Cap. 12 ¿Y si yo no quiero? ¿Y si me niego?

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Jungkook le responde a Hoseok:

–En absoluto le había dicho él con su típica sonrisa, que siempre era capaz de ponerle a Hoseok el vello de punta, pero prefiero que ese detalle no se sepa. Por si tengo que darle mejor uso más tarde.

–No entiendo qué tiene que ver eso con mi piso.

–El público no aceptaría que un heredero viviera en un cuchitril. Por lo tanto, he filtrado en algunos lugares clave que te sentías tan abrumado por lo que le había ocurrido a Jimin que habías jurado llevar una vida modesta y humilde por todo lo ocurrido.

–¿Y por qué se iba a creer alguien una cosa así? ¡Es ridículo!

–Las excentricidades de los ricos son un pasatiempo para los británicos le había respondido Jungkook encogiéndose de hombros. Además, resulta tan poético... ¿No te parece? Nuestro amor quedó destruido hace una década y los dos nos sentamos a sufrir en nuestras respectivas cárceles, casi sin esperanza alguna de podernos volver a reunir.

–Deberías escribir novelas románticas replicó el doncel con cierto desprecio.

–Bueno, las novelas románticas siempre tienen un final feliz. Esto es la vida real, Hoseok le había respondido él con un tono de voz escalofriante, no una novela romántica. Tú no tienes tales garantías.

Sin embargo, no había importado en absoluto la opinión que el doncel hubiera podido tener. Al día siguiente, su tío le informó de que iban a recoger sus cosas para llevárselas a la mansión, donde podría alojarse en uno de los dormitorios que había en la cochera.

Tales dormitorios habían estado allí siempre, pero nunca se le había ofrecido ninguno para que pudiera alojarse. Otra de las maneras en las que su tío lo había tratado mal, aunque Hoseok había decidido que era mejor no mirar atrás.

En el coche clásico, permaneció sentado con las manos en el regazo y la espalda tan recta como podía sin llegar a hacerse daño. Iba mirando por la ventana, contemplando las vistas de la ciudad.

A su lado, Jungkook no hizo intención alguna de tocarlo, lo que parecía ser garantía de que no tardaría mucho en hacerlo. El pulso le latía con fuerza en las venas, temiendo lo que él podría hacer cada vez que respiraba.

Sin embargo, Jungkook permaneció inmóvil. Se limitó a sacar el teléfono y a hacer algunas llamadas en griego.

Jungkook parecía estar absolutamente tranquilo. No era de extrañar. Él controlaba totalmente todo lo que había ocurrido desde que le dejaron salir de la cárcel, al contrario de Hoseok, que no había podido controlar nada desde ya no se acordaba cuándo.

Cuando llegaron a la casa de Belgravia que Jungkook había comprado hacía ya muchos años, él la ayudó a descender del vehículo como si lo hubiera hecho ya mil veces antes.

La mano parecía encajarle a la perfección en la parte baja de la espalda de Hoseok. Lo peor era que parecía manejarlo con una facilidad que hacía que se acalorara por todas partes.

Cuando por fin se colocó junto a él frente a la casa que lo había marcado hacía ya años como una poderosa fuerza a tener en cuenta, Hoseok tuvo un extraño pensamiento: le parecía que Hoseok estaba completamente hecho para él.

Encajaba perfectamente a su lado, como si, en el caso de que hubieran sido dos personas diferentes, como si pudiera apoyar la cabeza sobre uno de sus fuertes hombros o echar la cabeza hacia atrás y perderse en uno de sus besos.

Por supuesto, aquel pensamiento era horrible. O, por lo menos eso fue lo que se dijo mientras Jungkook lo conducía al interior de la casa.

Hoseok no sabía qué había esperado de aquella casa, pero no fue lo que encontró al entrar. Desde el exterior, la casa era como cualquier otra que daba a la plaza ajardinada, rebosante de árboles y de césped de la que solo podían disfrutar los residentes.

Venganza IntimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora