Aurora llega a un convento con la esperanza de encontrar la paz y la devoción que ha buscado toda su vida. Sin embargo, al llegar a la gran hacienda que alberga el convento, descubre un lugar de lujo que nada tiene que ver con la vida austera que e...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al anochecer, el ambiente en mi habitación se vuelve cada vez más tenso. El aire frío entra a través de la ventana, trayendo consigo el silencio de la noche. Me acerco lentamente a la ventana, con el corazón aún acelerado, y al abrir la cortina, la escena que tengo ante mí me hace detenerme en seco.
En el jardín, bajo la luz de las farolas, los miembros están reunidos. Todos visten de blanco, con una pureza y una coordinación que resulta inquietante. Los hombres, de pie en círculo, parecen más que nunca una élite apartada del mundo, mientras las mujeres caminan entre ellos con una calma inquietante. No puedo ver sus rostros claramente desde aquí, pero la postura de cada uno, su actitud tan distante y serena, me da la sensación de que están participando en algún tipo de ritual.
Mis dedos se clavan en la ventana mientras observo, mi respiración se hace más pesada, el miedo y la curiosidad luchan dentro de mí. Puedo ver que el grupo está hablando, sus gestos son suaves pero decididos, como si estuvieran compartiendo algo que no está destinado a ser escuchado por nadie más.
Las sombras juegan entre los árboles y el césped, y me pregunto si habrá alguna señal, algún gesto que revele más de lo que están planeando. Mi mano tiembla mientras me alejo un poco de la ventana, el deseo de saber más creciendo en mi pecho.
Me siento atrapada, mi cuerpo pesa sobre mí como si la gravedad me hubiese aumentado. No puedo quedarme aquí, observando desde lejos. Algo dentro de mí, una mezcla de desesperación y coraje, me impulsa a hacer lo que no debería.
Con una respiración honda, decido actuar. Salgo sigilosamente de la habitación, mi mente ya completamente centrada en lo que debo hacer. El pasillo está oscuro, y aunque no hay nadie a la vista, siento el peso de cada paso. Camino con cautela, asegurándome de que no me vean.
Llego a la escalera y, en lugar de bajar, sigo mi camino hacia el pasillo que da al jardín. La luz de la luna ilumina todo lo que rodea el edificio, y al asomarme por la pequeña ventana que da al exterior, puedo ver claramente la figura de los miembros en el jardín, su conversación aún en curso.
Mi corazón late con fuerza. Si me acerco demasiado, me descubrirán, pero el deseo de saber lo que están haciendo es más fuerte. Casi como un susurro dentro de mi cabeza, una voz que no puedo ignorar.
Me adentro en el jardín, aprovechando las sombras de los árboles, moviéndome con cuidado, como si cada paso pudiera delatarme. La noche está envuelta en una calma inquietante, pero el murmullo de las voces en la distancia me mantiene alerta. Me agacho detrás de un gran rosal, apenas dejando un pequeño espacio entre las hojas para ver sin ser vista. Desde aquí, puedo ver claramente a los miembros en el centro del jardín, alineados en círculo.
Están inmóviles, en una postura que podría haber sido de oración, pero hay algo en el aire que me dice que no es así. La atmósfera es pesada, cargada de una energía que no logro comprender. Los hombres y mujeres se han colocado en una formación precisa, cada uno con una mirada fija hacia el suelo, como si estuvieran esperando algo.