1. ¡Felices 76!

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Selena había ido a casa de su madre para recogerla e ir a ver una amiga. Su madre, Margo Gümm, cumplía 76 años. Con el paso de los años, había conseguido forjar una personalidad que se adaptara a ella, de modo que ahora podían pasar más de una hora sin discutir. El truco estaba en redirigir su atención hacia otra cosa antes de que se escalara la conversación hacia tintes más dañinos.

Hoy iban con el tiempo muy ajustado. Eso le gustaba a Selena. Cuantas más cosas tuvieran que hacer, menos tiempo para discutir tendrían. Hacía años que no recordaba tener una bronca con ella, pero la sombra de lo que fue siempre pululaba a su alrededor cuando se juntaban. A pesar de eso, disfrutaba del tiempo que pasaba con ella. De sus hermanos, era la que más tiempo pasaba con ella.

- Venga, date prisa. ¿Has cogido las llaves, mamá?

- ¡Selena! No me metas prisa. Que llevo la basura y no puedo con todo.

- ¡Pero si te lo he dicho! Que me des algo.

- No, no, no. Que con lo torpe que eres, eres capaz de llenarlo todo de mierda. Lo llevo yo.

- Pues venga, que no llegamos. ¿La garrafa de agua? ¿Por qué la vas a tirar?

- Porque la odio. ¡Parece un gusano! Estas de ocho litros son demasiado largas. Las de cinco son más manejables.

- Qué te habrá hecho la pobre garrafa...

- ¡Pues te lo estoy diciendo! Que es un coñazo moverla cuando quiero beber agua. Si se me rompe la cadera, que sepas que es por sostener una de estas.

- ¿Por qué no usas las que te traje?

- Porque había una oferta en el supermercado. Las odio, pero son muy baratas. ¡Ay! –se clavó el pico de una caja de leche de la basura-. ¿Ves? Ahora odio también a la leche sin lactosa-De la rabia cogió el cartón y lo tiró al suelo.

- Tócate el coño, mamá. ¿Pues no decías que yo lo iba a poner todo perdido?

- Venga, venga, luego se recoge eso. Que vamos a llegar tarde a casa de Charlotte.

La casa de los Gümm estaba en mitad de la sierra. Tenían vecinos, pero muy alejados entre sí. Eran casas grandes, rodeadas de árboles, y de verjas metálicas que delimitaban sus parcelas, con un muro frontal que hacía de entrada.

Margo Gümm iba todos los años el día de su cumpleaños a ver a su vieja amiga Charlotte. Era vidente. Más que una amistad, tenían una especie de vínculo que las hacía sentirse cercanas como si fueran hermanas, pero una vez que Margo salía de su salón, dejaban de hablar. Se esperaban todo el año para ponerse al día. Lo vivían como si fuera todo un evento. En cierto modo, sabían que al haber un pago de por medio, todo lo real que pudiera surgir entre las cuatro paredes que conformaban la "sala futura"-como a Charlotte le gustaba llamar al salón donde practicaba su ocultismo-, no podía tener buenos cimientos. Sabían lo que era, y no les importaba. Ni les impedía disfrutar de sus encuentros.

Charlotte las recibió con un baño de incienso. Decía que era de lavanda, pero olía a madera quemada. En cualquier caso, catártico. La "sala futura", llena de terciopelo desde el suelo hasta el techo. Un cubo maquetado de arista a arista, sobrecargado de cortinas y otros tipos de telas, figuritas de cristal, y un enorme sofá chaiselong. No había ninguna mesa redonda, ni bola de cristal. En su lugar, una mesa de té, bajita y alargada, y una bolsita de terciopelo morado sobre ésta.

- Vamos allá, queridas. Ten en mente lo que te preocupa. Corta la baraja cinco veces. Eso es. Deja los montones, no los toques demasiado. Ahora cogeré la primera carta de cada montoncito y las meteré en la bolsa. Agito la bolsa, y las vuelvo a sacar.

Raíces NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora