✝ 12. La advertencia que debiste seguir ✝

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La advertencia que debiste seguir

MORT

Solía pensar que mi abuelo y mi padre estaban locos por creer en cosas absurdas como maldiciones y ofrendas para los dioses.

Era apenas un niño, antes de conocer las costumbres de la familia, mi hermana, mi primo y yo solíamos colarnos a la casa donde el abuelo trabajaba, sentíamos curiosidad por saber lo que guardaba dentro, por qué entraban tantas personas todos los días, por qué solo los adultos tenían permitido ver el interior, por qué cada noche se escuchaban golpes de cadenas y gritos que, con el tiempo, comprendí que estaban llenos de desesperación.

Cuando el abuelo descubrió que intentábamos averiguar lo que pasaba en esa casa, nos invitó a entrar. A su manera, por supuesto. Dijo que una vez dentro no habría marcha atrás. Al final, solo Manic y yo lo hicimos y el abuelo nos dejó ahí una noche entera, nos obligó a bajar al sótano, nos encadenó a dos sillas en el centro de la habitación y escuchamos de cerca los gritos suplicantes de las presas a las que mantenía cautivas hasta que fuera su turno de jugar.

Por más siniestro que sonaba, el secreto de mi familia también era mío. No conocía otra forma de vivir, así habíamos nacido, era nuestra naturaleza. Haríamos lo que sea con tal de no ser descubiertos, siempre limpiábamos la escena y nunca dejábamos testigos.

Hasta que llegó él. Adam Gray. Entonces, rompí las reglas que se suponía debía seguir hasta el día de mi muerte. Y todo por él.

Dejé el hospital el lunes en la mañana, la policía sugirió a mis padres mantenerme en casa unos días, en caso de que el asesino quisiera buscarme. Me interrogaron cerca de treinta veces y en cada una conté la misma versión. La tenía memorizada y no había mucho que la víctima pudiera compartir, después de todo, era un adolescente traumatizado.

A mis padres no les importaba si salía o no, siempre y cuando nadie me viera. Fui por la evidencia que robó Adam Gray y me deshice de ella antes de regresar a la casa de la familia. Era lo mejor, no podía arriesgarme a perder la confianza de la policía, no después de lo que tuvimos que hacer para conseguirla.

La puerta de mi estudio sonó dos veces. Supe de quién se trataba con solo el resonar de los pasos. Nadie se atrevía a molestarme, salvo aquel con quien mis amenazas no tenían efecto. Me levanté de la silla tras el escritorio, no sin antes bajar la pantalla de la laptop, no quería que ningún ojo curioso viera lo que estaba leyendo.

Quité el seguro de la puerta y extendí mis brazos, consciente de que un peso se dejaría caer completo sobre mí.

Finalmente. Estaba de vuelta.

—Te tomó mucho tiempo esta vez —dije, con una sonrisa.

Lo liberé y caminé de vuelta a la mesa.

Las reglas de los privilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora