Capítulo IX

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Después de haber soportado aquel acto tan ruin, mis fuerzas se quebraron y no pude seguir en la preparatoria. La desesperación me condujo de vuelta a la casa de Jennifer tan rápido como mis piernas pudieron llevarme.

Sam, ¿por qué no me esperaste? —, gritó Jennifer al cruzar el umbral de la puerta, su voz retumbando en las paredes de nuestro refugio compartido.

Mientras el agua caliente caía sobre mi cuerpo en la regadera, sus gritos resonaban a lo lejos, pero mis pensamientos estaban atrapados en un torbellino interno. Lo que más anhelaba en ese momento era purgar mi cuerpo y mi alma de todas las impurezas, a pesar de que las lágrimas seguían brotando sin control.

Al salir del baño, Jennifer me esperaba en la habitación, su rostro reflejando una preocupación palpable.

¿Qué sucede? ¿Estás bien? —, me preguntó, la confusión marcando cada rasgo de su rostro.

Sí, todo está muy bien, no te preocupes—, respondí mientras intentaba secar mi cabello con una toalla, aunque la humedad parecía invadir más que mi piel.

No lo parece, te fuiste y no me esperaste, — replicó Jennifer, sentándose pesadamente sobre el borde de mi cama, sus ojos intentando desentrañar el misterio que me envolvía.

Está todo bien, solo que me sentía un poco mal, por eso me salí de la preparatoria antes de que terminaran las clases— respondí, tratando de suavizar el tono de mi voz mientras me sentaba a su lado.

Yo sé que no estás bien, Sam— murmuró Jennifer, su voz extendiéndose como un suave consuelo en el aire denso de la habitación. —Eres mi mejor amigo. Cuando estés listo, puedes decirme lo que sea que te esté causando daño—. Se inclinó, su susurro tan cálido como un secreto compartido, antes de levantarse y salir de la habitación. Me dedicó una última mirada, sus ojos llenos de comprensión y promesas de apoyo.

Después de haberme bañado, salí a caminar a la playa buscando un momento de tranquilidad, un espacio para escuchar mis pensamientos claros. Caminé absorto en mi mente y, casi sin darme cuenta, llegué frente al faro, mi lugar seguro.

Al entrar, cerré los ojos para poder apreciar el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, el canto de las gaviotas, todo era mágico.

De repente, una voz familiar me trajo de vuelta a la realidad. —Ahora sí me crees—, mencionaba Katherine mientras se acercaba.

¿Qué haces aquí? —, pregunté, visiblemente molesto.

Solo quería ver y oír de tu propia voz que Logan es el monstruo que te dije que era—, replicaba Katherine, con una expresión que parecía regodearse en tener razón.

Largo, no quiero saber nada de ti ni de Logan, quiero que ambos salgan de mi vida—, grité, señalando la puerta con mi mano.

Me voy, pero ten cuidado. Cuando Logan se entere de que ya no podrá tenerte, te asesinará como a las demás chicas—, mencionó Katherine mientras se dirigía hacia la salida.

Parecía disfrutar cada palabra que decía, como si el sufrimiento ajeno le proporcionara una especie de placer retorcido. En ese momento, las palabras de Logan, advirtiéndome sobre Katherine y su naturaleza manipuladora, resonaron fuertemente en mi cabeza. La duda y la desconfianza se mezclaban, creando una tormenta de pensamientos difíciles de identificar. ¿Quién hablaba la verdad? ¿Era Logan realmente el monstruo que Katherine describía o era ella la verdadera amenaza, una figura envuelta en sombras y medias verdades? El faro, mi refugio, ahora era un lugar cargado de incertidumbre y temor.

Mientras caminaba de regreso, me encontré en el camino a Logan.

Sam, ¿podemos hablar? —, preguntaba Logan con una culpa que no podía ocultar.

No tengo nada que hablar contigo—, respondí mientras seguía caminando, sin siquiera verlo a los ojos.

Por favor, Sam. No me dejes así—, suplicaba Logan mientras seguía mis pasos.

Detente, déjame. Quiero que desaparezcas de mi vida, quiero ser invisible como lo era antes de conocerte—, le reprochaba mientras me detenía y lo miraba con dolor reflejado en mi rostro.

No me pidas eso, no puedo Sam, te amo—, respondía Logan mientras una lágrima caía por su mejilla derecha.

Qué descaro, cuando se ama no se lastima—, recalcaba mientras mi mirada se llenaba de rencor.

Sé que te lastimé, pero en verdad te amo—, mencionaba Logan, sus palabras sonaban sinceras y llenas de remordimiento por lo que había hecho.

Lo siento Logan, no te puedo perdonar, al menos en este momento no puedo—, respondía mientras continuaba caminando dejando atrás a Logan, con el rostro visiblemente lleno de culpa.

Cada paso alejándome de él, cada letra de mi adiós, marcaba un final que ninguno de los dos había querido escribir, pero que la realidad se encargó de trazar. No es fácil romper las cadenas del cariño, aunque estén oxidadas por la traición. Sin embargo, seguir adelante era mi única opción, cargando el peso de las palabras no dichas y los sueños rotos.

Así, entre pasos y lágrimas silenciosas, se cerraba un capítulo de nuestras vidas, uno lleno de ceguera y dolor, en el que el amor no pudo salvarnos de nosotros mismos.

Diario de un AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora