Muérdeme

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El hecho de meterme en este castillo abandonado a las afueras de la ciudad, solamente porque mis compañeros de instituto me retaron a hacerlo, no me emociona. Ni siquiera me gustan las películas de terror, mucho menos adentrarme en estos lugares. Pero todo sea por ganarme sus respetos y que dejen de molestarme al fin.

Dejo el bosque atrás y aparto algunos matorrales altos que me obstruyen la llegada a las puertas gigantes. Es un lugar abandonado y, sin embargo, la puerta está entreabierta. Es obra de más estudiantes imprudentes que se aventuraron antes que yo.

Mi delgado cuerpo se desliza entre las dos puertas pesadas. Enciendo la cámara de mi celular junto con el flash para grabar todo y tener la evidencia de que cumplí con el reto. Pronto veo la escalinata de piedra y subo. En el piso de arriba hay muchas puertas. Camino delante de varias mientras escucho el sonido de mis pasos, que suenan como un eco en medio de la inmensidad y quietud del castillo.

Hasta que, sin saber por qué, me detengo frente a una. Algo me hace querer adentrarme en esa habitación en particular, así que eso hago. Deslizo la pesada puerta, la cual, para mi sorpresa, se arrastra, pero no emite ningún sonido chirriante.

Gracias a dios, no tenía el mínimo deseo de hacer el menor ruido en ese lugar.

Entonces lo veo. En medio de la habitación y frente a mis ojos diviso una cama matrimonial con dosel, adornada con colchas de color rojo y negro. Detrás de la cabecera de la cama hay una ventana que da al bosque y envuelto entre las sábanas se encuentra un hombre dormido.

Me acerco sigilosamente y lo observo con atención. Ocupa todo el largo del colchón, es un joven alto y delgado. Su cabello negro y largo hasta los hombros cae majestuosamente sobre la almohada y contrasta con su rostro pálido. Parece tener unos veinte años y no ostenta ninguna imperfección. Ni pecas, ni granos, ni manchas. Es un rostro perfecto.

El último rayo de sol se oculta en el horizonte y una brisa fresca entra por la ventana. De pronto, unas velas que no sabía que estaban allí se encienden como por arte de magia. Entonces, en medio de todo el desconcierto que me produce el nuevo ambiente en movimiento, los ojos del hombre dormido se abren.

Por alguna razón, la suma de todos los sucesos repentinos y el despertar del joven, hace que se me escape un quejido, una inspiración de temor. Lo cual advierte al bello durmiente, quien ahora me observa.

Se sienta en la cama y una sonrisa de interés se dibuja en su hermoso rostro. Ostenta unos ojos rojos que me encandilan tan pronto los veo. Jamás me había gustado tanto el color rojo como hasta este momento.

Una parte de mí quiere escapar ante el desconcierto de la situación, pero mis piernas no me responden y todo lo que puedo hacer es mirar a este extraño hombre que me sonríe.

—¡Que encantadora sorpresa! —Su voz suena melodiosa y sensualmente masculina. No se escucha para nada como alguien que se acaba de despertar.

Estira su mano y me quita el móvil. Corta la grabación y lo apoya en una mesa al lado de la cama. Saca sus piernas de debajo de las sábanas y se pone de pie. Ante esto, al fin logro hacer que mis piernas retrocedan, pero él es más rápido y se acerca hacia mí.

—Dime, bella mujer, ¿a qué debo tu inesperada visita? —Un aliento mentolado invade mis fosas nasales y me hace quedar como hipnotizada cerca de él, quien acaricia mi mejilla con sus suaves y pálidos dedos.

—No sabía que era tu casa, pensé que estaba abandonado —respondo con un hilo de voz. No entiendo ya si su proximidad me da miedo o me causa otra cosa—. Perdón, no quise...

De pronto, sus dedos recorren mi boca en una caricia suave que me hace perder el hilo de lo que estoy por decir. Él me mira con una sonrisa de suficiencia.

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