Una Noche en la Torre
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La luz plateada de la luna se colaba a través de los altos ventanales de la Torre de Astronomía, iluminando con suavidad la figura de Louisa Rosewood. Sentada en el alféizar de la ventana, con las piernas cruzadas y los brazos abrazando sus rodillas, parecía una sombra en medio de la noche. El viento de la torre jugaba con su largo cabello castaño, que caía en ondas sueltas sobre sus hombros, mientras miraba el vasto cielo estrellado de Hogwarts.
Era una noche como cualquier otra, o al menos lo habría sido si no fuera por la presencia de él, por la presencia de Sirius Black. Lo pensaba y luego lo apartaba de su mente. No tenía sentido, se decía a sí misma, pensar en él de esa manera. Después de todo, Sirius era… Sirius. El chico que hacía reír a todos con su sarcasmo, el mago que desafiaba las reglas con una sonrisa despreocupada y los ojos brillando de desdén. El chico que, en el fondo, no parecía necesitar a nadie.
Sin embargo, en los últimos meses, algo había cambiado. Algo en su mirada cuando la miraba, en esos breves momentos en los que sus ojos se encontraban y ella podía jurar que veía algo más allá de la fachada que siempre mantenía. Había algo en el aire, una tensión entre ellos que no sabía cómo gestionar.
El sonido de la puerta de la torre se abrió lentamente, cortando el silencio de la noche. Louisa giró la cabeza, su corazón acelerándose sin razón aparente. Allí estaba él, de pie en el umbral, envuelto en la penumbra que lo hacía parecer aún más imponente. Sirius Black, con su cabello negro desordenado, su ropa negra ligeramente desaliñada, sus ojos oscuros que brillaban con una mezcla de misterio y… ¿preocupación?
—Pensé que estabas ocupada con las tareas —dijo Sirius, su voz resonando en el espacio vacío, su tono tan casual como siempre, pero con algo diferente, algo más profundo en la forma en que la miraba.
Louisa levantó una ceja, intentando parecer indiferente, pero el nerviosismo que sentía era evidente. No esperaba que él viniera. No esperaba que él la buscara, ni siquiera lo había deseado, al menos no conscientemente.
—No, no me apetecía hacerlas hoy —respondió con una sonrisa ligera, pero en sus ojos había algo más, una chispa de algo que ambos conocían pero que no se atrevían a nombrar.
Sirius caminó hacia ella con paso relajado, pero su mirada seguía fija en Louisa. Se apoyó en la pared junto a la ventana, tan cerca que el aire entre ellos se volvió más denso, cargado de algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.
—¿No te da miedo que alguien venga y te descubra aquí? —preguntó, su voz un poco más suave esta vez. Su tono despreocupado escondía el hecho de que él mismo no quería romper ese momento.
—No —respondió ella, con sinceridad. Aunque sí lo había pensado antes, no ahora. En ese momento, la idea de que alguien interrumpiera lo que estaba pasando entre ellos le parecía casi… incómoda. Lo último que quería era que se llevaran a Sirius.
El silencio se instaló entre ellos, cómodo pero pesado. Louisa notaba que algo había cambiado, algo en Sirius que parecía más… vulnerable. Esa fachada que siempre mantenía, esa sonrisa sarcástica y su actitud confiada, se desmoronaban lentamente. El Sirius que estaba frente a ella ya no era el chico que siempre parecía estar al borde de la broma. Había algo más profundo en su mirada, una especie de dolor oculto que Louisa intuía pero no entendía del todo.
—¿Estás bien? —preguntó Louisa, más por impulso que por verdadera curiosidad. Aunque sabía que, si lo preguntaba, lo hacía sin esperanza de recibir una respuesta verdadera. Sirius no solía hablar de sus sentimientos.
Por un momento, Sirius la miró en silencio, como si la pregunta lo hubiera pillado desprevenido. Después, con un gesto de su mano, se pasó el cabello hacia atrás y exhaló con fuerza.
—¿Alguna vez te has sentido como si estuvieras atrapado en una mentira que te has creado para protegerte? —su voz sonó un poco más quebrada, vulnerable en una manera que rara vez mostraba.
Louisa lo miró con intensidad, su corazón golpeando contra su pecho. Aquellas palabras eran un susurro, pero llevaban consigo un peso tan grande que hizo que su pecho se encogiera. Se sorprendió por la sinceridad en su tono, por la forma en que se había abierto, aunque fuera un poquito.
—Sí —respondió ella, sin pensarlo, porque sí lo había sentido. Como si cada día se levantara con una versión de sí misma que se mostraba fuerte, que no necesitaba a nadie, pero que en el fondo deseaba algo más. Alguien que la entendiera. Alguien como él.
Sirius la miró, sus ojos fijos en los de ella. El silencio entre ellos creció, cargado de una tensión palpable. No necesitaban palabras para entenderse en ese momento. Ambos estaban perdidos en pensamientos similares, en esa lucha interna que los mantenía separados y, al mismo tiempo, los acercaba.
Sirius se acercó un paso más. Ahora solo quedaba un mínimo espacio entre ellos, y el aire se volvió más espeso, más denso. Podía oír el sonido de su respiración, el ritmo entrecortado de ambos, como si de alguna manera el mundo se hubiera detenido para permitirles ese momento.
—Louisa… —su voz fue un susurro, tan cercano que ella pudo sentir el calor de su aliento en su piel. Miró sus labios, luego sus ojos, como si estuviera buscando la respuesta a una pregunta que no quería hacer. Se acercó aún más, hasta que sus cuerpos casi se rozaban.
Louisa levantó la mano, sin pensar, y le tocó el rostro, suavemente, con los dedos temblorosos. Esa pequeña caricia fue suficiente para que Sirius cerrara los ojos por un segundo, como si el gesto le hubiera tocado algo dentro. La intensidad de lo que había entre ellos no era solo deseo, sino algo más profundo. Algo que ninguno de los dos había permitido sentir durante mucho tiempo.
—Sirius… —dijo Louisa, en un susurro que apenas fue un murmullo, pero que hizo que él abriera los ojos y la mirara con una expresión cargada de emociones contenidas.
Y entonces, sin más palabras, sin más dudas, Sirius la besó.
El beso fue suave al principio, un roce de labios que transmitía todo lo que no habían podido decirse en esos meses. Había una urgencia, sí, pero también una dulzura inesperada en el gesto. Los dedos de Louisa se enredaron en su cabello mientras su otro brazo rodeaba su cuello, acercándolo más. Él la respondió con la misma intensidad, la mano en su cintura tirando suavemente de ella hacia él, como si no quisiera que el mundo los separara.
El beso se profundizó, como si finalmente se hubieran permitido dejar de huir, dejar de esconderse detrás de sus propias barreras. Las bocas se encontraron con un deseo contenido, como si ambos hubieran esperado toda la vida por ese momento. Y entonces, el mundo pareció detenerse, dejando solo espacio para ellos.
Sirius rompió el beso con un suspiro, su frente apoyada en la de Louisa, respirando pesadamente.
—No quiero que te vayas… —murmuró contra sus labios, su tono más suave y sincero que nunca.
Louisa sonrió, su corazón acelerado por lo que acababan de compartir, y sin pensarlo, susurró:
—No lo haré.
Y en esa noche, bajo el brillo de la luna, entre sombras y susurros, Sirius y Louisa compartieron algo más que un simple beso. Compartieron una promesa silenciosa, un entendimiento mutuo, y una conexión que nunca antes habían permitido que viera la luz.