... Yo me negué porque este había sido el hogar de mi familia materna durante siglos, y aunque no llegué a conocer a mi madre me gustaba pensar que ella había vivido aquí.

–¿Dices que odiaba esta casa? –exclamó Pharm con incredulidad, girándose para mirarlo–. Imposible...

Parecía tan aturdido que Ohm se dio cuenta de que debía tener más cuidado con lo que le decía y cómo se lo decía.

Sin memoria de ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora