Capítulo 24. Volver a casa

1K 90 170
                                    

Natalia se había empeñado en acompañarla a la estación de tren. Decía que lo hacía porque aquellos días le habían sabido a poco y que echaría de menos a su novia. Luz sonrió, disimulando el alivio que sentía al poder volver a Madrid durante un tiempo.

—No te has ido y ya te echo de menos —comentó la chica, mimosa, lanzándose a abrazar a la morena.

Luz sintió su cuerpo chocando contra el suyo y recordó que ese mismo cuerpo, esos mismos brazos que la rodeaban, esos mismos pechos habían estado desnudos sobre ella hacía cuatro días. Su cara también se había escondido en su cuello como en aquel entonces, su mano rodeaba su nuca y acariciaba el nacimiento de su pelo, y lo que en ese momento le había parecido pasión de repente sonaba a posesión. Esos "eres mía" que resonaban en su mente ya no eran actos de entrega romántica, sino de dominio, de una obsesión que parecía llevar años gestándose.

—Te quiero —añadió, separándose para mirarla a los ojos. En ese momento, Luz se sintió al borde de un precipicio. Antes se quedaba prendada de su mirada, como si fuera una niña pequeña columpiándose en la luna hacia atrás y hacia delante, sintiendo la tranquilidad que le provocaba el vaivén y la seguridad de estar bien sujeta. Ahora esa misma cuerda de la que se columpiaba aprisionaba su cuello, impidiéndole respirar. Se había dado cuenta de que no estaba en el cielo, pero de alguna forma era presa de la noche, oscura; ahora se ahogaba en aquel mar de sus ojos.

—Yo también te quiero —mintió—. Nos veremos pronto.

Natalia tomó su rostro para besarla. El beso le supo amargo, pero no porque se estuviera despidiendo de su prometida hasta Dios sabía cuándo; aquellos labios eran una manzana ponzoñosa, una cuyo veneno se había filtrado en su organismo. Había logrado engañarla... y ahora le tocaba hacerlo a ella.

Se despidió sin muchos más miramientos y se internó en la estación. Mientras esperaba a que anunciaran su tren, trató de eliminar esa sensación tan incómoda que impregnaba su cuerpo. Fue al baño y se lavó las manos, como si el agua y el jabón pudieran borrar los restos del perfume de su prometida en su piel.

Ya en el tren revisó uno de los últimos correos que le había mandado a Julián con el trabajo atrasado. Natalia se había quejado de que la chica no había parado de estar con su portátil cuando podían aprovechar para hacer cosas de pareja. Había actuado alguna vez así en el pasado. Cuando las montañas de papeles digitales se amontonaban en su ordenador, Luz tendía a encerrarse en su habitación y a pasar horas trabajando. Su jefe se había puesto en contacto con ella para actualizarle en el caso de Aitor, como si no tuviera otros problemas legales en los que pensar. Parecía que más mujeres habían decidido sumarse a la denuncia, lo que había hecho que el actor reculara y borrara su presencia de internet. Tanto su jefe como ella estaban seguros de que aquella jugada aguardaba algo mayor. Alguien tan poderoso no se rinde tan fácilmente, tal y como había hecho Natalia.

Suspiró por enésima vez en el tren, y las tres personas que compartían mesa con ella la miraban con disimulo, preguntándose, probablemente, qué problemas le afectaban. Y Luz sonreía por no dejar que se escapara alguna lágrima. "¿Por dónde empiezo?", comenzaba irónicamente en su cabeza. "¿Por mi relación de casi cinco años con una psicópata? ¿Por mi desaparición misteriosa de la faz de la Tierra? ¿Por mis dos hijos y la mujer que abandoné una vez sin ser consciente de ello?". La verdad es que su situación daba para escribir un libro, un drama de los gordos que se adaptaría a Netflix o cualquiera de las grandes plataformas de entretenimiento. Así, al menos Luz cobraría los derechos de autor gracias a las lágrimas de la audiencia. Era un buen plan.

Todavía quedaban dos horas para llegar a Madrid. Miró dentro de su mochila, buscando entretenimiento. Allí se encontró con su último diario y con el teléfono. Había logrado que Natalia nunca lo encontrara. Encendió el móvil. Le apetecía ver instantes de su pasado. Al menos así podía recordar una época en la que había sido feliz.

Déjà VuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora