En su vastedad, la ciudad se extendía hasta el horizonte. Las incontables luces iluminaban la noche. En lo alto del rascacielos, Zeon se encontraba de pie, abrazado por la espalda por su mujer.
Sentían el viento frío de la noche mientras sus pensamientos volaban hacia el futuro, llenos de esperanza. Las manos de Zeon acariciaban suavemente las de su esposa, su tacto deslizándose dulcemente por su nuca. Era una escena extraña, él no solía estar al frente, pero en ese momento no importaba. Estaban en la cima de sus vidas, con un hijo recién concebido.
Sin embargo, más allá de la calma de ese instante, algo sucedía en lo profundo del espacio, un evento que ninguno de los dos podría controlar, algo que movería los cimientos de su existencia: las plagas.
En una ciudad muy similar, en otro lugar, un momento trágico estaba por acontecer. Mientras Zeon y Zaret se dejaban llevar por las llamas de su pasión, algo completamente diferente descendía del cielo en llamas. Rompiendo las nubes, quemando el aire a su paso, una montaña de fuego abrazaba la ciudad con olas carmesíes y naranjas. El fuego arrasaba con todo, y mientras en las llamas del amor se forjaba nueva vida, en las del infierno se consumían almas, alimentadas por el mismo Satanás.
Sonido de televisor encendiéndose.
Un murmullo se oía de fondo, algo lejano, aparentemente irrelevante para ellos:
"Se cree que la causa del incidente fue un error en el ángulo de reingreso de la estación espacial Apofis. Aún no se sabe la gravedad de los hechos, pero testigos aseguran que el calor era intenso a kilómetros del impacto. Múltiples figuras extrañas fueron vistas saliendo de las llam..."
—Ya apaga eso, se te va a hacer tarde —dijo Zaret juguetona, arrebatando el control remoto de la mano de Zeon—. Mejor apúrate.
Zeon estaba inclinado hacia adelante, sentado en el sillón con un cepillo de dientes en la boca. Sin camisa, su torso musculoso mostraba años de duro entrenamiento. Sus brazos bien definidos y su piel blanca contrastaban con su cabello negro, peinado hacia atrás. Llevaba pantalones negros y estaba descalzo sobre la alfombra de la espaciosa sala. Estaba tan absorto que casi babeaba.
—Si no fueras tan guapo, me molestaría lo tonto que eres —dijo Zaret con una sonrisa.
—¿Qué...? —Zeon aún no había procesado que su esposa le había quitado el control remoto. Ahora miraba su propio reflejo en la pantalla negra del televisor apagado.
Siguió recostado en el sillón, con la mandíbula ligeramente caída y el cepillo de dientes aún en la boca, cuando sintió un suave tirón en el cabello. Zaret lo miraba desde arriba, vestida con una pijama casi translúcida que dejaba entrever su figura. Sostenía una percha con una camisa blanca y una corbata en la otra mano.
—Muévete.
Ya en la calle, rumbo a la oficina, Zeon escuchaba murmullos a su alrededor.
—¿Escuchaste las noticias? Dicen que un tercio de la ciudad quedó devastado.
Aunque seguía caminando, las palabras resonaban en su cabeza. Una extraña punzada le atravesaba el corazón, una presión creciente que no lograba entender. El día transcurrió normalmente: los mismos problemas, las mismas dificultades, los mismos compañeros, las mismas caras, una y otra vez. Pero algo se sentía diferente. ¿Qué era esa sensación de desasosiego que no lo dejaba en paz? ¿Qué era?
—Se acercan nubes de tormenta —dijo un compañero, de pie frente a un ventanal, con una taza de café en la mano.
Al escuchar esas palabras, un vacío invadió a Zeon. Todo el calor de su cuerpo desapareció, sus vellos se erizaron, y sus piernas comenzaron a perder fuerza. Con las pupilas dilatadas, empezó a correr hacia su hogar. Imágenes confusas pasaban por su cabeza. ¿Qué demonios le estaba pasando? Mientras corría, el viento se hacía más fuerte. Era como si toda la basura de la ciudad hubiera empezado a girar en remolinos por el inicio de un huracán.
Corrió con todas sus fuerzas, forzando sus piernas al límite. ¿Por qué lloraba? ¿Qué demonios le ocurría? Al llegar a casa, empujó la puerta y gritó el nombre de su esposa.
—¡Zaret! ¡Zaret! ¿Dónde diablos estás?
Subió las escaleras a tumbos, sin darse cuenta hasta entonces del fuerte viento que soplaba.
—¿Qué demonios...? —se cubrió el rostro.
El ventanal del segundo piso estaba completamente roto. El ruido del viento no le dejaba escuchar bien. Afuera, sonaban alarmas, autos chocando, gritos por todos lados. Era como si, de repente, sus oídos se hubieran destapado y el caos volviera a golpear sus sentidos. Algo arañaba una puerta.
—Cariño... ¿Zaret?
Un grito ahogado rompió el silencio:
—¡Zeon! ¡Zeon! Ayúdame, por favor, ¡ayúdame!
La piel de Zeon se erizó nuevamente, pero esta vez un calor extremo recorrió su cuerpo, quemándole la piel, como si todos sus vasos sanguíneos se abrieran de golpe. Corrió como un animal en dirección al baño y, al llegar, vio un rastro de sangre. Al ver la sangre, su ira estalló. Con los ojos desorbitados y el pecho hinchado de furia, apretó los dientes, tensando cada músculo de su cuerpo. Sentía electricidad recorriendo todo su ser.
Sin dudarlo, se lanzó desarmado hacia la criatura que rasgaba la puerta del baño.
—¿¡Qué demonios hiciste!?
La cabeza del ser giró sobre sí misma, 180 grados, pero a Zeon poco le importó. Con todas sus fuerzas, lo tomó por una de sus patas y lo levantó en el aire, azotándolo contra la pared del pasillo como si fuera una almohada. El monstruo tenía un largo cuello que culminaba en una cabeza calva, sin ojos. Sus fauces descomunales estaban llenas de dientes afilados como los de un tiburón. Sus extremidades delanteras terminaban en cuchillas similares a las de una mantis, mientras que sus patas traseras recordaban a las de un carnero. Su piel era blanca y gruesa, como cuero seco.
Zeon lo arrastró lejos de la puerta. La grotesca criatura chillaba, rasgando el suelo con sus cuchillas afiladas. En un descuido, ambos cayeron del segundo piso hasta el sillón de la mañana. Un flash cruzó la mente de Zeon: la imagen de su mujer entregándole la camisa. Revitalizado, atrapó al ser por el cuello, inmovilizándolo. El monstruo se levantó sobre sus cuatro extremidades, sacudiéndose violentamente para quitarse de encima a Zeon. Pero más imágenes de Zaret, ensangrentada y lastimada, avivaban la ira de Zeon. Con los brazos entrelazados en forma de triángulo, apretó con cada molécula de su ser el cuello del monstruo.
Cayeron al suelo entre sudor y vidrios rotos. Zeon lo arrastró hasta el borde de la pared. Mientras los sonidos guturales escapaban de las fauces del ser, las vértebras de su cuello comenzaron a crujir. Finalmente, el cuello del monstruo se rompió.
—Ya voy... Ya voy, Zaret —murmuró Zeon, mientras los últimos espasmos de la criatura se apagaban.
YOU ARE READING
Ecos de la Eternidad
TerrorSinopsis: En un futuro lejano, el universo se enfrenta a la devastación cuando criaturas oscuras emergen de una estación espacial caída. Para un hombre, la tragedia llega a casa cuando su esposa es brutalmente asesinada en el caos. Gravemente herido...