Capítulo Cuatro

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— Me gustaría conocer algunos detalles sobre el accidente –le pidió
Pharm a Ohm durante la cena, dos semanas después.

–No creo que sea buena idea –respondió él.

Por primera vez, a Pharm le entraron ganas de darle un guantazo a su
marido por seguir tratándolo como a un niño al que tenía que evitar el más mínimo malestar.

–No estoy de acuerdo. De lo poco que me has dicho es que yo no iba al volante. ¿Quién conducía?

–Uno de mis chóferes.
Desgraciadamente murió en el accidente –le explicó Ohm–. Se llamaba Paul Jennings.

Pharm palideció.

–¡Qué horror! Debería ir a ver a su familia para darles el pésame. ¿Me darias su dirección?

–No tienes por qué hacerlo. No estaba casado ni tenía hijos; vivía con su madre, una mujer anciana. Ya le he dado el pésame yo en nombre de ambos, y me he asegurado de que, durante el tiempo que le quede de vida, estará bien atendida y no le faltará de nada –le aseguró Ohm.

–Aun así creo que lo menos que puedo hacer es visitarla para darle el pésame en persona –respondió Pharm con firmeza.

Ohm casi puso los ojos en blanco ante aquel inesperado despliegue de preocupación por parte de Pharm. Apretó los labios. Cada vez que lo miraba lo irritaba lo hermoso que era, lo... tentador que era. Como en ese momento, sentado frente a él, con el cabello ensortijado enmarcándole el rostro. Aun sin una gota de maquillaje seguía estando guapísimo. Y hasta se había puesto unos vaqueros de lo más  normales y corrientes y unos zapatos planos. Estaba casi irreconocible, pero
no iba a dejarse embaucar por esa transformación porque estaba seguro de que no duraría, de que era imposible que durase. Era inevitable que, cuando recobrase la memoria, volvieran a resurgir su carácter obstinado y su sed insaciable de cosas caras, amantes y exposición mediática. Y él, desde luego, se alegraría cuando ocurriera, porque al fin podría poner punto final a su matrimonio y alejarse de Pharm.

–¿Quieres que te cuente todos los detalles del accidente? –le preguntó–. ¿Aunque puedan alterarte?

Lo cierto era que ocultándole cosas tampoco lo ayudaba a adaptarse en su regreso al mundo de los vivos. Pharm, algo preocupado por esos detalles que no le había contado, asintió con vehemencia.

–Sí.

–Está bien. Iba otro chico contigo en la limusina, y también murió –le dijo Ohm–. La policía no sabe por qué estaba contigo y, aunque indagué un poco acerca de él antes del entierro, no encontré ninguna información que pudiera explicar qué hacía contigo ese día.

Pharm frunció el ceño.

–Sí que es raro... ¿Y quién era?

–Era camarero en una cafetería de Londres, aunque dejó su empleo ese
mismo día, mencionando que le había surgido una emergencia familiar. Sin embargo, por lo que he podido averiguar sobre él, ni siquiera tenía familia – le explicó Ohm, encogiéndose de hombros–. Supongo que jamás sabremos por qué te acompañaba ese día, a menos que recuperes la memoria.

Aquel asunto de el chico misterioso inquietó a Pharm igual que el descubrir que en su habitación no había demasiados objetos personales. Había hojeado una docena de álbumes con recortes de revistas con escandalosos titulares y fotos de él en distintos clubes nocturnos con otros hombres, pero no había encontrado ni una sola fotografía de sus padres o de su infancia y adolescencia. Era como si hubiera vivido su vida exclusivamente a través de los medios y nada más le hubiese importado, y eso lo entristecía, porque su anterior vida le parecía ahora superficial y vacía.

Sin memoria de ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora