La cosecha

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Paulina

El aire fresco de la mañana era mi única salvación, el único respiro de la realidad que me envolvía cada día. A lo lejos, los trabajadores del huerto se movían con rapidez, sus cuerpos inclinados sobre la tierra mientras arrancaban los frutos del suelo. Mi madre, por su parte, estaba increíblemente concentrada. En estos momentos parecía otra persona, casi irreconocible, con las manos manchadas de tierra y una energía que contrastaba con el letargo al que el alcohol la había sometido. Aquí, en el huerto, era donde recuperaba algo de su dignidad, aunque solo fuera por unas horas.

—Pásame las zanahorias, Paulina —me dijo sin levantar la mirada, su tono firme y decidido.

Le entregué el manojo que había arrancado, observando sus dedos temblorosos mientras los tomaba. Me pregunté cuánto tiempo más podría mantener esta fachada de fuerza antes de que su cuerpo simplemente se rindiera.

—Deberíamos descansar un poco, madre —le sugerí suavemente, sabiendo que la insistencia solo la haría tensarse aún más.

—Ya descansaremos cuando acabe la cosecha —respondió ella, cortante. La conversación quedó en el aire, como tantas otras veces. Ella y yo ya no éramos capaces de hablar de verdad.

Mientras volvía a inclinarme para arrancar otro puñado de zanahorias, sentí una mano cálida rodear la mía. Beatrice. Mi amiga de la infancia, con su sonrisa luminosa y su energía contagiosa, siempre encontraba la manera de iluminar incluso los momentos más oscuros.

—Paulina, ven aquí —dijo en un susurro emocionado, tirando suavemente de mi mano—. Tengo que contarte algo.

Dejé las zanahorias a un lado y la seguí, ambas nos apartamos del grupo, caminando hacia la sombra de un árbol cercano. La luz del sol se filtraba entre las hojas, creando un juego de sombras que contrastaba con la emoción en los ojos de Beatrice. Sabía que lo que fuera a contarme sería importante para ella, aunque no estaba preparada para lo que vino después.

—¡Paulina, han llegado rumores! —me dijo con la voz apenas contenida por la excitación—. ¡Los Bridgerton estuvieron en el club el otro día!

Su entusiasmo me golpeó como un torrente. Los Bridgerton. Esos hombres ricos y poderosos que eran la comidilla de la ciudad, demasiado distantes de nuestro mundo como para que sus caminos se cruzaran con los nuestros de forma significativa.

—¿Los Bridgerton? —repetí, intentando procesar lo que acababa de decirme.

—Sí, Paulina, ¡los Bridgerton! —insistió ella, apretando mi mano con fuerza—. Esos hombres podrían cambiar nuestras vidas, sacarnos de esta pobreza. ¿Te imaginas? ¡Con solo uno de ellos... uno de ellos podría enamorarse de ti! De nosotras...

Beatrice siempre había tenido una forma soñadora de ver el mundo, una especie de optimismo que yo nunca había podido compartir. A veces envidiaba su capacidad para soñar con algo mejor, para creer que había una posibilidad de salir de esta vida, de que algún noble pudiera mirarnos más allá del momento fugaz en el que le servíamos en el club. Pero yo sabía mejor que ella lo que significaba tener uno de ellos cerca.

—Beatrice, no seas ingenua —dije, sacudiendo la cabeza, intentando devolverla a la realidad—. Ningún noble se casará, ni mucho menos se enamorará, de una prostituta. Nosotras somos solo un pasatiempo para ellos, una distracción. Y cuando se cansan, nos dejan. Siempre lo hacen.

Vi cómo su entusiasmo se desinflaba ligeramente, pero sus ojos seguían brillando con esa chispa de esperanza que yo no podía apagar.

—Pero... ¿y si esta vez es diferente? —me susurró, con esa mirada dulce que siempre me hacía dudar de mi propio cinismo—. ¿Y si alguno de ellos nos ve realmente? ¿Nosotras, Paulina, no somos solo lo que hacemos en el club?

Tragué saliva, las palabras de Beatrice chocando con algo dentro de mí que no quería reconocer. No le iba a contar lo que había pasado entre Anthony y yo, ni la manera en que su mirada había sido más profunda, más inquisitiva, como si me viera de verdad, aunque solo fuera por un segundo. Me obligué a recordar que eso no significaba nada. Los nobles no se quedaban. Nunca.

—Beatrice, ellos no son diferentes —insistí, pero mi voz sonó un poco más insegura de lo que me hubiera gustado.

Anthony Bridgerton me vino a la mente, y con él, la extraña sensación que me había dejado su comportamiento. Había algo en la manera en que me había hablado, en la forma en que sus ojos se habían quedado fijos en los míos, como si hubiera visto más de lo que yo quería mostrar. Pero no debía pensar en eso. No podía permitírmelo.

—No te hagas ilusiones —le advertí suavemente—. Lo único que nos espera de esos hombres es el olvido.

Beatrice se quedó en silencio tras mis palabras, pero pude ver cómo el brillo en sus ojos se apagaba lentamente. Nunca me había gustado arrebatarle su optimismo, pero a veces sentía que tenía que protegerla, sobre todo de la cruda realidad. Aun así, vi que mis palabras la habían golpeado más de lo que pensaba. No era justo.

Suspiré y me aparté el cabello de la cara, mirando hacia el huerto. Los trabajadores seguían con su labor, ajenos a nuestra conversación. Sentí una punzada en el pecho al ver la expresión decaída de Beatrice, y una pequeña parte de mí quiso hacer algo para devolverle esa sonrisa que tanto me alegraba desde que éramos niñas.

—Oye... —dije al cabo de un rato, tomando su mano de nuevo—. ¿Por qué no vamos luego al mercado? —Me esforcé en que mi voz sonara animada, incluso despreocupada—. Podríamos distraernos un poco. Siempre hay cosas interesantes por ver allí, y... bueno, ya sabes, es donde también suelen ir los nobles.

No mencioné a Anthony, pero su nombre cruzó mi mente de inmediato. ¿Por qué lo estaba sugiriendo? ¿Era realmente por Beatrice, o había algo más detrás de mi impulso? No pude evitar preguntarme si, en el fondo, quería volver a verlo, aunque fuera de lejos. ¿Acaso esperaba algo? ¿Una mirada, una palabra? Me maldije a mí misma por tener esos pensamientos. Anthony Bridgerton no era más que un hombre rico que se cruzó en mi camino. No podía significar más que eso.

—¿Al mercado? —Beatrice alzó la vista, sus ojos recuperando algo de su brillo—. ¿De verdad?

Asentí, intentando sonreír con convicción.

—Claro, Beatrice. No podemos vivir solo para trabajar. Un paseo por el mercado nos hará bien.

Ella me abrazó con fuerza, y aunque me sentí bien por haberle devuelto algo de alegría, una parte de mí seguía cuestionando mis propios motivos. ¿Por qué me importaba tanto? Intenté ignorarlo, convencida de que no tenía sentido darle vueltas a algo que nunca podría ser.

—¡Vamos entonces! —exclamó Beatrice con entusiasmo renovado—. ¿Te imaginas si vemos a algún noble? ¡Oh, Paulina, podría ser nuestra oportunidad!

Sonreí levemente, mientras en mi interior una batalla silenciosa se libraba. ¿Anthony Bridgerton estaría allí? ¿Y por qué, después de todo lo que le había dicho a Beatrice, una parte de mí deseaba volver a cruzarme con él?

Paulina (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora