Capítulo 1

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Isabella

Los focos me cegaban, rodeándome en un resplandor de luces cálidas que parecían penetrar mi piel. El calor me envolvía, y los murmullos incesantes del público, junto al destello imparable de los flashes, formaban una maraña de ruido en mi mente, cada vez más denso.

Con cada paso, el peso de las miradas se hacía evidente. Caminaba con pasos seguros sobre la pasarela de mármol blanco, vestida con la fina lencería de la nueva colección de Noirelle. De fondo, "Paparazzi" de Lady Gaga inundaba el ambiente, sus notas llevaban mis pasos al ritmo, otorgando un toque de ironía que solo yo parecía percibir.

Yo era la estrella del espectáculo, la musa de la marca, y eso lo sabía hasta la última persona en esa sala. Cada movimiento estaba calculado: un giro sutil de cadera, una sonrisa leve pero provocativa, una mirada desafiante que hacía arder las cámaras.

Había perfeccionado estos gestos, los había convertido en una segunda piel.
Mi vida era una coreografía de movimientos seductores y poses intocables.

Desde fuera, parecía perfecta, inalcanzable, un ángel caminando entre mortales, pero al mismo tiempo, una encarnación del glamour y la sensualidad. Era una contradicción con piernas largas y porte implacable. Sin embargo, por dentro, la historia era otra.

Me sentía harta. Harta de los susurros lascivos que se deslizaban entre los hombres de las últimas filas del público, de las miradas que no veían a Isabella Moretti, sino a mi cuerpo envuelto en encaje y seda, como si mi esencia quedara sepultada bajo las telas.

Mientras avanzaba y daba vuelta en la esquina de la pasarela, regalaba una sonrisa seductora a las cámaras, lista para el gran final de la noche. Pero algo me golpeó, una sensación extraña, inquietante. Era una especie de escalofrío, un zumbido.

Miré de reojo al público y noté algo raro en sus rostros. Un murmullo distinto surgió entre ellos, más inquietante que los demás, como si se estuviera extendiendo una ansiedad palpable por el aire.

Fue entonces cuando lo vi.

Había un hombre de pie entre la multitud, en una esquina del área reservada a los VIP. Su mirada estaba fija en mí, de una manera que me hizo estremecer. No era una mirada de admiración, ni de simple curiosidad. Era algo más oscuro. La forma en que sus manos temblaban, cómo su mandíbula estaba tensa, indicaba que algo no estaba bien.

Mi instinto me gritaba que él no era un espectador común; su postura, su energía… había algo fuera de lugar.

Mis pasos, siempre tan seguros, vacilaron. Era la primera vez que me sentía así en una pasarela.

Entonces, sucedió.

Sin previo aviso, el hombre rompió la barrera de seguridad, lanzándose hacia la pasarela. Los guardias, tomados por sorpresa, tardaron en reaccionar.

Todo ocurrió en cuestión de segundos, un borrón que apenas mi mente logró procesar.

Él estaba a solo unos metros de mí antes de que realmente entendiera que estaba en peligro. Era como si el resto del mundo se desvaneciera y solo quedáramos él y yo, en una escena que parecía salida de una pesadilla.

Vino de la primera fila, de la primera fila!"– me repetía mentalmente, tratando de entender cómo había burlado a los guardias.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza desbocada, mi respiración se hizo entrecortada, y sentí que el mundo se cerraba a mi alrededor. Fue en ese instante cuando mis pies, traicionados por los tacones, fallaron.

Tropecé, y antes de que pudiera evitarlo, caí de rodillas contra el mármol, el dolor punzante recorriendo mis piernas desnudas.

–¡Isabella! –gritó el hombre, su voz desgarrada, cargada de una desesperación que me heló la sangre.

Los guardias, finalmente alertas, llegaron a sujetarlo por los brazos y lo arrastraron lejos, aunque él nunca dejó de mirarme, sus ojos fijos en mí con una intensidad que no olvidaré jamás.

Esa mirada… esa maldita mirada que me hacía sentir expuesta de una forma que nada tenía que ver con la lencería que llevaba puesta.

Me quedé inmóvil durante unos segundos, en estado de shock, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Mientras tanto, el show continuaba, las cámaras seguían disparando, los flashes parpadeaban, los murmullos aumentaban, pero para mí, el tiempo se había detenido.

Era como si el ruido alrededor solo acentuara mi soledad en esa pasarela.

Reuniendo el poco control que me quedaba, me levanté con esfuerzo, aguantando el dolor en mis rodillas raspadas, y caminé hacia el backstage. Con cada paso, sentía que el eco de ese grito y la imagen de esos ojos se aferraban a mí, como una sombra imposible de arrancar.

"Ya terminó, la pesadilla terminó–"me repetía, tratando de convencerme a mí misma mientras dejaba atrás los aplausos y las ovaciones del público. Pero sabía que algo había cambiado dentro de mí.

La sensación de seguridad que siempre había sentido, se había hecho añicos.

–¿Estás bien? –Giselle, mi mejor amiga y colega en la industria, se acercó corriendo, su rostro lleno de preocupación.

–Estoy bien –mentí, aunque mi corazón aún latía con fuerza, resonando en mis oídos como un tambor incesante.

Antes de que pudiera decir algo más, uno de los directores de seguridad del evento se acercó, con el rostro sombrío y su mirada grave. No era una buena señal, y lo sabía.

–Isabella, vamos a tener que tomar medidas más serias después de esto. La situación se está descontrolando, y no podemos permitir que algo así vuelva a ocurrir. Hemos hablado con tus representantes, y la marca ha decidido que te asignarán seguridad personal. Tendrás un guardaespaldas a partir de ahora.

–¿Qué? –Las palabras me salieron antes de que pudiera detenerme. Lo último que necesitaba era a alguien siguiéndome todo el tiempo. Mis días ya estaban llenos de cámaras y de gente observándome cada minuto. No necesitaba a un extraño detrás de mí, controlando cada paso–. No necesito un guardaespaldas.

El hombre me miró con firmeza, sin inmutarse ante mi rechazo.

–No es opcional. Noirelle quiere proteger su inversión, y después de lo de hoy, están convencidos de que es lo mejor para ti y para la marca.

Sentí que la ira me quemaba por dentro, recorriendo cada rincón de mi ser. No quería a alguien respirando en mi nuca, observando cada detalle de mi vida. La idea de tener un "protector" era absurda para mí, casi insultante.

–No lo necesito –repetí con frialdad, esforzándome por mantener el control de mis emociones, aunque sabía que mi expresión delataba lo que realmente sentía.

Pero él no cedió.

–Mañana estará en las oficinas. Se llama Dominic Vernon, y es el mejor en lo que hace. Esto no es negociable, Isabella.

Lo vi alejarse, dejándome sola con mi furia contenida, el eco de sus palabras rebotando en mi mente.

"Dominic Vernon".

El nombre no significaba nada para mí, pero en ese instante lo odié con toda mi alma. Sabía que ese hombre significaba el fin de la poca privacidad que me quedaba. Sentía el calor de la rabia mezclarse con la sensación de vulnerabilidad que había traído consigo esa noche.

Un guardaespaldas… ¿Un maldito guardaespaldas?

No podía imaginar nada peor. La sola idea de alguien siguiéndome a todas partes, controlando mis movimientos, me hacía sentir atrapada. Era como si mi libertad, esa por la que tanto había luchado, estuviera esfumándose frente a mis ojos.

Suspiré profundamente, tratando de contener mis emociones. Sabía que tenía que aceptar la situación, aunque no fuera de mi agrado. Noirelle había dejado claro que mi seguridad estaba en juego, y que Dominic Vernon sería quien me acompañaría a partir de ahora.

El destino había cambiado las reglas del juego, y no me dejaba otra opción.

Protección Peligrosa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora