9: El día de la verdad

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El despertador de Lara sonó a las 6 AM, su sonido irritante rebotando en las paredes de su cuarto como una bofetada que la traía de vuelta a la realidad. Apagó la alarma de un manotazo y se sentó en la cama, mirando el techo mientras trataba de asimilar lo que venía. Hoy era el día de la competencia. Hoy, todo lo que había trabajado durante años iba a ponerse a prueba. Su futuro en el patinaje artístico dependía de las siguientes horas, y lo sabía.

Se levantó y fue directo al baño. El frío de la mañana cordobesa le helaba los pies descalzos, pero ni eso la hizo reaccionar. La ansiedad la tenía como en un piloto automático, moviéndose por la casa sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo. Se lavó la cara, el agua helada ayudando a despejar un poco su mente nublada.

Al salir del baño, agarró su ropa de entrenamiento, ese conjunto de buzo y calzas que ya se había vuelto su uniforme habitual, y se lo puso casi sin pensar. Su estómago estaba demasiado revuelto para comer algo, pero se obligó a llevar una barra de cereal y una botella de agua en la mochila. Sabía que necesitaría energía más tarde, aunque en ese momento no tuviera ni ganas de respirar, mucho menos de comer.

Mientras caminaba hacia el club, las calles aún estaban medio vacías. El cielo empezaba a clarear con ese tono anaranjado típico de las mañanas cordobesas, pero Lara apenas lo notaba. Todo en su cabeza era una mezcla de nervios y expectativas. Sabía que Max iba a estar ahí esperándola, y de alguna manera, eso le daba una sensación de tranquilidad. Por más que él fuese duro y rudo, era innegable que había aprendido mucho desde que empezó a entrenar con él.

Al llegar al club, la actividad ya era palpable. Patinadoras y entrenadores iban y venían, ajustando detalles, afinando sus rutinas. Lara buscó a Max con la mirada y lo encontró, como siempre, en su rincón habitual, observando todo desde una distancia calculada. Estaba con los brazos cruzados, su ceño ligeramente fruncido, evaluando el ambiente. Cuando sus ojos se cruzaron con los de ella, le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara.

—Llegás justo a tiempo —dijo, con esa voz profunda que ya le resultaba tan familiar.

Lara forzó una sonrisa mientras dejaba la mochila a un costado y comenzaba a ajustarse los patines.

—¿No vas a decirme que llegué tarde por un minuto, como siempre? —bromeó, intentando aliviar un poco la tensión que sentía en el cuerpo.

Max la miró de reojo, un destello de lo que casi parecía una sonrisa cruzó su rostro, pero desapareció tan rápido como había llegado.

—Hoy te lo perdono, pero solo porque es un día importante —respondió, y luego volvió a su tono habitual—. Vamos a repasar la coreografía antes de que empiece todo. Quiero ver ese triple axel bien hecho.

Lara asintió, aunque el simple hecho de escuchar las palabras "triple axel" le generaba un nudo en el estómago. Ese salto siempre había sido su mayor desafío, y aunque lo había practicado hasta el cansancio, sabía que hoy todo dependía de que lo ejecutara a la perfección.

—Dale, lo tengo controlado —mintió, mientras se terminaba de ajustar los patines.

—¿Sí? ¿Eso lo vamos a ver en la pista o me lo estás diciendo solo para que me quede tranquilo? —preguntó Max, arqueando una ceja.

Lara lo miró, retándolo con la mirada.

—Lo vas a ver, te lo prometo.

Max la observó por un segundo más, como si estuviera buscando algún signo de debilidad, pero al final asintió.

—Bien. Entonces vamos.

La llevó hacia la pista, donde ya estaban otros entrenadores y patinadoras haciendo sus propios calentamientos. El ambiente era tenso, competitivo, y Lara sentía que cada mirada estaba puesta en ella. Sabía que tenía un nombre en el circuito, que todas las demás la veían como la patinadora a vencer, y eso la agobiaba a veces.

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