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Era una noche oscura y opresiva, el aire pesado se cernía sobre la ciudad como un mal presagio. Bangchan, Changbin y Jisung caminaban en silencio hacia el club donde su banda, finalmente, debutaría. El pequeño local se encontraba en una parte olvidada de la ciudad, rodeado de calles mal iluminadas y vacías. El ruido de sus pasos era lo único que rompía el silencio asfixiante que los rodeaba.

La emoción que los había acompañado durante los últimos meses había sido reemplazada por una sensación de inquietud. Algo no estaba bien. Ninguno de ellos podía explicarlo, pero el ambiente se sentía extraño, cargado de una tensión invisible que los envolvía desde que salieron del estudio. Aun así, avanzaron, confiados en que la música los ayudaría a liberarse de esos pensamientos oscuros.

El club estaba lleno. La atmósfera era eléctrica, pero bajo esa energía vibrante, algo siniestro parecía acechar. Changbin intentaba mantener el control, pero el nerviosismo lo consumía. Jisung, por otro lado, estaba inquieto, su mirada era errática y su respiración se aceleraba por momentos, como si algo lo devorara desde dentro. Bangchan, el líder y el más fuerte del grupo, intentaba mantener la compostura, pero en sus ojos brillaba una sombra que nunca antes había mostrado.

Subieron al escenario, y el estruendo de la música hizo vibrar el pequeño local. Las luces destellaban, cegadoras, mientras la multitud enloquecía con cada acorde. Pero, justo en medio de la segunda canción, algo horrible sucedió.

Bangchan, que había estado cantando con una fuerza brutal, se detuvo de golpe. Su cuerpo se tensó como si lo atravesara una corriente eléctrica. De pronto, soltó un alarido espeluznante. Un alarido que desgarró el aire, como si un dolor insoportable lo estuviera consumiendo desde dentro. Sus ojos, abiertos de par en par, comenzaron a sangrar. La sangre brotaba de su nariz, de su boca, mientras su cuerpo convulsionaba violentamente.

Changbin y Jisung quedaron paralizados por el horror. El público gritaba, pero nadie se movía. Era como si el tiempo se hubiera detenido, mientras Bangchan caía al suelo, retorciéndose de forma antinatural. Changbin corrió hacia él, pero cuando llegó a su lado, ya era demasiado tarde. Bangchan yacía inmóvil, sus ojos abiertos y vacíos, el rostro cubierto de sangre.

El caos se desató. La multitud se dispersó en pánico, pero Changbin y Jisung se quedaron allí, atónitos, incapaces de procesar lo que acababa de ocurrir. La policía llegó minutos después, pero no había nada que pudieran hacer. Bangchan estaba muerto. No había señales de agresión física visible, ni ninguna explicación para la horrible escena que acababan de presenciar.

Al día siguiente, la noticia se extendió como pólvora: "Misteriosa muerte en concierto. Asesino suelto, la policía busca respuestas." La ciudad estaba en shock. Todos querían saber qué había sucedido. Y aunque los rumores empezaban a circular, la policía mantenía la boca cerrada.

Changbin y Jisung fueron interrogados repetidamente. Ambos, consumidos por la pérdida de su amigo, intentaban encontrar alguna respuesta. Pero cuanto más avanzaban las investigaciones, más oscuro se volvía todo. La policía comenzó a sospechar que no había sido una muerte natural. Las autopsias revelaron algo aterrador: el cuerpo de Bangchan había sido envenenado con una toxina rara y extremadamente letal, algo que no se podía encontrar fácilmente. Era claro que alguien lo había asesinado.

La tensión entre Changbin y Jisung crecía con cada día que pasaba. Jisung se volvía cada vez más errático, su comportamiento era impredecible, y comenzaba a tener episodios de furia incontrolable. Changbin no podía entender qué estaba sucediendo con su amigo, pero una sombra oscura había comenzado a crecer entre ellos.

Una noche, mientras revisaban las grabaciones del concierto junto a la policía, Changbin notó algo espantoso. En uno de los videos, justo antes de que Bangchan comenzara a convulsionar, Jisung se acercaba a él, con una expresión fría y calculadora. Changbin no quería creerlo, pero la evidencia estaba frente a sus ojos. Su mejor amigo había estado involucrado en la muerte de Bangchan.

La policía lo interrogó nuevamente, y Jisung, bajo presión, finalmente confesó. Con una voz temblorosa y rota, admitió haber envenenado a Bangchan. Pero lo que siguió fue aún más perturbador. Jisung aseguró que no había actuado solo. Dijo que una presencia oscura lo había manipulado, una fuerza que lo había obligado a hacerlo, como si algo o alguien hubiera tomado el control de su mente.

—No fui yo… —murmuró Jisung—, algo dentro de mí me obligó.

Changbin, horrorizado, no podía creer lo que escuchaba. Su mejor amigo había matado a Bangchan, y ahora estaba alegando una influencia sobrenatural. Pero a pesar de la confesión, algo seguía sin cuadrar. Changbin sabía que Jisung no era el único culpable. Había algo más.

Esa misma noche, Changbin comenzó a recordar fragmentos de lo que había pasado antes del concierto. Una escena borrosa, pero nítida en su mente, lo golpeó como un rayo. Recordó cómo, en un arrebato de celos, él mismo había envenenado la bebida de Bangchan antes de que subieran al escenario. Sus manos temblorosas vertiendo el líquido en la botella de agua de su amigo. Un odio profundo, incontrolable, lo había consumido esa noche.

Despertó de golpe, con el corazón martilleando en su pecho. El horror de lo que había hecho lo ahogaba. Él, no Jisung, había matado a Bangchan. Pero su mente había creado una ilusión, culpando a Jisung para protegerse de la verdad insoportable.

La mañana siguiente, la policía arrestó a Jisung, pero Changbin sabía que todo era una mentira. Y aunque él había conseguido ocultar su crimen, la culpa lo devoraba por dentro. Su mente, rota por la traición y el miedo, lo arrastraba a un abismo del que no había escapatoria.

El precio de su decisión fue más allá de perder a su amigo: su visa, su carrera, su libertad. Todo se derrumbó. Y en la oscuridad de su celda, solo quedaba el eco de sus propias acciones, retumbando en su cabeza, llevándolo al borde de la locura.

Los gritos de Bangchan resonaban en la distancia, recordándole que los muertos nunca perdonan.

A little nightmare Donde viven las historias. Descúbrelo ahora