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La noche era un océano de quietud. Los edificios y las luces permanecían en silencio, y el cielo estaba despejado, con las estrellas colgando como diminutas promesas lejanas. En medio de esa calma, él despertó. Sin saber exactamente qué lo había arrancado de su sueño, el joven australiano se frotó los ojos, intentando ahuyentar el sopor mientras parpadeaba en la penumbra de su habitación.

Fue entonces cuando vio la notificación en su teléfono, iluminando suavemente el cuarto en un parpadeo. Era un mensaje de voz. Y su corazón dio un vuelco al ver el nombre que aparecía en la pantalla. Aún medio dormido, se colocó un auricular y presionó play.

Al escuchar aquella voz, algo se le quebró dentro. Las primeras palabras salieron casi en un susurro, el tono que había escuchado cientos de veces en la pista y en sus momentos juntos. Pero ahora, esa voz estaba cargada de una vulnerabilidad que él nunca había percibido. Se quedó quieto, escuchando, sintiendo cada palabra retumbar en su pecho. Sintió el dolor y la desesperación en la voz de aquel que lo conocía mejor que nadie. La confesión le desgarraba el alma.

Los ojos oscuros del australiano se llenaron de lágrimas mientras continuaba escuchando. Cada frase, cada pausa, cada momento de silencio hablaba más que cualquier palabra. Recordó cómo se reía de sus "costumbres raras", esos pequeños detalles que para él eran algo cotidiano, y que para el británico parecían fascinantes. Recordó las madrugadas en las que se despertaba para mirar las estrellas y las conversaciones en las que compartían sus sueños, sus miedos, y sus momentos en la pista. Todo eso estaba ahí, cada segundo de esos recuerdos encapsulados en ese mensaje.

Al terminar, sintió una punzada en el corazón. No había nada que pudiera esperar para el día siguiente; lo sabía con certeza. Necesitaba verlo ahora, saber que estaba bien, aunque eso significara salir a buscarlo en plena madrugada. Tomó el teléfono con las manos temblorosas y buscó el número de Max.

—¿Max? —la voz de él era apenas un susurro, pero la urgencia se filtraba en cada sílaba.

—¿Oscar? ¿Qué pasa? ¿Son las… tres de la mañana? —Max murmuró, la voz pesada de sueño.

—Escuchame, necesito saber dónde está… dónde está él—dijo con desesperación—. ¿Sabés si está bien? ¿Dónde está?

Max, aún confundido y aturdido, captó el tono en la voz del australiano. Su instinto le decía que algo importante estaba ocurriendo, algo que requería atención inmediata.

—Calmate, amigo. Sí, sí, estaba conmigo más temprano… esta en el lugar en donde Lan nos presentó la primera vez. Pero… se fue. Estaba algo mal… bebió mucho. Creo que fue al auto, está cerca de ahí—Max hizo una pausa, intentando recordar detalles, aunque también se encontraba abatido.

Oscar sintió un nudo en el estómago. Sabía cómo era él en esos momentos; había visto ese lado vulnerable antes, aunque nunca así, tan expuesto. Luchar con sus propias emociones y miedos no era fácil, y había visto cómo su compañero intentaba siempre sostener una fachada ante el mundo, ocultando sus propias inseguridades. Y ahora, escuchando ese mensaje, había sentido la verdadera profundidad de todo aquello.

—Gracias, Max. Voy a buscarlo. No me importa si tengo que cruzar la ciudad. Necesito… necesito verlo—dijo con determinación, colgando antes de que Max pudiera responder.

Sin perder un segundo, Oscar se puso una chaqueta, los zapatos más cercanos que encontró, y salió apresuradamente de su departamento. Su mente estaba nublada, apenas consciente de lo que hacía, más allá de que necesitaba llegar hasta él. Aquel chico impulsivo y orgulloso que siempre intentaba manejar todo por su cuenta había dejado caer sus defensas, y el australiano estaba ahí para atraparlo, costara lo que costara.

Inefable. - Lando Norris & Oscar Piastri.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora