51. El Regalo de Cumpleaños

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Los últimos días de las vacaciones transcurrieron con un aire sombrío. Nadie tenía mucho ánimo de regresar, y mientras empaquetaban sus cosas, una visita inesperada irrumpió en su rutina.

—Harry, cariño —llamó la señora Weasley, asomando la cabeza por la puerta donde los jóvenes estaban conversando—, ¿puedes bajar un momento a la cocina? El profesor Snape quiere hablar contigo.

—¿Snape? —dijo Harry, claramente desconcertado.

—Sí, querido, el profesor Snape. Te espera en la cocina, dice que tiene prisa.

—¿Qué querrá contigo? —preguntó Eileen, tan intrigada como los demás—. No habrás hecho nada malo, ¿verdad?

—¡Por supuesto que no! —exclamó Harry, algo indignado, mientras se dirigía hacia la puerta.

—Yo quiero saber qué está pasando —dijo Eileen con determinación.

—Nosotros también, pero es una locura —intervino Ron—. ¿Cómo piensas escuchar?

—Bajaré y escucharé desde la puerta, por supuesto —respondió Eileen, con una sonrisa traviesa antes de desaparecer escaleras abajo.

—Se va a meter en un buen lío —comentó Hermione, rodando los ojos.

—Debo detenerla —dijo Sarah, con más calma que preocupación.

Con cuidado, Sarah siguió a Eileen hasta la cocina. Al llegar, Eileen ya estaba escuchando detrás de la puerta y le hizo una seña para que guardara silencio. Juntas, prestaron atención a la conversación que se desarrollaba dentro.

Harry estaba sentado junto a Sirius, mientras Snape permanecía de pie, su presencia llenando la habitación con una atmósfera tensa.

—Siéntate, Potter —ordenó Snape con frialdad.

—Preferiría que aquí no dieras órdenes, Snape —intervino Sirius, con voz alta y autoritaria—. Esta es mi casa, por si no lo recuerdas.

—En realidad, tenía que hablar a solas con Potter —respondió Snape, sin molestarse por el comentario de Sirius—, pero como tú estás aquí...—Soy su padrino —replicó Sirius, alzando la voz.

—He venido por órdenes de Dumbledore —continuó Snape, su tono cada vez más mordaz—, pero quédate, Black, quédate. Sé que disfrutas sentirte... implicado.

—¿Y qué se supone que insinúas con eso? —preguntó Sirius, furioso.

—Solo que debes de estar bastante frustrado por no ser útil para la Orden —repuso Snape, subrayando con una sonrisa cruel la palabra "útil".

—¡No empieces, Snape! —advirtió Sirius, sus manos cerrándose en puños.

Snape ignoró el comentario y se dirigió a Harry.

—El director me envía para decirte que este trimestre estudiarás Oclumancia.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry, claramente confundido.

—Es la defensa mágica de la mente contra intrusiones externas —explicó Snape—. Es una rama oscura de la magia, pero sumamente útil.

—¿Por qué tengo que estudiar Oclu..., como se llame eso? —balbuceó.

—Porque Dumbledore lo considera necesario —respondió Snape con frialdad—. Recibirás clases una vez por semana, pero no le dirás a nadie lo que estás haciendo, y menos a la profesora Umbridge. ¿Entendido?

—Sí... —respondió Harry, aún desconcertado—. ¿Y quién me dará las clases?

—Yo.

—¿Por qué no puede hacerlo Dumbledore? —intervino Sirius, en un tono desafiante—. ¿Por qué tú?

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