Capítulo VIII

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Desperté en la cama de Noah, con él a mi lado, desnudo. La incredulidad me embargaba, no podía aceptar que algo así hubiera pasado. Los sombríos pensamientos me acudieron de inmediato: Jennifer es mi amiga, y él, su hermano mayor. ¿Qué clase de estupidez había cometido? Sin duda, Jennifer no debía enterarse de lo ocurrido.

Sin hacer ruido, con el corazón desbocado, me levanté de la cama. La desnudez que compartimos la noche anterior ahora me parecía una carga pesada. Busqué mi ropa desesperadamente, cada prenda un pequeño paso hacia el anonimato y el olvido. Tenía que salir de aquella habitación antes de que Jennifer abriera los ojos al nuevo día.

Pero Noah me observaba desde la cama, su mirada traviesa seguía cada uno de mis movimientos. — ¿Qué haces? —, pregunto. Su voz, una caricia de madrugada. —No te vistas, volvamos a hacerlo.

Noah, Jennifer está dormida en la otra habitación—, respondí, intentando mantener la calma mientras continuaba buscando mi ropa. No podía permitir que esto se complicara más.

Él sonrió y agregó—Anoche no te importó, me encantó y quiero volver a repetirlo ahora—. Mientras decía esto, salía completamente desnudo de la cama y se dirigía hacia donde yo estaba de pie. Me empezó a besar apasionadamente, haciendo que me dejara llevar nuevamente hacia la cama. Quería resistirme, pero su insistencia y la manera en la que me besaba me hacían imposible negarme.

El sonido de la cama se hizo evidente una vez más, pero esta vez Noah estaba siendo mucho más rudo que la noche anterior. Sentía que las fuertes embestidas comenzaban a lastimarme, pero al mismo tiempo había una parte de mí que no quería que se detuviera. Estaba atrapado en un torbellino de emociones y sensaciones; sabía que lo correcto era detenerlo, pero mi cuerpo respondía de otra manera.

Finalmente, todo terminó. Noah se recostó a mi lado y me abrazó. Yo, aún agitado, me quedé un momento en silencio, contemplando lo que había sucedido y preguntándome cómo iba a manejar esta situación con Jennifer. Sin embargo, una cosa era segura: tenía que salir de esa habitación y fingir que nada había pasado, al menos por ahora.

Afortunadamente, Jennifer no se dio cuenta de lo que aconteció anoche y esta mañana en la habitación de su hermano. Noah, con su mirada traviesa y ese aire de desfachatez, trataba de seducirme mientras preparaba el desayuno. La cocina, testigo de aquella escena, se convertía en un campo de batalla silencioso donde controlaba mis labios, que anhelaban besarlo, y mi cuerpo, que deseaba perderse en su calor. Jennifer, con su inocencia, preguntaba curiosa:

¿Por qué no traes camisa? —, dijo mientras sus ojos intentaban comprender lo que sucedía.

A sí es más cómodo—, respondía Noah, lanzándome una mirada que solo incrementaba mi deseo.

Pero conservando la compostura, supe contenerme.

Sam, ¿vas a querer huevos con una salchicha? —. Su tono, cargado de dobles intenciones, me hizo sonreír pícaramente.

Sí, quiero solo dos huevos y esa salchicha que tienes entre las manos—, contesté, siguiendo el juego, mientras nuestras miradas se cruzaban en ese entendimiento tácito.

Jennifer, desconcertada, intentó desentrañar el misterio: — ¿Qué está sucediendo aquí?

Nada, termina tu comida, — replicó Noah, sin dejar de cocinar, como si nada perturbara la aparente normalidad del momento.

Aquella mañana, en esa cocina, se tejió una danza silenciosa de miradas y palabras veladas, donde el deseo era el protagonista oculto y la prudencia nuestra única salvación.

Diario de un AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora