Capítulo 11: El último día

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Hoy era el viaje de egresados, y aunque debía ser emocionante, en casa las cosas se estaban tornando tensas. Esa tarde, cuando mencioné a mi papá que necesitaba el dinero para terminar de pagar el viaje, todo se salió de control.

—¿Cómo que más dinero? ¡Ya te di bastante para ese viaje! —respondió, sin ni siquiera levantar la vista de la pantalla del televisor.

—Sí, papá, pero surgieron más cosas... Además, ¡es mi viaje de egresados! Todo el mundo va a ir, no quiero ser la única que no puede disfrutar como los demás —traté de explicarle, respirando hondo.

—"Todo el mundo", claro. No tienes que hacer lo que todos hacen, Valentina. La vida no es una fiesta, y deberías aprenderlo ya. No pienso gastar más en esto. Haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo.

Me dolieron sus palabras más de lo que esperaba. La frialdad en su tono era como una pared impenetrable. Sabía que discutir con él a veces era como hablarle a una roca, pero esta vez no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.

—Papá, ¿es que alguna vez me apoyás en algo? ¡Es solo un viaje! ¡Todos mis amigos van a estar ahí! ¿Es tanto pedir? —Ya no podía controlar el tono de mi voz, ni las lágrimas que empezaban a formarse en mis ojos.

—¿Apoyarte? ¿Sabés cuántas cosas he tenido que dejar de lado para darte una vida decente? —Me miró finalmente, con una mezcla de frustración y cansancio en sus ojos—. No podés andar por la vida esperando que te lo den todo.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Cada palabra suya se sentía como una pequeña herida abierta. Y yo, por primera vez, dejé salir todo lo que había guardado.

—Quizás si fueras un padre de verdad, entenderías cómo me siento. Pero claro, es más fácil mirar al televisor y culparme por tus problemas.

Su expresión cambió de inmediato, y por un segundo, pensé que me iba a gritar, que iba a decir algo que lo lamentaría. Pero en lugar de eso, simplemente se quedó en silencio, devolvió la vista a la pantalla, y murmuró apenas:

—Hacé lo que quieras. No te necesito en esta casa para que me faltes al respeto.

Sentí un vacío en el estómago al escucharlo. Me di vuelta sin decir nada más y me fui a mi cuarto, tratando de ahogar el grito de frustración y rabia en mi garganta. Esa noche empaqué con rapidez, lanzando ropa en la maleta sin realmente pensar en lo que estaba poniendo.

Horas después, en el avión...

Intentaba distraerme con los auriculares, pero el espacio cerrado, la falta de sueño y el peso de la discusión con mi padre comenzaban a pasarme factura. Lucas y Sofía estaban sentados unos asientos más adelante, charlando y riendo. Yo solo quería que el vuelo terminara.

De pronto, la sensación de angustia se fue apoderando de mí. La respiración se me aceleró, y sentí el sudor acumulándose en mis palmas. Todo el aire del avión parecía escasear, como si me ahogara con cada intento de respirar.

Empecé a temblar, y me tapé la cara para que nadie me viera. Sofía me vio y se acercó, preocupada.

—Valen, ¿estás bien? —me susurró, pero en su voz noté que estaba realmente preocupada.

Quise responderle, decirle que todo estaba bien, pero la ansiedad me tenía completamente atrapada. Lucas también se acercó, y al verlos juntos tan preocupados, sentí una pizca de alivio, como si de alguna forma ellos fueran la única cuerda a la que podía aferrarme.

Lucas se sentó a mi lado y tomó mi mano. Su voz era suave y calmada.

—Respirá conmigo, ¿sí? Inhalá profundo. Estamos acá. No pasa nada.

Con su ayuda, poco a poco comencé a recuperar el control, aunque la incomodidad persistía. Miré por la ventana, tratando de ignorar el recuerdo de la pelea con mi padre, preguntándome si algún día llegaríamos a entendernos.

El alivio que sentí al ver a Lucas y Sofía a mi lado fue como un ancla en medio de esa tormenta que me ahogaba. Lucas seguía sosteniendo mi mano, y poco a poco, mi respiración se fue estabilizando. Pero, al levantar la mirada, noté que Sofía nos observaba con una expresión que, aunque trataba de disimular, no lograba ocultar del todo su incomodidad.

—¿Estás mejor? —me preguntó Sofía, con una leve tensión en la voz.

Asentí, sin atreverme a mirar a Lucas. Él aún no había soltado mi mano, y su contacto me brindaba esa calma que tanto necesitaba. Sin embargo, sentía la mirada de Sofía como un peso entre nosotros.

Finalmente, me decidí a soltarme suavemente. La última cosa que quería era generar más tensión entre ellos dos.

—Sí, ya estoy mejor... Gracias a los dos —dije, tratando de sonreír para alivianar el ambiente, pero había algo entre nosotros que no podía ignorar.

Sofía se limitó a asentir y regresó a su asiento sin decir nada. Lucas me dio una palmadita en el hombro y regresó también, aunque noté que me lanzaba una mirada de reojo, como asegurándose de que realmente estaba bien. Agradecí el gesto, pero me quedé sintiendo la incomodidad que había dejado en el aire. No había sido mi intención, pero las cosas entre Sofía y yo ya estaban tensas, y esto lo hacía aún más evidente.

Afortunadamente, logré mantener la calma durante el resto del vuelo, centrándome en mi respiración y en el suave balanceo del avión. Aunque la ansiedad seguía latente, el paisaje que se iba asomando por la ventanilla me distrajo, recordándome que finalmente estábamos a punto de llegar a Bariloche.

Cuando el avión aterrizó, el alivio fue inmediato. Bajé las escaleras con una mezcla de nervios y entusiasmo, sintiendo que este viaje podría ser una oportunidad para dejar atrás todas las tensiones, al menos por unos días.

ValentinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora