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𝐴𝑠𝑡𝑟𝑖𝑑

-¿Abuela? -Le hablé, sosteniendo sus manos. Eran tan frías, tan diferentes a las de siempre.

Me sentí como si estuviera tocando hielo, y un miedo helado recorrió mi cuerpo. Ella siempre tenia sus manos cálidas.

Mi abuela estaba acostada en una cama de hospital, con sábanas blancas y brillantes que parecían un manto de nieve. Sentí un nudo en la garganta, como si un gigante invisible me apretara el pecho.

-Ella ya no va a despertar -escuche decir a mamá. Su voz era baja, como un susurro.

-¿Por qué la abuela duerme tanto? -pregunte a mamá- ¿Cuándo despertara?

Mamá no me respondió. Solo se quedó mirando por la ventana, como si estuviera viendo un mundo que yo no podía entender.

-¿Astrid... quieres ir a fuera por un helado? -dijo mamá, tomando mi mano. Me alejé de la abuela, pero no podía dejar de pensar en ella.

-¿Y la abuela? -ella seguía dormida. Si despertaba iba a estar sola, se sentiría sola.

Un miedo terrible me recorrió. ¿Qué pasaría si la abuela se despertaba y no me encontraba?

-Tu abuela estará bien, ven vamos -Me alejé de la abuela, pero no podía dejar de pensar en ella.

Sentía un vacío enorme en mi pecho, como si me hubieran quitado algo muy importante.

En todo el camino al señor de los helados, no pude dejar de pensar en la abuela. Desde hace unas semanas la habían llevado al hospital, y no había regresado a casa.

Un nudo de angustia se formaba en mi garganta cada vez que pensaba en ella.

-Toma Astrid -dijo mamá, dándome el helado. Estaba frío y delicioso, pero no podía disfrutar de su sabor.

Sentía un sabor amargo en la boca, como si el helado fuera un recordatorio de la preocupación que me cargaba.

-¿Quieres ir a jugar? -me pregunto-. Hay un lugar a unas cuadras, con muchos niños que seguro quedran jugar contigo.

-Sii, quiero ir a jugar -dije, tratando de sonreír.

Me alegraba que mamá me cuidara más. Antes, siempre estaba fuera de casa. Éramos yo y la abuela. Y ahora, yo y mamá. Pero la abuela no estaba, y eso me llenaba de tristeza.

-Espero que la abuela de recupere pronto para ir a jugar con ella -exclame-. ¿Cuánto más estará durmiendo la abuela?

-Astrid... -dijo mamá, deteniéndose-. La abuela esta muy anciana y tiene que descansar.

-¿La abuela va a dormir eternamente como papá?

-Tu papá no duerme -respondio, tragando saliva-. El se fue... Nos abandono.

-Papá me dijo que volvería... Que volvería por mi... Me lo prometió.

-¡Tú padre nunca va a volver, entiendelo! ¡El nos abandono, el se fue con nuestro maldito dinero! -grito muy fuerte- No, no... Astrid, no llores.

-¡Papá dijo que volvería -le dije entre lágrimas- me lo prometió!

Las lágrimas me corrían por las mejillas, y sentía que mi corazón se rompía en mil pedazos.

-No llores... Ven vamos para que juegues.

Mamá me dejaba en casa de la abuela desde que Papá desapareció. Cuando iba por mi a casa de mi abuela y me llevaba a nuestra casa, siempre estaba con algún hombre elegante.

Tomaban una bebida amarga, cuando le preguntaba que era, me decía que era para adultos.

No entendía por qué mamá siempre estaba con hombres diferentes, y por qué no me dejaba probar su bebida. Sentía una punzada de confusión.

El ritmo de nuestros corazones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora