Capítulo Siete

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Durante el trayecto en coche desde el aeropuerto de Florencia Pharm
se sentía tranquilo y relajado. Ni siquiera la había irritado que hubieran tenido que salir de Londres al alba porque el cambio de ambiente era un alivio para él y una manera de escapar de sus pensamientos inquietos y repetitivos.

El día anterior esos mismos pensamientos casi lo habían empujado a comprar otras revistas de cotilleos en busca de nueva información acerca de su matrimonio. Sin embargo, consciente de que no le serviría de nada, porque ya sabía todo lo que necesitaba saber por el momento, se había obligado a concentrarse en seleccionar la ropa que necesitaría para el viaje con la ayuda de la estilista que Ohm había hecho que se desplazase a Madrigal Court esa tarde.

El conjunto blanco y azul que llevaba puesto había sido una buena elección para el calor estival de Italia. Además, no era atrevido ni la última moda, como la ropa que había encontrado en su vestidor, pero era elegante y le favorecía, porque resaltaba de una manera sutil sus curvas.

Estaba empezando a pensar que quizá estuviera ganando peso. Quizá la obsesión que había tenido antes del accidente por vigilar lo que comía se debiera a que tenía tendencia a engordar. Sin embargo, al salir del coma había estado demasiado delgado, y ahora le parecía que el peso que tenía era mucho más sano.

–¿Había estado antes en Florencia contigo? –le preguntó a Ohm.

–No. Intenté traerte un par de veces, pero nunca tenías un hueco en tu agenda. Siempre había algún evento, alguna inauguración o algún desfile de moda que no te podías perder.

–¿Te criaste en la casa en la que vamos a alojarnos? –inquirió Pharm con curiosidad.

Para su sorpresa, Ohm se rio y sus ojos negros brillaron, como si la sola
idea lo divirtiera.

–No, la compré y la rehabilité hace unos años. A veces se me olvida que
sigues con amnesia. No, me crie en un espléndido palacete en el Gran Canal de Venecia, junto a mi padre.

–¿Quieres decir que tu madre...?

–Sí, por desgracia murió al dar a luz. Tenía problemas de corazón –le explicó Ohm–. Creo que mi padre jamás me perdonó que fuera la causa de su muerte. Más de una vez me dijo que era la única mujer a la que había amado y que por mi culpa la había perdido. Murió el año pasado; jamás tuvimos una relación estrecha.

–¡Qué triste!, ¡qué lástima! –murmuró Pharm–. Ojalá mis padres hubieran vivido lo suficiente como para que hubieras podido conocerlos; así podrías contarme algo más de ellos.

–Nunca tuve la impresión de que te preocupara no tener familia –le confesó Ohm–. De hecho, parecía que era algo que iba con tu carácter, que no necesitabas a nadie. Te gustaba estar solo.

–¿Crees que por eso no quería tener niños? –le preguntó él abruptamente.

Ohm resopló entre dientes.

–No, decías que había múltiples razones por las que no querías hijos: el efecto que tendría en tu cuerpo, el riesgo que suponía para tu incipiente carrera, que la responsabilidad de ser padre coartaría tu libertad...

Pharm asintió. Estaba claro que su carrera lo había sido todo para él, pero aun así la sorprendía que se hubiese mostrado tan reacio a tener hijos porque, durante el tiempo que había pasado en la clínica, cuando había visto a los niños pequeños que iban a visitar a otros pacientes se había encontrado observándolos con una sonrisa en los labios y le infundían mucha alegría.

–Lo de que no quería hijos... ¿te lo dije antes de que nos casáramos? –le preguntó a Ohm.

–No –fue la sucinta respuesta de él–. Si lo hubiera sabido no me habría casado contigo, pero, para ser justo, tampoco me engañaste diciéndome lo contrario. Luego, con el tiempo, me di cuenta de que simplemente habías evitado el tema para no decir algo que te habría comprometido –añadió–. Pero no sé ni por qué estamos hablando de esto; lo último que necesitaríamos ahora sería complicarnos la vida con un niño –comentó con ironía.

Sin memoria de ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora