El miedo que mi papá transmite no se puede describir con palabras; no existe metáfora para comparar, ni acción que lo pueda superar.
Crucé mis dedos y jugué con ellos para calmar los nervios; apreté mi mandíbula sin quitar la sonrisa de mi cara; pensando en una excusa coherente para justificarme.
—¿Ya se durmió mamá? —Fué lo primero que se me ocurrió para distraer a papá.
Suspiró tocándose el entrecejo —Ella está todavía leyendo... Bajé porque escuché un golpe, y me encuentro contigo a la mitad del pasillo, ¿Qué casualidad no? —Tragué sonriendo a fuerzas parando el juego de los dedos por el de la estatua —¿Qué hacías en la cocina? —alzó las cejas poniéndose erguido.
«Erguido, seguro y sin miedo al diablo.»
Repetí esa frase en mi cabeza una y otra vez...
«No lo pienses tanto... Inventa cualquier cosa.»
—Solo vine por un vaso de leche caliente. —Esa era en realidad, la verdad a medias.
—¿Y el ruido qué fué? —interrogó no muy convencido de mi media verdad.
Un hormigueo me recorrió el cuerpo y me rasqué en las partes más en dónde era más intenso: brazos y hombros.
—Seguro fueron los truenos —me mantuve seguro y firme conteniendo las ganas de rascarme —, es que está lloviendo muy fuerte desde hace rato —comenté.
Estiró su cuello para ver lo que había detrás de la pared, pero no alcanzó a ver nada; la distancia era de unos veinte centímetros, era imposible ver el interior de la cocina desde allí.
Me interpuse entre él y la puerta recibiendo una mirada fija de sospecha —Estás demasiado nervioso para haber venido solo por un vaso de leche —miró mis manos dándose cuenta de que estaban vacías.
Tragué nervioso al ver su cara de sospecha que era casi igual que siempre, solo que fija su mirada en dónde su olfato de sabueso le indica.
—La lluvia me pone nervioso. —mentí evadiendo su mirada.
—Entonces tienes que enfrentarla —acomodó el cuello de su pijama para continuar —; ve a dormir bajo la lluvia, y te aseguro que perderás el miedo después del resfriado que te dará. —finalizó dando un paso hacía mí y con sus dedos plancho la tela de mis hombros.
Lo que para él era una simple caricia de padre a hijo, para mí era una presión que te dejaba sin aliento por cinco segundos, lo suficiente para hacerte entrar en desesperación.
No hice más que bajar la cabeza para dar fin a la conversación y se fué satisfecho con el consejo que me dió para vencer mi supuesto miedo a la lluvia...
Llené mis pulmones de aire y lo expulsé agitado.
Vigilé el pasillo no muy convencido de que se había ido y cuando comprobé que efectivamente se había ido, me regresé de puntillas a la cocina y busqué a Santiago en el rincón.
Estaba como tronco recostado en el rincón con las piernas estiradas y los brazos caídos. Lo arrastré por las piernas hasta las escaleras y con cuidado las solté para recuperar energías para subirlo.
—A la próxima que te ayude el perro de la vecina —hundí su panza con la punta de mi pie sin recibir nada de él más que un eructo corto.
Rodé los ojos con asco y lo subí por las escaleras de las piernas, con la cabeza hacia atrás caída y los brazos extendidos golpeándose con las varillas de madera.
Apreté mis labios para contener la risa que me dió al verlo como un saco de papas.
Su panza se infló a causa alcohol y se me empezó a complicar cargarlo solo hasta arriba.
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Bajo la lluvia
RomanceLa historia de un amor dulce, inocente y luchador. La lluvia los acompañará en sus veladas y será testigo de que el amor entre dos hombres es posible. Las diferencias de clase, de gustos y de sueños no impedirán que se enamoren hasta los huesos. Su...