2. Todo me recuerda a ti

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Casa de Darío Benedetto

Sumado a su ruptura con Adam Bareiro, en Boca surgían rumores de que Darío Benedetto tenía pensado jugar en otro club de Argentina (cuando él en más de una ocasión había dicho que en Argentina, jamás jugaría en otro club que no sea Boca Juniors), su rendimiento general parecía empeorar, los hinchas lo trataban de "perro", no podía meter ni un penal y él ya no era ni la sombra de aquel chabón talentoso y goleador que solía ser hace no muchos años. Quizás los años le estaban pasando factura, o quizás la separación con el paraguayo lo estaba afectando mucho más que lo que él esperaba.

Al llegar a la casa que antes solía compartir con Adam y su hijita Ainhoa durante sus 8 años de relación, la situación no era mejor: forzadamente, tenía que enfrentarse a su propia soledad, al resultado de sus malas decisiones. No había nadie en casa esperándolo para darle un abrazo, para consolarlo después de cada paso en falso que parecía dar en Boca.
"Él me bancó en cada momento, se fumó tantas cosas de mí que nadie más se hubiera fumado y nunca dejó de quererme, por más que yo no me lo mereciera. Y ahora lo perdí, capaz que para siempre", pensó Darío un día, con los ojos cristalinos, sentado en el sofá beige del living, mirando una foto de él junto a Adam y a Ainhoa cuando ella era apenas una bebita. Ahí estaban los tres, cuando la pequeña apenas tenía unos meses. Los ojos del paraguayo brillaban de amor en la foto, su sonrisa era amplia, y su aroma a caramelo dulce parecía haber quedado impregnado en cada rincón de esa sala. Aquel perfume que tantas veces había consolado a Darío en sus peores días, ahora lo hacía sentirse aún más miserable.

Definitivamente, tenía que hacer algo para recuperar a su ex esposo. Y rápido, ya que las chances de que Adam encontrara a "alguien mejor que él" aumentaban con cada segundo que pasaba (o al menos, así pensaba Darío).

Para empeorar todo, Bareiro lo había bloqueado de toda red social existente y se había llevado con él a Ainhoa. Y vaya a saber cuándo le permitiría verla. Eso lo lastimaba todavía más.
"¿Quién me mandó a mí a ser tan tarado?", pensó amargamente el argentino, recordando los innumerables errores que lo llevaron a este punto.

Con una botella de vino en mano, no hacía más que recordar momentos en los cuales todo parecía ser mucho mejor. "Tiempos felices", dirían por ahí; como por ejemplo, cuando lo conoció por primera vez, en una discoteca porteña de renombre (en el año 2016, año en el cual el argentino debutó y brilló en Boca). No sabía si era por efecto del alcohol, pero el acento paraguayo del menor (quien tenía 20 años en aquel entonces, en comparación a los 26 de Darío) y su sonrisa se le hicieron un tanto tiernos al jugador xeneize. A medida que fue avanzando la noche, pegaron muy buena onda y Darío se percató del aroma a caramelo que desprendía aquel joven, así como también percibió una personalidad alegre y cálida en él.
Pipa, como todo taurino y alfa impulsivo, le pasó su número de teléfono, con la promesa de seguir conversando más tarde y quizás de juntarse otro día, ya más sobrios, para conocerse mejor.

Al igual que como sucedió esa noche, Pipa y Adam se siguieron juntando, y lograron hacerse bastante cercanos. Un sentimiento comenzó a emerger en Darío, pero no sabía si tal vez sería un simple capricho de alfa, y tenía mucho miedo de estropear su amistad con el paraguayo. Pero a su vez, todo su mundo se tambaleaba cuando lo oía reírse, cuando se le formaban esos hoyuelitos o cuando su aroma a caramelo lo envolvía con intensidad, en señal de que el chico también era muy feliz a su lado.

Como alfa, Darío tuvo varios amoríos sin importancia antes de conocer al "gurí" ese. E incluso tuvo una o dos relaciones serias. Pero nadie se comparaba a ese joven omega paraguayo. Ese pibe tenía algo especial, algo que nadie más tenía.

Con el paso del tiempo, ambos desarrollaron una atracción mutua, empezaron a necesitar más de la presencia del otro (sobre todo en los momentos difíciles). Y no tardaron en ponerse de novios. De hecho, Darío sorprendió al paraguayo con su propuesta de noviazgo (y años más tarde, lo asombró pidiéndole casamiento). Y así fue cómo también el argentino, sin pedírselo, convenció al menor de radicarse en Argentina. Aunque, por supuesto, Darío iba de vez en cuando junto a Adam a visitar a la familia del omega, allá en Asunción.

Darío amaba a Adam, aunque no siempre se lo decía (y quizás, ese fue uno de sus peores desaciertos). Él era su mejor compañía, siempre estaba ahí para llenarlo de afecto o simplemente para escucharlo cada vez que lo criticaban dentro y fuera del ámbito futbolístico. A pesar de ser seis años menor, el paraguayo era su pilar. Y el argentino, por esa misma razón, sabía mejor que nadie todas las veces que le había fallado, sin que Adam se lo mereciera; a Pipa le costaba mucho dejar de lado ese estilo de vida fiestero y "sentar cabeza", así como dejar la bebida. Y no lo hacía por falta de amor al omega. Sino más bien, porque sentía que sus malos hábitos eran más fuertes que él.

Y sin embargo, ahí estaba Adam, aguantando todo junto a él, siempre firme al pie del cañón, incluso luego de haberle pedido tantas veces que "madurase" y que "dejara de actuar como un soltero loco". Darío le había prometido que "iba a cambiar", pero simplemente no podía. Sus vicios eran más fuertes que él.

Cuando nació Ainhoa, aquel 6 de Abril del 2021, el omega interiormente deseaba que de una vez por todas su marido "se dejara de joder" y pusiera los pies en la tierra. Pero eso tampoco sirvió de mucho. Aunque el argentino adoraba a su hijita, por ser el fruto de aquel amor incondicional y a prueba de balas que mantenía con su omega, simple y sencillamente no podía atenerse a sus nuevas responsabilidades como padre y como esposo decente.

Volviendo a esa tarde gris de Julio, casi un mes después de su separación, Darío incluso se lamentaba por no ser el padre que por ahí su niña merecía. También le había fallado a ella, sin querer.

Darío deseaba con todo su ser volver el tiempo atrás y deshacer todos los errores que cometió. No había día en el cual no se odiara a sí mismo por haberse dejado llevar por los "encantos" de esa atractiva y desvergonzada modelo, aquella noche en esa discoteca cuyo nombre no quería ni recordar.

Necesitaba a su pequeña familia de vuelta en su vida, pero ni siquiera podía cuidar de sí mismo. Entre lágrimas y largos tragos de alcohol, seguía hojeando ese álbum de fotos, donde estaba firmemente asentada aquella historia de amor, que hoy en día parecía tan lejana e irrecuperable. Incluso de a ratos dudaba de que sus propios amigos tuvieran real interés en ayudarlo a recuperar al omega de su vida, lo cual lo sumía aún más en la desesperanza. Y como él bien sabía, Adam merecía algo mejor. Y si era necesario hacer un cambio de 180° consigo mismo para recuperarlo, lo haría.

Su cabeza daba vueltas, entre el alcohol y la desesperación, pero una cosa era clara: no iba a rendirse. Adam y Ainhoa eran su vida, y no importaba cuántos goles fallara en la cancha, no iba a fallar en lo único que realmente importaba: recuperar a su familia.

Casa de Adam Bareiro

Mientras tanto, en su nuevo departamento, Adam Bareiro intentaba concentrarse en su entrenamiento con River Plate, pero el dolor en su pecho era constante. Había amado a Darío con todo su ser, lo había apoyado en sus peores momentos, cuando la bebida y las fiestas lo alejaban de la realidad. Pero esta vez, el dolor de la traición era demasiado grande.

Adam miró a Ainhoa, que jugaba inocentemente en el suelo, ajena a todo lo que estaba sucediendo entre sus padres. "¿Cómo llegamos a esto?" pensaba mientras repasaba mentalmente cada discusión, cada promesa rota. Darío siempre decía que iba a cambiar, que iba a dejar las fiestas, que iba a ser el hombre que Adam y Ainhoa necesitaban. Pero nunca lo hizo.

Me dediqué a perderte (Benedetto x Bareiro) (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora