Día 17: mirror

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Decir que estaba nerviosa, desde luego, era una subestimación. Aunque por fuera mantenía su actitud positiva, por dentro iba a ataque de pánico por segundo. Llevaba años sin pisar el aquelarre, no había visitado a sus madres desde la boda y estaba completamente segura de que ese tiempo fue más que suficiente para envenenar la mente del resto de hermanas y hermanos acerca de su vida, y desde luego, su matrimonio.

—Liv, ¿estás bien? —la voz de Onyx vino del otro lado de la puerta de la habitación, bloqueada con un hechizo.

—¡Es la quinta vez que me preguntas, cariño! —le respondió, ocultando a la perfección su tormento—. ¡Sí, sí, estoy bien, solo estoy probándome vestidos para la fiesta del alineamiento lunar!

—Ese no es un argumento lo suficientemente sólido para dejarme fuera. Ya te he visto desnuda en muchas ocasiones.

—Ve al salón o algo —le regañó una última vez. 

Decidió ignorarlo todo lo posible centrándose en tranquilizarse. Tomó una bocanada de aire, notando el pecho inflarse poco a poco, para después bajar muy lentamente.

Desnuda frente al espejo, observó su reflejo durante unos segundos, contemplando la forma de su cuerpo desnudo, las curvas de sus caderas, su barriga ligeramente gordita, sus tetas algo caídas y sus muslos finos. Conocía a la perfección las facciones de su rostro alargado, su nariz respingona, junto a sus ojos almendrados e increíblemente expresivos, los pómulos blanditos, los labios carnosos y el lunar debajo del ojo derecho. Sin embargo, aquello no era lo que la mantenía tan atenta, sino las docenas de mordiscos y chupetones marcándole la piel: el cuello, los hombros, los costados, los pechos, las caderas, el vientre, los muslos y las piernas. No había ni un solo lugar que se hubiera salvado de los besos apasionados y los mordiscos voraces de su marido, incluso se jugaba la mano a que tenía varios de ellos repartidos por la espalda y las nalgas.

Las manos de Liv descendieron a lo largo del torso, una deteniéndose en un mordisco en el vientre, mientras la otra continuaba hasta la marca aún fresca demasiado cercana a la entrepierna. Todavía podía ver el lugar donde los colmillos le atravesaron ligeramente la carne.

Tragó, recordando los besos y las caricias de la noche anterior. El tacto de Onyx tomándola de los muslos con firmeza, sus labios suaves dejando un rastro de besos a lo largo de la espalda, sus susurros entrecortados pronunciando su nombre con un amor y pasión sin igual.

El rubor le subió a las mejillas, desatando un calor agradable en el pecho. Joder, no solo estaba más buena que el pan, sino que contaba con el cariño de un esposo que la adoraba como si fuera una diosa. Menuda ironía, una simple mortal, teniendo a sus pies a una deidad.

El corazón se le aceleró tanto que los latidos la ensordecieron. El mundo se redujo a ella y al espejo, concretamente en la mano que abandonó la mordedura y se dirigió a su coño. Estaba algo mojada, un líquido espeso dejaba finos ríos a lo largo de los muslos.

La bruja suspiró cuando los dedos le acariciaron los labios vaginales. El sonido húmedo la hizo morderse la punta de la lengua, ardiendo en deseo. Se sentó en el suelo, el frío le trepó a lo largo del culo, sin embargo, eso no le retiró la enorme y lasciva sonrisa creciente conforme separaba las piernas y revelaba su sexo empapado. No conseguía apartar la mirada de su reflejo, de su cuerpo, de los dedos acariciándole el clítoris arrancándole gemidos suaves. El placer la hizo arquear la espalda.

La mano libre le trepó a la teta derecha, hipnotizándola por la forma en la que su pecho se estremecía en el cristal, en la que la carne se le hundía en su agarre y los pezones se endurecían a cada segundo que transcurría.

—Ay, dioses... —jadeó al introducirse un dedo, luego dos y finalmente, tres.

Sintió las paredes cálidas de su vagina palpitando a su alrededor, empapándola y forzándola a jadear más alto mientras el ritmo de las penetraciones se intensificaba.

—¡Joder, joder! —gritó al ver su cuerpo temblando frente al espejo, sacudiéndose de placer.

Las caricias la volvían loca, aumentando el fulgor acumulándose en su pecho. Entre sus piernas, un pequeño charquito del líquido caliente comenzaba a formarse, provocándole cosquillas conforme emanaba de su interior y se deslizaba de manera errática hasta gotear en el suelo.

La falta de oxígeno la asfixiaba, oleadas de placer le aturdían los sentidos y sonidos guturales le emergían de la garganta, inundando la habitación de lujuriosos y delicados sonidos.

No sabía cuánto iba a aguantar. Una enorme sonrisa apareció en su reflejo, las tetas le rebotaron un par de veces y su coño se estrechó, derramándose de una vez por todas sobre los dedos. El fluido salió al exterior en una única ráfaga que estuvo a punto de manchar el cristal. Liv ni siquiera pudo sorprenderse de semejante evento, gritos de placer le escapaban de la boca y no era capaz de contenerlos. Los espasmos le tensaron los músculos, anudándole la garganta mientras continuaba corriéndose.

Entre jadeos ahogados, contempló su reflejo una última vez. El sudor le empapaba la piel, el cabello se le quedó pegado a la frente y lágrimas se le deslizaban a lo largo de las mejillas. El pecho se movía de arriba debajo de manera irregular. Sacó los dedos de su interior. Los tenía pegajosos y calientes.

—Sí, creo que me pondré el rojo —sentenció satisfecha—. En fin, tendré que fregar todo esto. 

Kinktober 2024.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora