Capítulo 43: Nuevos comienzos, viejas heridas

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Pov.




El eco de las palabras de Kiara seguía resonando en la mente de Alaya mientras caminaba hacia la escuela aquella mañana. Sentía el peso de la distancia que había decidido poner entre ellas, pero también una extraña sensación de liberación. Había pasado la noche en vela, intentando comprender cómo podía seguir adelante sin la amiga que tanto había significado para ella. La relación con Kiara había sido una constante en su vida, pero ahora se enfrentaba a la dolorosa verdad de que no podía depender de alguien que ya no la veía de la misma manera.

Al entrar al colegio, los rostros familiares no lograban darle consuelo. Cada risa que escuchaba, cada grupo de amigos que veía en los pasillos, le recordaban lo que había perdido. Su corazón latía con fuerza mientras cruzaba miradas con Kiara a lo lejos, rodeada por Frida y el resto de su nuevo grupo de amigas. No había un saludo, ni siquiera un gesto. Kiara parecía haberla borrado por completo, como si nunca hubieran compartido secretos, risas o sueños. Alaya desvió la mirada antes de que el dolor la sobrecogiera.

Sophie la esperaba en la entrada del aula, su figura menuda pero cálida le ofrecía una sensación de estabilidad en medio del caos emocional. Alaya intentó sonreír, pero era una sonrisa rota, llena de angustia contenida.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Sophie con suavidad, sabiendo que cualquier respuesta sería compleja y probablemente incompleta.

Alaya suspiró, sintiendo un nudo en la garganta.

—No lo sé, Sophie. Me siento... vacía, supongo. No era así como pensé que terminaríamos —admitió mientras caminaban hacia el aula.

—A veces, las personas que más significan para nosotros son las que más nos lastiman —respondió Sophie, su voz teñida de una sabiduría tranquila que siempre la había caracterizado.

Alaya asintió, reconociendo la verdad en esas palabras. El aula estaba llena, pero las conversaciones a su alrededor parecían distantes, como si fueran parte de una realidad a la que ella ya no pertenecía. Todo se había vuelto tan ajeno desde que se había roto la relación con Kiara, pero no podía dejar que esa sensación la consumiera. Sophie se sentó a su lado, en silencio, respetando el espacio que Alaya necesitaba.

Durante el almuerzo, las cosas tomaron un giro inesperado. Alaya había contemplado aislarse, pero en lugar de eso, decidió hacer algo diferente. Caminó hasta la mesa donde Luisa y Celeste, sus antiguas compañeras de clase, estaban sentadas. Habían sido parte de su grupo, pero no tan cercanas como Kiara, Clara o Leonor. Aun así, en las últimas semanas, habían mostrado una discreta pero constante amabilidad.

—¿Puedo sentarme? —preguntó, algo insegura, pero con la determinación de no ceder al aislamiento.

Luisa levantó la vista, sonriendo sin pensarlo dos veces.

—Claro, Alaya. Siéntate con nosotras —dijo, corriendo su mochila para hacerle espacio.

Celeste también la saludó con una sonrisa tímida, y aunque el silencio inicial fue incómodo, no había juicio en sus miradas. Comenzaron a hablar de trivialidades, nada profundo, nada relacionado con lo que Alaya llevaba por dentro, pero eso era lo que necesitaba. Por un rato, pudo olvidar el peso de su corazón.

El almuerzo pasó en un vaivén de risas suaves y comentarios sobre las clases. Luisa y Celeste, aunque no lo sabían, le ofrecían a Alaya algo que había estado buscando sin darse cuenta: la posibilidad de estar bien sin depender de una sola persona. Alaya se dio cuenta de que la vida seguía, y que aunque Kiara ya no estuviera a su lado, eso no significaba que estuviera sola.

Al regresar a clases, Alaya no podía evitar reflexionar sobre lo que significaba la amistad para ella. Había pasado demasiado tiempo idealizando a Kiara, dependiendo de su presencia como si fuera una parte indispensable de su identidad. Pero ahora, mientras observaba a Luisa y Celeste, se daba cuenta de que había otras formas de conectar, otras maneras de ser vista y valorada.

Cuando la campana final sonó, Alaya se despidió de sus nuevas compañeras de almuerzo con una sonrisa sincera. No eran como Kiara, y quizás eso estaba bien. A medida que se dirigía a casa, sintió una extraña mezcla de alivio y nostalgia. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero también sabía que había dado el primer paso hacia algo nuevo. Ya no estaba definida por su relación con Kiara. Alaya comenzaba a entender que su valor no dependía de una sola persona, y que tenía la capacidad de reconstruirse a sí misma.

Esa noche, mientras se recostaba en su cama, el dolor seguía allí, pero no era tan insoportable como antes. Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, durmió sin lágrimas.






























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