Cenizas de ayer

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Richard ⚽️

El 18 de octubre de 2024 amaneció con una sensación amarga en el aire. No había dormido nada la noche anterior, y el eco de los gritos de Sofía aún resonaba en mi cabeza. Me quedé en un hotel, aunque el cuarto me parecía frío y ajeno. Diez años de relación se habían desmoronado en un par de horas, y aunque sabía que lo que ocurrió fue un terrible error, no podía ignorar el hecho de que yo lo había causado.

Estuve toda la noche dando vueltas en la cama, repasando las palabras de Sofía y las imágenes que vi en su teléfono. Esas fotos malditas que se filtraron, inmortalizando un momento que nunca debió haber pasado. Natalia había aparecido cuando menos lo esperaba, y en mi confusión y debilidad, la situación se salió de control. Pero eso no justificaba nada. Me odiaba por lo que hice.

Me levanté de la cama con la cabeza doliendo y el corazón aún más pesado. Sabía que tenía que hacer algo, decir algo, pero ¿qué podía decir para remediar el daño que ya estaba hecho? Encendí el teléfono con la esperanza de ver algún mensaje de Sofía, algo que me diera una oportunidad de disculparme y explicarle lo sucedido, pero lo primero que vi fue su número bloqueado, junto con el de Juvenal.

Salí del hotel y caminé sin rumbo por las calles de Brasil. El sol apenas había salido, pero las calles ya estaban llenas de vida, ajenas a mi sufrimiento. Cada paso me pesaba más que el anterior, y el camino hacia el apartamento que había compartido con Sofía durante tanto tiempo parecía infinito. Al llegar, me quedé parado frente a la puerta, dándome cuenta de que ya no tenía la llave, al menos, no la llave de su corazón.

Decidí enviarle un mensaje directo en redes sociales, con la esperanza de que lo viera y entendiera mi arrepentimiento.

"Sofía, sé que no merezco ni siquiera que me leas. Pero necesito que sepas que nada de lo que pasó con Natalia fue intencional. Te fallé, y no sé cómo podré vivir conmigo mismo sabiendo lo que te hice. Por favor, dame una oportunidad de explicarlo todo cara a cara. Te amo y lamento haberte herido así. Nada justifica lo que pasó, pero lo que siento por ti es real."

Envió el mensaje, y cada segundo de espera se sintió como una eternidad. Sabía que la posibilidad de que ella respondiera era mínima, pero necesitaba intentarlo. No podía aceptar que todo terminara así, sin luchar por lo que tuvimos. La rabia y el dolor en sus ojos la noche anterior me atormentaban. Habíamos tenido desacuerdos en el pasado, pero nunca había visto a Sofía tan rota, tan devastada. Y esa imagen me perseguía.

El día pasó lento y sin propósito. No me atreví a ir al entrenamiento del equipo; no tenía cabeza para el fútbol ahora mismo. El peso de la culpa me impedía concentrarme, y lo último que quería era enfrentar a mis compañeros, sabiendo que todos hablarían del escándalo que había explotado en redes. La imagen del "ídolo caído" se reflejaba en cada pantalla, y yo sabía que, más allá del daño a mi reputación, lo que más me dolía era haber traicionado la confianza de la persona que más amaba.

Ya entrada la tarde, Juvenal me llamó. Después de varios intentos fallidos, finalmente contesté. Su voz se oía débil y nerviosa, como si supiera que también tenía parte de culpa en lo que pasó.

-Richard, lo siento mucho. No quería que esto se saliera de control. Natalia... ella solo... -empezó a decir, pero la interrumpí.

-Juvenal, no me expliques nada ahora -dije con voz seca-. Sabías lo que estaba pasando y no dijiste nada. Sofía te bloqueó también. Se dio cuenta de que estabas encubriendo a Natalia.

Ella guardó silencio. Sabía que no tenía argumentos para defenderse.

-Necesito hablar con Sofía, pero no me responde -agregué, más como un lamento que como una petición.

-Lo sé, Richard. Está muy dolida. Nunca la había visto así... -respondió Juvenal con un suspiro-. Pero intentaré hablar con ella. No te prometo nada, pero intentaré.

Después de colgar, volví al hotel, solo para encontrarme con el mismo silencio que me había recibido en la mañana. La noche anterior, ese mismo silencio me había sofocado, y ahora no era diferente. Saqué de mi maleta una pequeña caja que había guardado desde hace un tiempo. Adentro, la pulsera de oro que pensaba darle a Sofía después del partido contra Chile. Había planeado que fuera un símbolo de nuestro amor y de todo lo que habíamos construido juntos. Ahora, solo era un recordatorio amargo de lo que había perdido.

La sostenía en mis manos, preguntándome si alguna vez podría arreglar las cosas. Si tal vez, algún día, Sofía podría perdonarme. Pero lo que más me dolía era la posibilidad de que, después de todo lo que vivimos, el amor de mi vida no volviera a confiar en mí.

Me senté en la cama, apretando la pulsera en mi puño, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Por primera vez en muchos años, me sentí verdaderamente perdido, y el precio de mi error parecía demasiado alto para soportar.

Si tú supieras |Richard Rios|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora