Capítulo Seis

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— Está aquí su esposo, señor Thitiwat –informó a Ohm su secretaria–.
Dice que necesita hablar con usted.

Sorprendido, pues Pharm jamás había ido al banco a verlo, Ohm se levantó de inmediato de su escritorio y le dijo a su secretaria que lo hiciera pasar.
Pharm entró y su secretaria cerró para dejarlos a solas. Nada más verlo, Ohm supo que había ocurrido algo malo. Tenía la mirada perdida, estaba muy pálido y se había detenido a unos pasos de él entre vacilante y tenso.

–¿Qué ha pasado? –le preguntó en un tono quedo–. Debería alegrarme porque es la primera vez que sales de casa desde que abandonaste la clínica, pero tienes mala cara.

–Perdona, no debería haber venido a tu lugar de trabajo –murmuró Pharm.
Le había impactado tanto la noticia que ni se le había pasado por la cabeza que no era lo más acertado–. Debería haber esperado a que llegaras a casa. Será mejor que me marche; ya hablaremos antes de que te vayas al aeropuerto.

–No, espera –dijo Ohm, rodeando la mesa y acercando una silla–. Siéntate; es evidente que hay algo que te preocupa. ¿Quieres una taza de té?, ¿o un café?

–Un café estaría bien –respondió Pharm, con la esperanza de que la cafeína hiciera que se asentaran un poco sus revueltas emociones. Se sentía como si el suelo se hubiera hundido bajo sus pies.

Dependía demasiado de Ohm, admitió desolado para sus adentros. Desde que había despertado del coma había construido toda su vida en torno a él, y la idea de que su matrimonio no fuera más que un cruel espejismo lo había hecho derrumbarse y se hallaba a la deriva en un mar de inseguridad y arrepentimiento.

Ohm le tendió el café que le había pedido, y al tomar el platillo y la taza la alivió tener algo con lo que poder ocupar sus manos.

–Esta mañana fui a ver a la madre de Paul Jennings –comenzó a explicarle. Ohm se sentó frente a él, en el borde de su mesa.

–Sí, mi secretaria me dijo que le habías pedido la dirección. Me pareció
estupendo que por fin te decidieras a salir de casa –comentó–. ¿Es que no ha ido bien?

–No, no es eso –replicó él, visiblemente tenso–. Es que... compré una revista porque vi mi cara en la portada.

–Dio... –masculló Ohm–. Debería haber previsto que podrías hacer algo así.

Pharm levantó la barbilla y lo miró con decisión.

–No puedes protegerme de todo, Ohm. Y no deberías intentar protegerme de la verdad –le dijo–. Si es cierto que estábamos divorciándonos antes del accidente, deberías habérmelo dicho hace semanas.

Ohm levantó una mano para interrumpirlo y se incorporó.

–Sí, ya lo sé –continuó Pharm a pesar de todo–: me imagino que el doctor Selby, o algún otro médico te advirtió de que podría ser traumático que afrontase algo así en mi frágil estado. Pero no estoy de acuerdo con esa actitud sobreprotectora. Vuelvo a estar en el mundo real y tengo que hacerme a él de nuevo, aunque me resulte duro o me desestabilice. No soy un niño.

Ohm lo estudió pensativo. Lo admiraban la dignidad y el autocontrol que estaba demostrando en aquél situación tan estresante. Era algo que no se habría esperado de él; Pharm siempre había sido más de ponerse a despotricar, histérico, y de echarle la culpa a todo el mundo y no reconocer su responsabilidad. Inspiró profundamente y aceptó lo inevitable: Pharm había descubierto la verdad y no podía seguir negándolo: –Sí, estábamos en proceso de divorcio cuando ocurrió el accidente – admitió.

–Pero... ¿por qué? –le preguntó

Pharm, sin irse por las ramas.

Ohm lo escrutó un momento antes de contestar. Parecía tan frágil, y estaba tan pálido... No sabía cómo iba a decirle que había estado engañándolo con varios hombres, con cualquiera, de hecho, que pudiera ayudarlo a abrirse camino en la industria del cine. No podía dejar caer sobre él en esos momentos la fea verdad con todo su peso. Bastante duro debía haber sido ya para él, que le había dicho la noche anterior que creía que lo amaba, descubrir que habían estado divorciándose antes del accidente.

Sin memoria de ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora