El amanecer llegó con el sonido de botas militares contra el pavimento. Aleksh estaba despierto antes de que golpearan la puerta, como si su cuerpo hubiera presentido lo inevitable.
—¡Servicio de Reclutamiento! —la voz resonó como un trueno a través de la madera—. ¡Tienen cinco minutos!
Su madre apareció en el marco de su puerta, sosteniendo una mochila ya preparada. Sus ojos estaban rojos, pero no lloraba.—Te empaqué lo esencial —susurró, como si hablar más alto pudiera acelerar lo inevitable—. Y esto...
Le extendió una fotografía familiar antigua, doblada en los bordes. Aleksh la tomó con manos temblorosas.
—Mamá, yo...
—¡Dos minutos! —rugió la voz desde afuera.
Su padre apareció detrás de su madre, su rostro una máscara de piedra.
—Mantén la cabeza fría, hijo —dijo con voz ronca—. Y recuerda quién eres.
"¿Pero quién soy?" pensó Aleksh. "¿El cobarde del autobús? ¿El hombre que intenta ser mejor? ¿O algo entre medio?"
La puerta principal se abrió con un estruendo. Botas pesadas invadieron el espacio familiar, convirtiendo su hogar en territorio militar en cuestión de segundos.Un oficial, con cicatrices que parecían mapas de anteriores conflictos en su rostro, emergió en el pasillo.
—¿Alekshdrive? —consultó una lista en su mano—. Diecinueve años, estudiante universitario.—Sí, señor —respondió Aleksh, sorprendido por la firmeza en su propia voz.
—Tienes un minuto para las despedidas.
Su madre lo abrazó primero, su cuerpo pequeño temblando contra el suyo.—Vuelve a nosotros —susurró en su oído—. Como sea, pero vuelve.
Su padre lo abrazó después, un gesto raro entre ellos que solo subrayaba la gravedad del momento.
—Los Narzcis no son como nosotros —murmuró su padre—. Son... diferentes. Ten cuidado.
Antes de que pudiera preguntar más, el oficial lo tomó del brazo.
—Tiempo terminado.
El camión militar esperaba afuera, su carga humana ya considerable. Rostros jóvenes, algunos conocidos de la universidad, otros completamente extraños, todos unidos por el mismo destino incierto.
Mientras subía, Aleksh notó que las casas vecinas experimentaban la misma escena. Padres despidiendo a hijos, promesas susurradas en el aire de la mañana, el sonido de corazones rompiéndose mezclado con el rugido de motores militares.
Se sentó junto a una ventana, observando cómo su vida civil se alejaba con cada vuelta de las ruedas. El camión pasó junto a la estación de tren, y por un momento, Aleksh esperó sentir el peso familiar de sus pesadillas. Pero el tren y sus dilemas morales parecían ahora un lujo del pasado.
—¿Alguien sabe a dónde nos llevan? —preguntó una voz temblorosa desde el fondo del camión.
—Al infierno, probablemente —respondió otro, intentando sonar despreocupado y fallando miserablemente.
El oficial que los escoltaba se giró hacia ellos, su rostro cicatrizado contorsionado en una mueca que podría haber sido una sonrisa.
—Base de entrenamiento primero —gruñó—. El infierno viene después.
El camión atravesó la ciudad como una serpiente de metal, recogiendo más jóvenes en cada parada. Aleksh observaba cada rostro nuevo, preguntándose cuántos sobrevivirían, cuántos volverían a casa.—¿Vieron las noticias sobre los Narzcis? —susurró alguien cerca—. Dicen que son como máquinas, que tienen tecnología que nunca hemos visto.
—Mi primo estuvo en la frontera —añadió otro—. Dice que son gigantes, que sus armas parecen sacadas de una película de ciencia ficción.
Aleksh cerró los ojos, recordando las palabras de su padre. "Los Narzcis no son como nosotros." ¿Qué significaba exactamente?
El camión se detuvo abruptamente. Las puertas traseras se abrieron con un chirrido metálico, dejando entrar la luz cegadora del mediodía.
—¡Todos abajo! —ladró el oficial—. ¡Bienvenidos a su nuevo hogar!
La base militar se extendía frente a ellos como una ciudad de concreto y metal. Alambres de púas coronaban muros grises, y en la distancia, el sonido de disparos y explosiones controladas creaba una sinfonía de guerra.
Mientras formaban filas bajo el sol implacable, Aleksh notó un movimiento en su periferia. Una figura que se movía diferente a los demás reclutas, con una gracia que parecía fuera de lugar en este ambiente brutal.Se giró ligeramente y su corazón se detuvo.
Ojos violetas le devolvieron la mirada.
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T-S3R
Science FictionEn un mundo al borde de la guerra, Alekshdrive sufre pesadillas recurrentes sobre el dilema del tranvía, que reflejan sus decisiones morales diarias. Cuando es reclutado para una guerra contra los tecnológicamente superiores narzcis, sus dilemas mor...