C a t o r c e

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—¿Cuál era tu caricatura favorita en la infancia? —preguntó Calum, encontrando en su morral un paquete de frituras.

—Clifford. Adoraba a ese gigante perro rojo —contesté, sonriendo ante el recuerdo de mi preciada infancia.

Él extendió el paquete en mi dirección. Llevábamos casi tres horas en el encierro, sin señal y con mi celular a punto de quedarse sin batería. Afortunadamente Calum tenía una botella con agua y una que otra chuchería en su bolso, lo que nos permitió soportar el encierro y apaciguar el apetito de cierta manera.

—Gracias. No sabía que guardaras un minimarket dentro de tu morral —bromeé, abriendo el paquete y comiendo un puñado de papas.

Se lo regresé para que él también se alimentara.

—Necesito algo que me mantenga activo durante las horas de clase y la comida es la mejor solución
—argumentó, encogiéndose de hombros.

Me quedé observándolo mientras masticaba con una tranquilidad que me sorprendía teniendo en cuenta la situación. Su cabello lucía húmedo a causa del calor dentro de la biblioteca, impregnándose en su rostro con rebeldía. Sus pómulos se habían tornado rosáceos y sus labios carnosos me resultaban tentadores.

—¿Hace cuánto estás con Julianne?
—no pude evitar preguntar, al tenerlo tan cerca y con miles de pensamientos que apuntaban a tener mis labios sobre su boca.

Su mirada se elevó, recayendo en mí.

—Bueno, la conozco desde que éramos niños, pero somos novios desde mediados del año pasado.

Él parecía estar incomodo con lo que me decía, como si su relación no fuera tan perfecta como parecía. Asentí, tomando un sorbo de agua.

—¿Y tú? ¿Sales con alguien? He escuchado por ahí de cierta persona que está bastante interesada en ti —continuó hablando, ahora volviéndome el objeto de interrogatorio.

Desvié la mirada, intuyendo quién podría ser esa persona a la que se refería.

—No, no salgo con nadie —me limité a decir.

—¿Pero te interesa alguien?

Por un momento pude percibir un atisbo de ansiedad en él por saber la respuesta. Algo que me resultó confuso porque, siendo sincera, ¿Por qué a Calum le interesaría saber si alguien me gusta?

—Se puede decir que sí —repliqué, viéndolo descaradamente y él me sostuvo la mirada.

En ese instante, nada más me importaba. Ni el hecho de que tuviera novia, ni las posibles consecuencias. Mi atención estaba completamente centrada en él y en el cúmulo de sentimientos que despertaba en mi interior. Sentimientos que nacieron desde el primer día que lo vi.

Resultaba curioso cómo a veces podías sentir una conexión tan intensa con alguien que apenas conocías. Más curioso aún era que esa conexión surgiera sin que lo hubieras buscado. Siempre me había preguntado por qué el amor funcionaba de maneras tan impredecibles, ¿Qué debía tener una persona para convertirse, de repente, en alguien a quien desearas amar? Jamás lo entendería.

No podía comprender por qué, con algunas personas, sentías esa necesidad de compartirlo todo, de construir una vida a su lado, mientras que, con otras, por mucho que intentaran llegar a tu corazón, no podías decidir corresponderles.

El amor y sus misterios.

Repentinamente, unos ruidos nos hicieron apartar la vista y comencé a buscar alrededor una forma de poder asomarme. La biblioteca contaba con unas reducidas ventanillas superiores, protegidas por barrotes y llenas de polvo, que se ubicaban en los laterales y por encima de la puerta principal. La idea de escalar y fisgonear a través de la ventanilla del frente me pareció la solución más prometedora. Si había alguien al otro lado, podría llamarle para pedir ayuda y, con un poco de suerte, salir de esta situación incómoda.

CalumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora