El inicio de un problema.

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El ruido del camión arrancó de golpe, seguido por un crescendo de gritos guturales, el sonido espeluznante de los infectados que llenaban el aire con su hambre insaciable. Mateo y Adrián reaccionaron al instante, sacando sus armas con rapidez. Zoe, temblorosa, abrazó al perrito con tanta fuerza que sus pequeños dedos se pusieron blancos. El miedo en sus ojos era palpable, pero se mantenía en silencio, mirando a los dos chicos como si de ellos dependiera su supervivencia.

—Zoe, quédate quieta, no te muevas, ¿me oyes? —dijo Mateo, la voz grave, controlada, aunque por dentro sentía que su corazón latía como un tambor. El sudor le cubría la frente, pero su mirada seguía fija en la pequeña.

—¿Vas a ir a ver qué pasa? —preguntó Adrián, con un tono de advertencia en la voz.

Mateo asintió sin mirarlo. Los ojos de Adrián brillaban con la misma tensión que él sentía.

—Sí. Cúida a Zoe. No hagas ruido, y si vienen... —hizo una pausa, pensando en las posibilidades—... Si vienen, no dudes en correr.

Adrián asintió, pero sus manos apretaron el arma con más fuerza, consciente de que las palabras de Mateo eran tan sólo una advertencia. Sabía que no se podía confiar ni en las sombras.

Mateo avanzó hacia el borde del techo. El rugido distante del camión se fue acercando, pero lo que más lo hizo tensarse fue el sonido de los infectados, un manto de ruido sordo, una marea de monstruos devoradores que venía en su dirección. Se asomó con cautela, las manos sudadas sobre el borde de la azotea.

Lo que vio le heló la sangre.

El callejón se había convertido en un espectáculo infernal. Un grupo de hombres armados rodeaba a uno de los zombies, inmovilizado y colgado de una viga metálica. Su cuerpo estaba destrozado, las extremidades apenas colgaban, pero el zombie aún se movía, retorciéndose en una parodia de vida. Los hombres lo golpeaban sin piedad, riendo como si estuvieran en un circo macabro.

—¡Eh, mirad esto! —gritó uno de los torturadores, un tipo de unos 45 años con la cara arrugada por la ira o el tiempo. Tenía una sonrisa enfermiza. Mateo lo vio y se le aceleró el pulso—. ¡Este aún tiene algo de vida! Vamos a divertirnos un poco con él.

Los martillos y las herramientas golpeaban el cuerpo del zombie con estrépito, el sonido era insoportable, como si cada golpe resonara directamente en su pecho. La carcajada de los hombres y los gritos del zombie llenaban el aire. Era como una pesadilla de la que no podía despertar.

—¡Mierda! —Mateo susurró, tragándose el miedo que casi lo ahogaba. No podía quedarse allí mirando. No podía. Retrocedió rápidamente, moviéndose en silencio, el cuerpo tenso como un alambre.

Al volver al lugar donde estaba Adrián, casi se tropezó con las paredes del techo. Su corazón golpeaba contra su pecho como si quisiera escapar. No había tiempo para pensar en lo que acababa de ver.

—¿Qué pasa? —preguntó Adrián en voz baja, con la garganta tensa.

Mateo le dirigió una mirada rápida, su rostro palidecido por la furia y el asco que sentía.

—Son personas. Un grupo. Están... torturando a los zombies. Como si fuera un maldito espectáculo. Necesitamos escondernos, rápido —dijo, casi entre dientes. La rabia le nublaba la vista, pero su instinto de supervivencia estaba intacto. No podían enfrentarse a esos tipos.

Adrián se tensó. No era el tipo de situación que quería enfrentar. Los dos chicos intercambiaron miradas brevemente, sabían que no había tiempo que perder.

—¿Nos quedamos aquí? —preguntó Adrián, ya sabiendo que la respuesta no era afirmativa.

—No. Si nos encuentran... —Mateo se detuvo, la palabra "muertos" quedándose a medio camino, pero ambos lo sabían. No había espacio para dudas—. Tenemos que movernos. Ya.

Tal vez en otra vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora