—¡IMBÉCIL! —la voz de Max Verstappen retumbó por el casco, vibrando en las radios y resonando en los monitores de los boxes.
El eco del insulto cruzó los hogares de millones de espectadores alrededor del mundo que seguían cada curva de la carrera en el Gran Premio de Silverstone. Las cámaras de la transmisión captaron justo el momento en el que el RB19 de Max estuvo a milímetros de chocar contra el auto de su compañero de equipo, Sergio "Checo" Pérez, el experimentado mexicano de 28 años, en una frenada peligrosa al final de la recta principal.
Max, con los puños apretados en el volante, seguía conduciendo, su mirada fija en el horizonte, aunque sus pensamientos estaban totalmente consumidos por la rabia. Había una tensión tan palpable entre los dos pilotos que los comentaristas no podían ignorarlo.
En el siguiente giro, cuando ambos autos pasaron casi tocándose de nuevo, las imágenes no dejaban dudas: había algo personal en esa batalla en pista.
—¡Podrías haber arruinado la carrera para los dos! —se oyó la voz agitada de Checo en la radio, mientras luchaba por mantenerse concentrado en la carrera, aún temblando de rabia por el casi accidente.
El silencio de Max, más allá de sus palabras mordaces iniciales, lo decía todo. No estaba dispuesto a ceder terreno. No había manera de que le permitiera a Checo adelantarse. No hoy. No aquí, en Silverstone, una pista donde él, Max, se sentía invencible.
—¡MAX! ¡SERGIO! ¡CÁLMENSE! —se oyó a Christian Horner, jefe de equipo de Red Bull, interviniendo por la radio—. ¡Estamos en la misma escudería!
Pero las palabras de Horner se perdían en el furor de la pista. Las cámaras de televisión estaban fijadas en ellos; dos pilotos del mismo equipo, peleando por la supremacía en el circuito. Se sentía como una pelea interna, una rivalidad que había sido contenida por demasiado tiempo. Cada adelantamiento era un golpe más a su frágil relación.
Y es que al final de la carrera, como era de esperarse, Max cruzó la línea de meta segundo, mientras que Checo quedó tercero, y aunque ambos subirían al podio, el ambiente era gélido y difícil de sobrellevar.
A pesar del éxito para el equipo, la tensión en el aire era tan densa en Red Bull que cualquier persona que pasara por ese garage, podía dar fe que esa tensión se podía cortar con un cuchillo hasta de mantequilla. Se podría decir que el infierno era una brisa marina refrescante al lado de las interacciones entre ambos pilotos.
El marrón con motas de color verde y el azul, en ningún momento se llegaron a cruzar ni por casualidad.
Los medios se arremolinaban, buscando declaraciones de los pilotos, pero el silencio entre Max y Checo era ensordecedor.
Max, el menor de 22 años, estaba decidido a dirigirse al hospitality de Red Bull mientras se veía a leguas que tenía los hombros tensos y la mandíbula apretada.
Checo, por su parte, tendría que seguirlo a una distancia prudente, he intentaría mantener la calma, aunque cualquiera que lo conociera, bien podría saber que estaba al borde de perder el control.
Mientras ambos se bajaban de sus autos, las cámaras de televisión estaban listas para captar cualquier interacción. Justo al salir del monoplaza, la tensión acumulada estalló.
—¿Te crees el rey de la pista, Verstappen? —dijo Checo, su voz cargada de desdén, mientras se sacudía el sudor de la frente, incapaz de ocultar su frustración. No temía enfrenter a aquel hombre que le llevaba prácticamente una cabeza de diferencia en altura—. Si sigues así, terminarás arruinando mi carrera.
Max se volvió hacia él, la rabia brillaba en sus ojos. —¡Y tú deberías aprender a manejar en lugar de jugar al piloto de prueba! —respondió, su tono cortante.
ESTÁS LEYENDO
El diario del asiento 33B |CHESTAPPEN|
FanfictionMax Verstappen y Checo Pérez comparten un diario físico durante la competenecia, como parte de una actividad impuesta por Red Bull para mejorar su relación. En cada momento de soledad, uno escribe en el diario y lo entrega al otro, después de cada c...