CAPÍTULO 1

1 0 0
                                    

El vapor se elevaba como serpientes blanquecinas desde las vías del tren. Aleksh podía sentir el metal frío contra su espalda, las ataduras mordiendo sus muñecas. El cielo sobre él era de un gris metálico, como si el universo entero fuera una enorme máquina sin alma. A lo lejos, el silbato del tren aullaba como una bestia hambrienta.

—¿Por qué yo? —su voz sonaba extraña, distante, como si perteneciera a otra persona.

La figura que se erguía junto a la palanca de cambio de vías no respondió inmediatamente. Era una versión distorsionada de sí mismo, como si se mirara en un espejo de feria: más alto, más oscuro, con una sonrisa que nunca se había visto en su propio rostro.

—Porque tú elegiste esto —respondió finalmente su otro yo—. Cada vez que fingiste dormir en el autobús cuando una embarazada necesitaba el asiento. Cada vez que miraste tu teléfono para evitar ayudar a un anciano con sus bolsas. Cada pequeña decisión...

El rugido del tren se intensificaba. Aleksh podía sentir las vibraciones en los rieles, atravesando su cuerpo como corrientes eléctricas de pánico.

—Pero he cambiado —protestó, tirando de sus ataduras—. ¡He intentado ser mejor!

Su reflejo oscuro se inclinó sobre la palanca, sus ojos brillando con una diversión cruel.

—¿Y qué tal lo has hecho? ¿Cuántas veces has fallado en tus intentos de perfección? ¿Cuántas veces la culpa te ha mantenido despierto por la noche?
El tren apareció en la curva, una masa de metal negro que devoraba la distancia como un depredador mecánico. Aleksh podía ver al maquinista, una figura borrosa tras el cristal, inmutable ante la escena que se desarrollaba frente a él.

—Por favor —susurró Aleksh, aunque no estaba seguro si le suplicaba a su otro yo o a sí mismo.

—Es curioso —reflexionó su doble, acariciando la palanca—. Siempre te has preguntado qué harías en el dilema del tranvía. ¿Sacrificarías a una persona para salvar a cinco? ¿A un ser querido por un grupo de extraños? Pero nunca te preguntaste qué pasaría si tú fueras el que está en las vías.

El tren estaba tan cerca que Aleksh podía sentir el calor de su maquinaria, el viento generado por su velocidad agitando su ropa. En la vía paralela, atados como él, había cinco personas. No podía distinguir sus rostros, pero sus gritos de terror se mezclaban con el rugido del tren.

Su otro yo sonrió, una expresión que parecía partir su rostro en dos.
—Hora de decidir, Aleksh. ¿Qué vale más? ¿Tu vida o tu consciencia?
Las ruedas del tren chirriaron contra los rieles. El mundo se redujo a metal, vapor y terror. Y justo cuando la locomotora estaba a punto de alcanzarlo...
Aleksh despertó de golpe, su cuerpo empapado en sudor frío. La alarma de su teléfono sonaba con insistencia: 6:30 AM. Otro día comenzaba.

Se sentó en el borde de la cama, pasando sus manos temblorosas por su rostro. El sueño, como siempre, se sentía más real que la realidad misma. Podía oler el metal caliente, sentir el vapor en su piel.

—Buenos días, cariño —la voz de su madre llegó desde la cocina—. ¿Dormiste bien?

Aleksh se levantó, sus piernas aún inestables.

—Sí, mamá —mintió, como cada mañana—. Todo bien.

El espejo del baño le devolvió una mirada exhausta. Ojeras profundas marcaban sus ojos, como si las noches de insomnio y pesadillas hubieran dejado cicatrices visibles. Se lavó la cara con agua fría, intentando despertar completamente, alejarse de las vías del tren y las decisiones imposibles.
En la cocina, la televisión murmuraba noticias en un volumen bajo. Su madre preparaba el desayuno, tarareando distraídamente. Todo parecía normal, cotidiano, seguro. Pero Aleksh sabía que era solo una ilusión.

—Han dicho algo interesante en las noticias —comentó su madre, sirviendo café—. Parece que hay tensiones creciendo entre países...

Aleksh asintió distraídamente, su mente aún en las vías del tren. ¿Qué decisión habría tomado su otro yo? ¿Lo habría salvado o habría salvado a los cinco desconocidos?

—¿Aleksh? ¿Me estás escuchando?
—Perdón, mamá. Estaba... pensando.

Su madre lo miró con preocupación.
—Has estado muy distraído últimamente. ¿Está todo bien?

—Sí, es solo... —hizo una pausa, considerando contarle sobre las pesadillas, sobre el peso constante de cada decisión moral que tomaba—. Es solo el estrés de la universidad.

El noticiero cambió a una historia sobre reclutamiento militar. Algo sobre preparación ante posibles conflictos. Aleksh sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por un momento, el sonido de la televisión se transformó en el silbato de un tren.

—Deberías comer algo —insistió su madre—. No es bueno salir con el estómago vacío.

Aleksh miró el plato frente a él. Los huevos revueltos parecían formar rostros, rostros que gritaban desde las vías del tren. Apartó el plato suavemente.

—No tengo hambre —se levantó, recogiendo su mochila—. Se me hace tarde.

En la calle, el mundo parecía moverse en cámara lenta. Cada decisión, cada interacción, se sentía como una nueva versión del dilema del tranvía. ¿Ayudar a esa anciana con sus bolsas o llegar a tiempo a clase? ¿Ceder el asiento en el autobús o descansar sus piernas adoloridas?

"Porque tú elegiste esto", las palabras de su otro yo resonaban en su mente.
El día apenas comenzaba, y ya podía sentir el peso de las decisiones por venir. En algún lugar de su mente, las ruedas de un tren seguían girando, esperando el momento de volver a sus sueños.

Y mientras caminaba hacia la universidad, Aleksh no podía evitar preguntarse: ¿cuándo llegaría el día en que sus decisiones morales tendrían consecuencias más allá de sus pesadillas?

El sonido distante de una sirena lo hizo sobresaltarse. Por un momento, sonó exactamente como el silbato de un tren.

T-S3RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora