Capítulo V
Abro los ojos aturdido, estaba tumbado en la cama. Las siete. Me levanto rezagado, sintiendo el peso de la mañana en mis hombros. Me pongo algo cómodo: suéter negro y vaqueros. Me acomodo los piercings una vez más, tratando de recoger todo el cabello que puedo en una cola baja.
—Tú puedes.
Me miro en el espejo una última vez, el reflejo me devuelve una mirada vacía. Tomo mi mochila, las carpetas de dibujo y bajo a la cocina por algo para desayunar en el camino. Tomo un lunchable, un yogurt y una manzana. Los meto en la mochila y tomo la llave del recibidor, dirigiéndome al ascensor. Mientras desciendo a la planta principal, pido al chofer y me siento en el vestíbulo, incapaz de mantenerme completamente despierto.
Cierro los ojos por un segundo, o al menos eso es lo que creo, hasta que escucho la voz de Clifford, el chofer, despertándome con suavidad.
—Joven, se ve pálido. — Murmura con preocupación, sus ojos evitaban los míos.
—Sí, estoy un poco enfermo. —Me excuso, mirando al frente. Cierro los ojos de nuevo, y la noción del tiempo se desdibuja mientras me dejo llevar por el movimiento del auto.
Llegamos a casa de Cynthia. Me desperezo, viendo la pintoresca fachada ante mí. Me bajo del auto, avisando a Clifford que me volvería en taxi. Paso la cerca entreabierta y subo las pequeñas escaleras hasta la puerta. Al tocar el timbre, casi de inmediato abren. La música suave se cuela desde el interior. La mujer que aparece ante mí era casi idéntica a Cynthia, solo que un par de décadas mayor.
—Alexander, ¿verdad? — Me recibe con una sonrisa cálida, sus ojos irradiaban una dulzura que intuía que era su madre.
—Sí, vengo buscando a Cynthia.
Un gran perro se asoma, moviendo la cola con entusiasmo, ladeando la cabeza al escuchar su peculiar nombre, Bruss. Me agacho y extiendo mi mano, permitiéndole que la huela antes de que se frote buscando mimos.
—Pasa, pasa. —Me dice la madre, guiándome hacia el interior.
La casa era una explosión de color, con paredes vibrantes, plantas en cada esquina y fotografías que daban la sensación de haber recorrido el mundo entero. Al fondo, las grandes puertas francesas abrían el paso a un jardín donde se respiraba creatividad. Cynthia estaba allí, perdida en su propio mundo, recortando papeles de colores.
—Llegó tu amigo. —Anuncia la madre con un tono divertido antes de dejarnos a solas.
Me acerco lentamente, jugando con las pequeñas grullas de papel que decoraban la mesa.
—Es para la semana de artistas en el instituto oncológico. — Explica Cynthia, mientras termina de pegar las últimas piezas. Ladeo la cabeza al ver su obra.
—Es la silueta de Nueva York.
—Touche.
Después de un rato de trabajo, despejamos la mesa. Cynthia saca folios en blanco y una variedad de lápices, y me mira con una sonrisa que desarma.
—Relájate, no es tan intimidante como parece. — Me tranquiliza mientras me extiende una regla.
Sus trazos son suaves, delicados, en contraste con los míos, toscos y torpes. A pesar de mis intentos fallidos, ella sigue enseñándome con paciencia. Al cabo de una hora, le muestro con orgullo mi creación, una mezcla desastrosa de formas.
—¿Qué es eso? —Pregunta entre risas contenidas.
—Un cubo. — Respondo, alzando el folio.
—Alex, eso no es un cubo, parece una lata aplastada —se ríe.
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La vida de un loco llamado Alexander
RomantikAlexander siempre ha sido un imán de problemas. Rebeldía, malas decisiones, y un profundo sentimiento de no encajar en ningún lugar han definido su vida hasta el punto en que sus padres, ya desesperados, lo envían a una universidad de élite con la e...