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Rodolfo Parra, un joven ejecutivo en ascenso, llevaba una vida marcada por el éxito profesional. Su familia, aunque poderosa, no ejercía el mismo control férreo sobre él como en otra época. Sin embargo, a pesar de todos los logros, una sensación de vacío lo acompañaba constantemente. Había algo que faltaba, algo que no podía explicar ni con el trabajo, ni con las comodidades de la vida moderna. Desde pequeño, sufría sueños recurrentes: un hombre, un amor perdido, y una despedida dolorosa, pero siempre al despertar, los detalles se escapaban de su memoria, como arena entre los dedos.

Cansado de su rutina, Rodolfo decidió tomarse un descanso. Atraído inexplicablemente por su ciudad natal, Guanajuato, regresó buscando respuestas. Había algo en sus callejones, en sus balcones coloniales y en sus historias, que lo inquietaba profundamente. Paseaba por la ciudad sin rumbo fijo, como si su alma lo guiara, sin saberlo, hacia un destino que ya estaba trazado.

Mientras tanto, Alejandro Vargas vivía inmerso en el pasado de Guanajuato. Era historiador, especializado en las leyendas locales, y su pasión lo había llevado a dedicarse de lleno a investigar cada rincón de la ciudad. Su tema predilecto era la trágica historia de "El Callejón del Beso", una leyenda que conocía desde niño y que sentía cercana a su corazón, aunque no entendía por qué. Era como si cada vez que narraba la historia, una melancolía le invadiera el alma, como si hubiera sido parte de ella en algún otro tiempo.

El destino jugó su mano cuando Alejandro fue invitado a dar una charla sobre las leyendas más antiguas de Guanajuato. El evento atrajo la atención de muchos turistas y lugareños, incluyendo a Rodolfo, quien decidió asistir en busca de alguna conexión que pudiera darle sentido a su inquietud. Al entrar en la sala, sintió una sensación extraña, como si algo importante estuviera por suceder.

Cuando Alejandro comenzó a hablar, Rodolfo lo vio desde la multitud y quedó absorto. Había algo en su rostro, en su voz, que lo hacía sentir como si lo conociera desde siempre. Mientras Alejandro narraba la historia de los dos amantes separados por el odio de una familia, Rodolfo sintió un estremecimiento. El dolor que describía parecía sacado de sus propios sueños, de un lugar profundo de su subconsciente que no lograba comprender. Las emociones se arremolinaban en su pecho, confusas pero intensas, como si esa historia lo tocara de una manera personal.

Después de la charla, Rodolfo decidió acercarse a Alejandro. Sus pasos eran inciertos, pero algo lo impulsaba a hacerlo. Cuando sus miradas se cruzaron, ambos se quedaron en silencio por un largo instante. No hicieron falta palabras: en esos ojos, Rodolfo reconoció algo que había estado buscando toda su vida. Alejandro también lo sintió. Era como si, de repente, una parte de su corazón, de la que nunca había sido consciente, volviera a latir.

Pasaron los días y comenzaron a verse más seguido. Las conversaciones, que al principio giraban en torno a las leyendas de Guanajuato, pronto se transformaron en charlas sobre sus vidas, sus sueños y las extrañas coincidencias que los habían llevado hasta ese punto. La conexión entre ellos era innegable, pero ninguno de los dos podía explicar por qué era tan intensa, como si sus almas estuvieran recordando algo que sus mentes aún no podían comprender.

Una tarde, paseando por las calles empedradas de Guanajuato, Alejandro decidió llevar a Rodolfo a un lugar especial: el famoso Callejón del Beso. Al llegar, un extraño silencio los envolvió. Los muros de piedra que se alzaban a su alrededor parecían susurrar historias del pasado, y Rodolfo sintió un nudo en la garganta al ver los dos balcones que casi se tocaban. Alejandro le relató la leyenda una vez más, pero esta vez, mientras hablaba, algo dentro de ellos despertó. Los recuerdos comenzaron a fluir, borrosos al principio, pero cada vez más claros.

Rodolfo recordó. Recordó los encuentros furtivos, las noches compartidas a través de esos balcones, y el dolor de la traición y la muerte. Vio la daga, la sangre, y el último beso que compartieron en otra vida. Su corazón se aceleró, pero no había miedo, solo la certeza de que estaban destinados a reencontrarse, una y otra vez, hasta que pudieran cumplir la promesa de su amor.

Alejandro también lo sintió. Las imágenes de una vida pasada lo invadieron, y supo en ese instante que la historia que había estudiado durante años era más que una leyenda: era la historia de ellos, de su amor trágico, pero esta vez no habría muerte ni separación.

En ese mismo lugar, bajo la luz tenue del atardecer, Rodolfo y Alejandro se miraron a los ojos, como si por fin hubieran encontrado lo que tanto habían buscado. Lentamente, se acercaron, y sus labios se unieron en un beso suave y cargado de promesas. Esta vez, no había muros ni cuchillos, solo el cálido abrazo de una ciudad que, siglos después, los acogía de nuevo.

El pasado ya no tenía poder sobre ellos. Las sombras que los habían separado quedaron atrás, y esta vez, su amor pudo florecer sin miedo. Juntos, caminaron por las calles de Guanajuato, sabiendo que habían vencido a la muerte, y que esta vez, nada podría apartarlos.

El Callejón del Beso, que había sido testigo de su tragedia en otra vida, ahora presenciaba el inicio de su final feliz.

"Renacer del Beso"Where stories live. Discover now